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Por qué las guerras comerciales no pueden ganarse

Todo el que sabe de Historia o ha vivido una guerra –militar o comercial– conoce los costes de un conflicto. George Marshall, jefe del Estado Mayor del ejército estadounidense durante la II Guerra Mundial y primer militar en recibir el premio Nobel de la Paz, solía decir que “la mejor forma de ganar una guerra es evitándola”, es decir, fomentando la cooperación y las relaciones comerciales entre los países.

Quizás por eso Trump, que no sabe de Historia ni fue nunca a la guerra –se libró por los pelos de ir a Vietnam– habla a la ligera de un conflicto bélico con Irán o con Corea del Norte y se embarca en guerras comerciales de pésimo pronóstico. Al grito tuitero de “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, ha impuesto aranceles sobre el acero y el aluminio a sus aliados tradicionales, la UE y Canadá, y ha iniciado una peligrosa e inevitable espiral de represalias comerciales.

El grifo del dólar empieza a cerrarse

La rentabilidad de los bonos del Tesoro americano a diez años ha superado en los últimos días el 3,10%. Es el nivel más alto desde hace siete años. En el verano de 2016 cayó por debajo del 1,5%. En estos dos años, la deuda pública de Estados Unidos se ha abaratado, su precio ha caído, resultando más rentable para los potenciales compradores. A quien haya seguido el debate sobre el estancamiento secular, no le extrañará que esta subida pueda llegar a ser saludable; un síntoma de que estamos dejando definitivamente atrás las rémoras de la crisis. Pero atención, los recuerdos de episodios pasados similares son bastante oscuros: la crisis de la deuda externa a principios de los ochenta, el desplome de los mercados de renta fija en 1994 o el berrinche que sufrieron los emergentes hace justo cinco años cuando la Fed anunció una reducción gradual en sus compras de activos. La pregunta es ¿está preparada la economía mundial para vivir con tipos más altos?

Trump y la cortina de humo de acero

En la película de 1997 “La cortina de humo”, dirigida por Barry Levinson, se narra la historia de un presidente estadounidense que comete un delito y, ante la amenaza de que el escándalo le cueste las elecciones, contrata los servicios de un asesor (Robert de Niro) que, con la ayuda de un director de cine (Dustin Hoffman), escenifica una falsa guerra contra Albania para distraer a la opinión pública y cohesionarla en torno a su líder.

Del mismo modo, llama la atención la extraña llamada a la guerra comercial que ha iniciado el presidente estadounidense –usando, como siempre, la caja de resonancia de Twitter– en medio de una peligrosa investigación encabezada por el fiscal especial Mueller, que amenaza con poner en jaque su presidencia.

California también es una nación

Recordaba Borges aquella provincia en la que no había pueblo que no fuera “idéntico a los otros, hasta en lo de creerse distinto”. Si California, el estado más rico de Estados Unidos, quisiera independizarse, tendría que superar dos filtros: el de la propia Constitución de California y el de la Constitución de Estados Unidos.

Otro paso hacia la plutocracia en Estados Unidos

El 22 de diciembre el Presidente de Estados Unidos firmó la ley de la reforma tributaria, el primer gran logro legislativo de su mandato. La ley, aprobada sin el apoyo de la oposición demócrata, rebaja la imposición directa y revisa su diseño con particular atención al gravamen sobre los beneficios de las empresas. El Comité Conjunto sobre Tributación del Congreso (JCT) estima su coste total en el período 2018-2027 en 1,45 billones de dólares, un 7,6% del PIB de 2017.

Reformas fiscales, modelos y juicios de valor

El proyecto estrella de política económica de la Administración Trump es la reforma fiscal. Con estricta fidelidad a su estilo de comunicación, se la ha bautizado, antes incluso de nacer, recurriendo a la hipérbole: dramática, la mayor rebaja de impuestos de la historia, la clave para hacer América grande de nuevo… Aunque todavía estamos en los prolegómenos de un proceso legislativo que se prevé arduo, los debates iniciales ya ofrecen algunos ejemplos ilustrativos del uso del análisis económico aparentemente serio para fundamentar reformas de gran calado en la estructura tributaria.

