Cuatro retos que nos jugamos en Europa

Uno de los temas que más hemos abordado en el Blog NewDeal han sido las políticas y los desafíos a los que se enfrenta la Unión Europea (UE). Entre otros, me interesa resaltar sinópticamente cuatro grandes retos de política económica que nos jugamos en el próximo ciclo político europeo (2019-2024), que se inicia tras las elecciones del 23 al 26 de mayo en los distintos Estados miembros: completar la gobernanza económica, la política social europea, impulsar el crecimiento potencial y la lucha contra el cambio climático. Son retos que los países no podemos afrontar por nosotros mismos y que requieren unas instituciones y unos líderes europeos con un fuerte compromiso en favor de una Europa que refuerce las políticas comunes para dar respuesta a unos retos e intereses que también son comunes.

Completar la gobernanza económica. Desde el punto de vista teórico, existe un elevado consenso en que la arquitectura institucional creada en respuesta a la crisis del euro es incompleta, le falta como mínimo: completar la Unión Bancaria con un sistema común de garantía de depósitos y apuntalar la función de estabilización macroeconómica con algún esquema fiscal anticíclico. Donde hay menos acuerdo es en los mecanismos concretos para reforzarla. En otra entrada (y con más detalle aquí), aproximaba las distintas opciones distinguiendo entre las que encajan en la lógica de la acción común, frente a las de la responsabilidad individual de los países, que se pueden sintetizar en el siguiente cuadro –para un cuadro más detallado, ver Moreno (2018).

La próxima Comisión y Consejo europeos tendrán que liderar la iniciativa en estas reformas, insertadas también en un debate más amplio sobre el esquema de toma de decisiones. Actualmente, en línea con la lógica de responsabilidad de país, prima un esquema de federalismo ejecutivo –con preponderancia del Consejo Europeo en la toma de decisiones y los nombramientos–. La lógica de la acción común pasaría por pasar a una gobernanza, toma de decisiones y rendición de cuentas con mayor peso del Parlamento Europeo.

Una política social europea. Uno de los objetivos de la UE es la promoción de la cohesión económica y social y la solidaridad entre los Estados miembros. Sin embargo, un reciente estudio sobre las desigualdades en Europa ha puesto de manifiesto cómo, sin perjuicio de diferencias entre países y de distintos realidades a lo largo del ciclo, en general, a lo largo de los últimos 40 años ha crecido la desigualdad entre los países europeos, dentro de cada país y entre los ciudadanos europeos. Por ejemplo, las rentas medias de los países del sur de Europa, que estaban en la media europea en 1980, se sitúan ahora por debajo, mientras que los países nórdicos han aumentado de manera persistente su nivel de renta respecto a la media. En casi todos los países el 10% de la población con mayor nivel de renta ha visto aumentar su participación relativa en la renta nacional (con la notable excepción de España), mientras que ha disminuido la participación del 50% de la población con menor nivel de renta. Esto también se observa para el conjunto de los ciudadanos europeos (ver gráfico).

El crecimiento de la desigualdad está poniendo en peligro el proyecto europeo a través de su efecto en la polarización de las posiciones políticas. Es necesario impulsar el Estado social europeo. Los países no tienen margen suficiente para desarrollar su propia política social, menos aún en un contexto de competencia a la baja de la protección social (no solo global, sino en la propia Europa), incluida a través de la competencia fiscal, necesaria para obtener los recursos necesarios que sostengan las políticas sociales. Hace falta dar cuerpo institucional al pilar europeo de derechos sociales con políticas concretas que permitan reforzar y exportar nuestro modelo de bienestar y para afrontar los grandes retos como el cambio tecnológico, el cambio climático, la inmigración o la brecha de género. Parte importante de este desafío pasa por un potente presupuesto europeo para desarrollar estas políticas y por una mayor armonización fiscal, seguramente, liberándonos de la “tiranía” de la regla de unanimidad en la coordinación de las políticas tributarias.

Impulsar el crecimiento potencial europeo. La mayor parte de los analistas señalan que la zona euro se encuentra en tasas de crecimiento cercanas a su nivel potencial –el nivel de crecimiento máximo que se puede alcanzar dados los factores de producción, sin generar presiones inflacionistas– que, tras la crisis del euro, se ha estancado en torno al 1,5 por ciento del PIB, por debajo de los niveles previos a la crisis y lejos del crecimiento potencial de EEUU, de alrededor del 2 por ciento. Europa debe potenciar su crecimiento futuro y evitar caer en un problema de estancamiento secular, lo que exige incidir en todos los factores de producción: trabajo (limitado por el envejecimiento de la población, lo que entronca también con el reto de la inmigración), capital (Europa se ha quedado rezagada con respecto a EEUU) y productividad total de los factores (que incluye todos los factores de crecimiento que no son ni trabajo, ni capital; principalmente, instituciones, entorno económico e innovación, investigación y desarrollo). Este esfuerzo solo puede alcanzarse con políticas comunes, por ejemplo, de impulso de las infraestructuras y habilidades digitales, la consolidación del mercado único y una fuerte política de competencia, el desarrollo del mercado de capitales y un verdadero sistema financiero paneuropeo o el impulso a una política industrial europea  El reto es global, no competimos entre nosotros sino con el resto de países del mundo y Europa corre el riesgo de quedarse atrás si no actúa de manera conjunta.

La lucha contra el cambio climático. El último informe del panel intergubernamental de expertos de sobre cambio climático de Naciones Unidas (IPCC), alerta de que, con el ritmo actual de emisiones de dióxido de carbono, a partir de 2030, se podría alcanzar un calentamiento global de 1,5 oC. Limitarlo a este nivel exigiría una acción decisiva a nivel planetario en la próxima década, incluyendo una reducción del 45% de las emisiones. Este tipo de esfuerzo exige una transformación a gran escala de infraestructuras energéticas, urbanas, rurales e industriales, para la que hace falta potenciar la estrategia europea y las políticas comunes de adaptación al cambio climático. El calentamiento de 1,5 oC no impide los efectos perniciosos en términos, por ejemplo, de aumento del nivel de agua del mar, escasez de agua, inundaciones, olas de calor y sequías; pero sí lo haría más manejable que si el calentamiento fuera aún mayor.  Para todos estos efectos, que afectan a todos los países europeos, si bien de manera dispar, también hará falta una política común europea. Europa debe además liderar con el ejemplo y reforzar su capacidad de influencia y persuasión con el resto del mundo para que se consiga el objetivo global.

Todos estos retos requieren una Europa más fuerte que solo se puede conseguir con unos líderes convencidos del proyecto europeo. Europa es un barco de todos con múltiples mástiles, no sirve la lógica de que cada país aguante su vela.