
El 26 de julio de 2012, arrasados los mercados de deuda y profanados los mecanismos de transmisión de la política monetaria, entró el presidente del Banco Central Europeo en una conferencia en la City londinense y, ante algunos de los bancos y fondos de inversión más importantes del mundo, afirmó que haría “todo lo que fuera necesario” para salvar a su dios, que era una moneda única. El texto de ese discurso gozó de una veneración especial y quienes lo leyeron y releyeron dieron en olvidar que el autor se limitó establecer una excepción a la política monetaria habitual, y no una regla.