¿G20 o G19?

La cumbre del G20 de Hamburgo (7-8 de julio) ha logrado sostener el paso de la reforma del orden económico internacional a base de una doble estrategia: en los temas donde es posible consenso, se mantiene la tónica de los últimos cinco años, en los que cada cumbre aporta algún elemento incremental construyendo sobre lo heredado de la cumbre anterior (en este caso, destaca el reforzado énfasis en la inclusión); y en los temas más conflictivos desde la llegada de la administración Trump, se avanza sin EEUU en el caso del clima, y en comercio, se opta por hacer una agenda más compleja que tenga en cuenta las distintas sensibilidades. En este sentido, la noticia puede ser cínicamente optimista: Trump no ha roto los esquemas; pesimista: el G20 no sirve para nada, es un instrumento para preservar el statu quo; o moderadamente optimista/pesimista: se avanza en algunas direcciones adecuadas, pero no en todas y a ritmo lento (acaso inevitable, en el G20 los grandes acuerdos se han dado en los momentos de más tensión).

Peligro: poder de mercado

La economía de Estados Unidos ya no crece como antes. A juicio de quienes están tomando estas semanas posesión de sus cargos en Washington, D.C. una de las principales causas es el exceso de regulación en sectores como el financiero o el energético. Sin embargo, desde meses antes de las elecciones ya se acumulaban análisis que apuntan en otra dirección. El menor dinamismo empresarial, la debilidad de la inversión o el bajo crecimiento de la productividad serían, desde esta visión alternativa, resultado de un aumento del poder de mercado. Suena paradójico, dado que el sistema de defensa de la competencia estadounidense es uno de los más antiguos y eficaces del mundo. Aunque quizá no tanto, pues las empresas siempre tratan de buscar fórmulas más sofisticadas y legítimas de dominar el mercado.

¿Qué puede hacer el G20 ante Trump?

Con la llegada de la administración Trump se ha planteado en los medios de comunicación una creciente duda sobre la capacidad del G20 para salvar la globalización. La ausencia en el comunicado de la reunión de ministros y gobernadores de marzo en Baden-Baden de una condena al proteccionismo –se ha sustituido por un “trabajamos para fortalecer la contribución del comercio a nuestras economías”–, o de un apoyo al acuerdo de París sobre el cambio climático, se han interpretado como un triunfo de la nueva administración americana. Más allá de lo simbólico de las palabras de un comunicado, ciertamente, el G20 enfrenta un reto para frenar el creciente impulso antiglobalizador (Trump, Brexit, o extremos políticos en Europa), pero, precisamente es el foro mejor equipado para hacerlo; desde su redefinición en 2008, es, ante todo, un foro útil para la gestión de crisis.

Trump y el reflejo de Hoover

En el año 1928 una gran parte de la población de Estados Unidos se sentía descontenta. La tecnología y la globalización habían puesto a los agricultores en una precaria situación: los vehículos de motor habían desplazado a los animales de carga y generado un excedente agrícola que presionaba a la baja precios y salarios, y al que no podía darse salida por el competitivo precio de las importaciones, que se percibían como una amenaza.

En paralelo, la inmigración mexicana se consideraba un problema. A los numerosos mexicanos que decidieron quedarse en los territorios incorporados a Estados Unidos tras la guerra de 1848 se sumaron los exiliados y desplazados por la revolución mexicana de 1910-1920. Muchos trabajaron en la minería, la industria o los ferrocarriles y favorecieron la expansión americana, pero con la crisis de 1920-21 comenzó una agresiva campaña anti-inmigración que se tradujo en 1924 en la creación de una Patrulla Aduanera en la frontera con el país vecino (el muro no comenzaría a construirse hasta setenta años después).