2021, el principio de la recuperación

El 9 de noviembre los mercados recibieron un chute de optimismo. El avance del escrutinio en Estados Unidos despejaba la incertidumbre sobre quién sería el próximo inquilino de la Casa Blanca. Y el anuncio de Pfizer y BioNtech marcaba la última fase de la carrera hacia la aprobación de las primeras vacunas, que podría producirse antes de que acabe el año. La tónica de aquel día se ha mantenido durante el mes de noviembre, con fuertes revalorizaciones de los activos de riesgo (acciones y deuda privada), que anticipan un año más propicio para la economía global. Mientras, la pandemia ha seguido golpeando en Europa, en Estados Unidos y en otros países como Japón; estas nuevas olas de infección no están teniendo las mismas consecuencias en términos de pérdida de actividad que las de la primavera. Pero sin duda van a hacer que el tramo final de 2020 sea más flojo de lo anticipado, lo que tenderá a moderar el rebote del PIB en 2021. El año volverá a ser anómalo y seguirá marcado por la pandemia; pero podemos estar bastante seguros de que será un año de recuperación, por comparación con este que termina.

A la espera de conocer los datos del cuarto trimestre, 2020 será recordado por las caídas del PIB en todo el mundo. El crecimiento global estará en torno a ocho puntos por debajo de su tendencia a medio plazo, con un perfil por países con notables divergencias, sobre todo teniendo en cuenta que el choque ha sido común. La pandemia ha supuesto una gran prueba de gestión, sanitaria, económica y financiera; los países con mayor capacidad han salido bien parados: China, a pesar de ser la primera en sufrir el azote del virus, crecerá en torno al 2%, solo cuatro puntos por debajo de su ritmo tendencial; el PIB estadounidense caerá menos del 4%, un registro no alejado del peor año de la crisis financiera, mientras en Alemania la pérdida de producción estará por debajo del 6%. El resto de economías europeas grandes rondará el -10% (Italia, Reino Unido y Francia), mientras España será probablemente la economía que más sufra, con un descenso del PIB que superará el -11%.

En el mundo emergente, el daño económico de la pandemia será también profundo, aunque de distinto alcance: México estará entre las economías más golpeadas, ahondando en un desempeño reciente decepcionante, mientras Brasil, a pesar de la grave incidencia sanitaria, saldrá mejor parado. India, la campeona de crecimiento mundial durante los próximos años, perderá en torno al 10% de su PIB. Afortunadamente, el impacto en los países de renta más baja será moderado (una caída de -1,2% según el FMI) y el África Subsahariana perderá algo más del 3%.

Frente a este año catastrófico, 2021 lo tiene fácil para que los registros de crecimiento nos hagan pensar en una recuperación de la economía. Cuando llegue la primavera y comencemos a comparar con la fase más estricta de los confinamientos, el crecimiento interanual mostrará un fuerte aumento, que permitirá que, en las economías desarrolladas, el crecimiento anual del PIB se sitúe entre el 3,5 y el 7%, dependiendo de la profundidad de la caída en 2020 y de la sensibilidad de la actividad a la evolución del riesgo sanitario que va a seguir marcando el primer semestre. Aunque las vacunas nos hagan soñar con una vuelta a febrero de 2020, la pandemia ha demostrado de nuevo en las últimas semanas la rapidez con la que se producen los contagios y el riesgo de que se vuelva a comprometer el normal funcionamiento de los servicios de salud.

Si los proyectos más avanzados (Pfizer-BioNtech, Moderna, Astra Zeneca-Oxford y Sinova Biotech) se aprueban y comienza la vacunación en enero, la dinámica de la pandemia hacia la inmunidad, que seguirá marcada por nuevas olas de contagio, se irá haciendo más suave, hasta llegar al verano. Hacia principios del otoño, el nivel de actividad podría acercarse al alcanzado en 2019. Existe mucha incertidumbre sobre la capacidad logística para acelerar el proceso de vacunación y sobre la propia eficacia de las vacunas, dada la celeridad con la que se ha desarrollado todo el proceso de pruebas clínicas respecto al habitual. Frente a última incertidumbre, la diversidad de proyectos en marcha es la mejor garantía de que dispongamos de una vacuna exitosa.

La rapidez con la que ha avanzado el esfuerzo público-privado para encontrar una vacuna al COVID-19 es quizá la mejor noticia que nos deja este final de año tan pródigo en calamidades. Es una prueba de que, cuando se suman la disponibilidad masiva de recursos financieros con el uso cooperativo del conocimiento científico y las capacidades de investigación, el resultado puede sorprender. Desde el punto de vista de las perspectivas macroeconómicas, las vacunas añaden un elemento de riesgo de desviación al alza. Durante todo el 2020, todas las previsiones tenían una distribución de riesgos sesgada hacia mayores desplomes del PIB. En 2021, es posible que las tasas de crecimiento del PIB sean mayores de lo anticipado por dos motivos. En primer lugar, ya hemos comprobado que la economía respira con fuerza cuando retrocede el riesgo sanitario (así quedó patente en el tercer trimestre, con sorpresas de crecimiento del PIB en EEUU y Europa). En segundo lugar, las políticas macroeconómicas seguirán siendo muy expansivas en 2021; los bancos centrales siguen afinando sus instrumentos para no reducir el grado de estímulo mientras por el lado fiscal, la nueva administración Biden tratará de aprobar un nuevo paquete de apoyo a empresas y familias mientras en la UE se iniciará la implementación del Plan de Recuperación (si se consigue vencer la resistencia de Hungría y Polonia).

Pero no nos dejemos llevar por el espejismo de las tasas de variación. La pandemia va a dejar un paisaje de daños económicos y sociales catastrófico, con pérdidas de empleo, destrucción de empresas, aumento de la desigualdad y de la pobreza. Y aunque las cifras de 2021 parezcan auspiciosas, el virus seguirá golpeando durante gran parte del año.

Y las cicatrices serán duraderas. El nivel de PIB de 2019 no se recuperará, en países como España hasta finales de 2022 ó 2023. Incluso cuando llegue ese momento, la brecha de producción seguirá siendo negativa, de manera que seguiremos produciendo por debajo de nuestro potencial. El coste económico total será mucho mayor. Cutler y Summers (2020) han estimado para Estados Unidos un coste total, incluyendo la pérdida de vidas humanas, que asciende al 90% del PIB (y ya hemos señalado que EEUU es uno de los países que mejor ha encajado esta crisis).

Aproximarnos al final de este 2020 y poder mirar al año que entra con esperanza favorecerá sin duda una mejora anímica que ayudará a que se normalice el gasto. Tendremos que canalizar todas las energías hacia trabajar de manera muy activa para que 2021 sea el primero de unos años de recuperación, que permitan además sentar las bases de un nuevo período de prosperidad. Porque tardaremos años en superar las consecuencias de esta segunda gran crisis del siglo veintiuno. Una tarea ineludible es conseguir que las vacunas se distribuyan también en los países de renta media y baja. Debería ser la primera prioridad dentro de una nueva fase de cooperación económica y financiera multilateral que deje atrás estos años de desbarajuste y agitación de la política del cada uno por su lado.