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Y Boris vio la luz

En septiembre de 2017, poco más de un año después del referéndum del brexit, Michel Barnier presentó a Theresa May una propuesta de salvaguarda, es decir, un conjunto de medidas técnicas para evitar una frontera física en Irlanda –en cumplimiento de los Acuerdos de Viernes Santo–, cualquiera que fuera el modelo de relación definitiva entre el Reino Unido y la Unión Europea. Era específica para Irlanda del Norte, y exigía que esta permaneciese en el entorno regulatorio europeo en cuatro ámbitos: productos agroalimentarios, productos industriales, aranceles e IVA. Por supuesto, como Gran Bretaña –es decir, el resto del Reino Unido– mantendría su propio régimen regulatorio, arancelario y fiscal, era preciso además controlar el tráfico interior en el Mar de Irlanda (donde una frontera, cuando hay mar de por medio, se ve siempre natural). A eso añadió unas normas para evitar una carrera a la baja en normativa laboral o medioambiental, y la seguridad de que la salvaguarda permanecería en vigor hasta que fuera innecesaria, bien porque la relación con el Reino Unido fuera de elevada integración, o porque la tecnología lo permitiese.

Cincuenta sombras de brexit

1) El referéndum de 2016 no era vinculante.

2) El referéndum no obligaba a notificar inmediatamente el artículo 50 que iniciaba el procedimiento de salida sin discutir antes internamente el modelo de brexit.

3) El gobierno británico se comprometió siempre a no establecer controles de ningún tipo en la frontera entre las dos Irlandas.

4) La necesidad de evitar una frontera en Irlanda es una cuestión puramente política.

5) La forma de evitar una frontera en Irlanda es una cuestión puramente técnica.

Todavía quedan jueces en Londres… pero no bastan

A mediados del siglo XVIII, Federico II el Grande, rey de Prusia, decidió construir un nuevo palacio como residencia de verano en Sanssouci, a las afueras de Potsdam. Una vez instalado, pronto se vio importunado por el ruido de un molino cercano, y dio orden de adquirir el terreno a su propietario, y echarle de allí si se negaba. El molinero acudió a los tribunales, que le dieron la razón: nadie, ni siquiera el monarca, podía desalojarle de su propiedad. Cuando recibió la sentencia, el rey no solo no se molestó, sino que, admirado de la valentía e independencia del poder judicial en su reino, exclamó: “todavía quedan jueces en Berlín”.

10 Downing Street, finales de julio (2ª parte)

–¡Ah, ya estás aquí, Dominic! Pasa, pasa, te estaba esperando.

Dominic Cummings entró en el despacho del primer ministro arrastrando los pies. Su aspecto no podría ser más informal: una barba de varios días, encanecida, que contrastaba con el negro de su ya escasísimo pelo, pero a juego con su blanca camisa arrugada, algo desabrochada y arremangada por los codos. Llevaba en bandolera una bolsa de cuero que se quitó y dejó en el suelo para, ya sentado, extraer de ella unos papeles que colocó encima de la mesa de su anfitrión.

Boris Johnson, sentado por segundo día en su silla de primer ministro, intentó parecer cariñoso, algo que no le salía demasiado bien:

–Hacía tiempo que no nos veíamos. Desde la campaña del Leave, creo. Estuviste brillante, sí. Brillante. Me alegra que podamos volver a trabajar juntos.

Diccionario terminológico del brexit

Acuerdo comercial. Acuerdo entre países por el cual, tras una exhaustiva negociación en el que se enfrentan distintos intereses y hay importantes concesiones por todas las partes, se reducen las trabas al comercio y se regulan aspectos complementarios. La complejidad de las cuestiones hace que –salvo en el caso de acuerdos con países muy pequeños– la duración media de dichos acuerdos sea de varios años, salvo para los defensores del brexit, que se ven capaces de negociar desde cero un acuerdo con Estados Unidos, China, Japón o Mercosur en unas pocas semanas.

El ciudadano de una Europa que protege

Narra Cicerón en su libro Contra Verres que pronunciar la frase “soy ciudadano romano” (civis romanus sum) era la forma que tenían los ciudadanos del imperio romano de exigir sus derechos legales. Hacerlo constituía toda una advertencia a quien la escuchara de que la fuerza de Roma vengaría cualquier afrenta o abuso de poder. Por pronunciar esa frase se salvó san Pablo de ser azotado por un centurión, y en ella se basó el orgulloso “Soy berlinés” (ich bin ein Berliner) que pronunció John F. Kennedy en 1963 frente al muro de la vergüenza.

En el fondo, la expresión no es más que la manifestación de orgullo de la pertenencia a un ente que defiende tus derechos y te protege frente a los abusos. Justo lo que intenta hoy, con mayor o menor éxito, la Unión Europea.

Desigualdad regional

Como veíamos, el análisis de la desigualdad está prestando una creciente atención a la desigualdad ente grupos de personas (desigualdad horizontal), que incluye la que se produce entre regiones, como complemento a la desigualdad interpersonal (o vertical). La constatación de la persistencia de la desigualdad regional cuestiona los postulados tradicionales que planteaban que, a través de un efecto de arrastre, las regiones más dinámicas remolcarían a las más atrasadas. Se añade además un problema adicional de desafección de las regiones menos avanzadas que pueden favorecer posiciones populistas en los procesos electorales. Las nuevas recomendaciones de política económica en este ámbito pasan por recuperar las políticas de desarrollo regional en Europa.

Curvas en la recta final del brexit

Boris Johnson será, salvo sorpresa de última hora, el nuevo primer ministro del Reino Unido. Lo curioso es que no lo será tras unas elecciones legislativas, sino tras las primarias de su partido. Es decir, el nuevo inquilino del número 10 de Downing Street no habrá sido elegido por los ciudadanos, sino –cosas de la democracia británica– por los 310 parlamentarios y los 160.000 afiliados del partido conservador. Menos del 0,3% de la población.

10 Downing Street, finales de julio

El flamante nuevo primer ministro se sentó en su mesa, ordenó mecánicamente los bolígrafos y varios papeles y se quedó un momento pensativo. Luego hizo venir al asesor para asuntos europeos.

–Buenos días, señor Primer Ministro. ¡Enhorabuena! Para mí es un honor…

–Gracias, gracias –le interrumpió, displicente–. Vamos directamente al grano. Siéntate aquí y cuéntame, ¿cómo va eso del brexit?

El embrión del presupuesto euro y la urgencia italiana

Los documentos acordados en el Eurogrupo y refrendados por el Consejo Europeo en su reunión del 21 de junio sobre la reforma del euro han sido saludados por un coro de lamentos. Aunque ha habido ministros que han hablado de una mini-revolución, la mayoría de economistas que siguen el tema se han lamentado del corto alcance de las medidas acordadas. No hay grandes novedades ni en las líneas básicas del Instrumento Presupuestario para la Convergencia y la Competitividad (BICC) ni en el borrador de acuerdo modificado para el Mecanismo Europeo de Estabilidad. Algunos han llegado a concluir que, para este resultado, mejor no haberse molestado, sobre todo cuando los últimos acontecimientos confirman que la necesidad de una política fiscal del euro es acuciante. No es que disienta de esta interpretación, pero ofrecería otra: a corto plazo, la zona euro se la juega en Italia, no en el presupuesto.