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La tiranía de la unanimidad fiscal en Europa

Hay palabras que evocan connotaciones positivas, como democracia o consenso. Pero, precisamente por ese motivo, en ocasiones se utilizan de forma tramposa. En nombre de la democracia los independentistas del parlamento catalán intentaron derogar de facto por mayoría simple un Estatut cuya mera modificación requería mayoría reforzada. En nombre de la democracia se dejó que la mayoría simple de los británicos –apenas un 52% de los votantes del referéndum del Brexit– decidiera sobre el futuro de muchas generaciones. A veces la mayoría simple es la forma más evidente de tiranía de la mayoría –como bien sabían Edmund Burke, James Madison o Thomas Jefferson–, y la mayoría cualificada la mejor forma de respetar la voluntad del pueblo y evitar al tiempo que decisiones trascendentales se tomen a la ligera. Como en Medicina, primum non nocere: ante la duda, no causar daño.

Brexit: Plan B del espacio exterior

En 1959 Ed Wood dirigió “Plan 9 del espacio exterior”, una de las peores películas de ciencia ficción de todos los tiempos –aunque un clásico de la serie B, es decir, un modelo dentro de las malas películas–. Theresa May, que últimamente parece que vive en otro mundo, ha presentado al Parlamento británico un plan alternativo de Acuerdo de Salida que es también ciencia-ficción y digno de la mejor serie B.

Inversión en desarrollo

Como parte del debate en torno a las recientes crisis migratorias han surgido múltiples voces en favor de insistir en medidas que fomenten el crecimiento y den oportunidades a los países en desarrollo emisores de esos flujos para que no tengan tantos incentivos a dejar su país en busca de una vida mejor. No obstante, parece que diversos estudios ponen en duda que ese progreso en el país origen vaya a frenar este flujo hacia economías más desarrolladas. Todo lo contrario, en el corto y medio plazo incluso se puede ver incentivado al permitir a muchos acumular los recursos para poder costearse la emigración (aquí).

Los siete riesgos de un Brexit sin acuerdo

Abandonar la Unión Europea es un mal negocio económico. Eso lo reconoce hasta el propio ministro de Hacienda británico, Philip Hammond, de los pocos honestos. Olvidemos, pues, falacias como el infame “dividendo del Brexit”, y entendamos el Brexit como lo que es: una mera cuestión sentimental. El valor de dejar de pertenecer a una organización por el mero hecho de sentirse libre. Aunque, a efectos prácticos, esa libertad sirva para poco, porque, en un mundo globalizado y fuertemente integrado, un país pequeño –y el Reino Unido lo es, comparado con Estados Unidos, la UE o China– tiene poco margen para negociar acuerdos comerciales ventajosos. Los pequeños no negocian, tan solo aceptan condiciones.

Tres escenarios para el teatro del Brexit

Año nuevo, Brexit viejo. Después del referéndum de 2016, todo el mundo pensaba que, si al final el Reino Unido abandonaba la Unión Europea, habría un poco de caos. Pero ni los más pesimistas contemplaban un escenario tan volátil y caótico como el que se presenta en enero de 2019, a menos de tres meses de la salida formal.

El otro error de la Cumbre del Euro

¿En qué me beneficia a mí, como ciudadano, la Unión Europea? La respuesta a esta pregunta sigue siendo la piedra angular de la sostenibilidad social del proyecto europeo. Y esa respuesta no es estática, sino que ha ido variando a lo largo de la Historia: en los años 50 era evitar una nueva guerra entre Francia y Alemania; en los 60, poder comerciar libremente con Europa y garantizar la producción agrícola y los alimentos; en los 70, hacer frente a la crisis energética con las ayudas regionales europeas, y servir de anhelo democrático a países que –como España y Grecia– superaban sus dictaduras; en los 80, construir un mercado único en el que los ciudadanos pudieran circular y establecerse sin trabas, y ayudar a Alemania a restañar las heridas del muro de la vergüenza; en los 90, la financiación de infraestructuras cohesionadoras, poder viajar sin enseñar el pasaporte y estudiar parte de la carrera en otros países; en los 2000, cambiar de país sin cambiar de moneda. Pero en esta década, la de la Gran Recesión, ¿cuál es la respuesta? El Consejo Europeo del 13 y 14 de diciembre de 2018 ha perdido una magnífica oportunidad de sugerir alguna.

Vamos a dividir por cero

Como en cualquier debate soberanista, los argumentos a favor del brexit han estado siempre presididos por la manipulación lingüística, y por eso sus defensores han insistido una y otra vez en el “dividendo del brexit”, como si fuera el alegre reparto de los beneficios de una empresa exitosa. Por supuesto, los costes se han obviado, y quizás por ese motivo la mayoría de los críticos del brexit se han preocupado por resaltarlos, centrándose en la más que previsible contracción económica derivada de la salida de la Unión Europea. Pero esa estrategia ha sido un error.

El Acuerdo del Brexit o el principio de todo lo demás

Hay que ver lo que ha costado llegar al principio de todo. Porque eso es, y no otra cosa, el Acuerdo del Brexit: una posposición de la decisión del modelo de relación económica definitiva que el Reino Unido está dispuesto a mantener con la Unión Europea. Al menos, eso sí, incluye un amortiguador: en el caso de que no se llegue a ningún acuerdo, la relación mínima será la de una unión aduanera –es decir, un comercio interior sin aranceles y un arancel exterior común frente a terceros– que permitirá evitar una frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Todo lo demás está por decidir.

Lo siento, ese modelo de Brexit no existe

Si usted quiere ganar autonomía y se decide a comprar una motocicleta, puede ir a un concesionario y, en principio, se encontrará allí con muchas alternativas. Eso sí, cuando empiece a poner restricciones, el menú de opciones disponibles se irá reduciendo. No es lo mismo querer “una motocicleta” que un scooter eléctrico de 125 c.c. de color gris y con una autonomía de 500 kilómetros. A veces, si el vendedor no se lo ofrece no es porque no quiera, sino, simplemente, porque ese modelo no existe.

Con el Brexit ha ocurrido una cosa parecida: los ciudadanos británicos querían ganar autonomía de la Unión Europea, y sus líderes les han vendido la moto sin aclararles antes que el modelo exacto que querían no existe. Y cuando la encargada de negociar, Theresa May, les ha traído al fin el mejor modelo dentro de los disponibles, los partidos políticos quieren que se vuelva al concesionario a seguir insistiendo.

Acción común vs. responsabilidad individual en la UE

Esta semana se ha presentado en el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo dos números de ICE, Revista de Economía, sobre el diseño de la Unión Europea (UE): uno sobre el Mercado Interior Europeo, 25 años después y otro sobre El futuro de la Unión Europea. Ambas ediciones dan una muy buena perspectiva sobre el estado actual del debate europeo en un amplio abanico de temas, incluyendo las políticas presupuestaria, fiscal y monetaria, la dimensión social europea, el mercado interior de bienes y servicios, la integración financiera, las políticas energética, comercial y de competencia, la política exterior o la reforma de las instituciones europeas. Aprovechando la coyuntura, sin ánimo de síntesis (desafortunadamente, no pude estar en la presentación, mejor ir directamente a los dos números) y confieso que con cierto interés personal (he coordinado el segundo), reitero aquí algunas consideraciones genéricas sobre la integración económica en Europa.