El proyecto estrella de política económica de la Administración Trump es la reforma fiscal. Con estricta fidelidad a su estilo de comunicación, se la ha bautizado, antes incluso de nacer, recurriendo a la hipérbole: dramática, la mayor rebaja de impuestos de la historia, la clave para hacer América grande de nuevo… Aunque todavía estamos en los prolegómenos de un proceso legislativo que se prevé arduo, los debates iniciales ya ofrecen algunos ejemplos ilustrativos del uso del análisis económico aparentemente serio para fundamentar reformas de gran calado en la estructura tributaria.
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¿G20 o G19?
La cumbre del G20 de Hamburgo (7-8 de julio) ha logrado sostener el paso de la reforma del orden económico internacional a base de una doble estrategia: en los temas donde es posible consenso, se mantiene la tónica de los últimos cinco años, en los que cada cumbre aporta algún elemento incremental construyendo sobre lo heredado de la cumbre anterior (en este caso, destaca el reforzado énfasis en la inclusión); y en los temas más conflictivos desde la llegada de la administración Trump, se avanza sin EEUU en el caso del clima, y en comercio, se opta por hacer una agenda más compleja que tenga en cuenta las distintas sensibilidades. En este sentido, la noticia puede ser cínicamente optimista: Trump no ha roto los esquemas; pesimista: el G20 no sirve para nada, es un instrumento para preservar el statu quo; o moderadamente optimista/pesimista: se avanza en algunas direcciones adecuadas, pero no en todas y a ritmo lento (acaso inevitable, en el G20 los grandes acuerdos se han dado en los momentos de más tensión).
¿Qué puede hacer el G20 ante Trump?
Con la llegada de la administración Trump se ha planteado en los medios de comunicación una creciente duda sobre la capacidad del G20 para salvar la globalización. La ausencia en el comunicado de la reunión de ministros y gobernadores de marzo en Baden-Baden de una condena al proteccionismo –se ha sustituido por un “trabajamos para fortalecer la contribución del comercio a nuestras economías”–, o de un apoyo al acuerdo de París sobre el cambio climático, se han interpretado como un triunfo de la nueva administración americana. Más allá de lo simbólico de las palabras de un comunicado, ciertamente, el G20 enfrenta un reto para frenar el creciente impulso antiglobalizador (Trump, Brexit, o extremos políticos en Europa), pero, precisamente es el foro mejor equipado para hacerlo; desde su redefinición en 2008, es, ante todo, un foro útil para la gestión de crisis.
Trump y el reflejo de Hoover
En el año 1928 una gran parte de la población de Estados Unidos se sentía descontenta. La tecnología y la globalización habían puesto a los agricultores en una precaria situación: los vehículos de motor habían desplazado a los animales de carga y generado un excedente agrícola que presionaba a la baja precios y salarios, y al que no podía darse salida por el competitivo precio de las importaciones, que se percibían como una amenaza.
En paralelo, la inmigración mexicana se consideraba un problema. A los numerosos mexicanos que decidieron quedarse en los territorios incorporados a Estados Unidos tras la guerra de 1848 se sumaron los exiliados y desplazados por la revolución mexicana de 1910-1920. Muchos trabajaron en la minería, la industria o los ferrocarriles y favorecieron la expansión americana, pero con la crisis de 1920-21 comenzó una agresiva campaña anti-inmigración que se tradujo en 1924 en la creación de una Patrulla Aduanera en la frontera con el país vecino (el muro no comenzaría a construirse hasta setenta años después).
La política comercial en la era Trump
La incertidumbre y la precipitación han marcado los primeros pasos de la política comercial en la era Trump: órdenes ejecutivas, mensajes confusos luego matizados, mezcla de churras (reforma impositiva con ajustes en frontera, aranceles) con merinas (financiación del muro con México) y escasa argumentación económica. No obstante, quizás ya es momento de hacer unas primeras reflexiones sobre las líneas maestras de la política comercial apuntadas por el presidente Trump y su principal asesor en materia comercial, Peter Navarro –catedrático de la Universidad de California y director del nuevo Consejo Nacional de Comercio–, conocido por sus polémicos libro y documental en los que denuncia el perjuicio que China ha causado a la industria nacional.
Los mercados y su luna de miel
Si algo no ha faltado en los casi tres meses desde las elecciones presidenciales de Estados Unidos (dos semanas desde la inauguración) es acción. La sensación de encontrarse dentro de una película, híbrido entre western y fantasía política futurista, no ha desaparecido. Ha habido marchas multitudinarias, peleas abiertas con la prensa, revelaciones de espías… La inquietud por el curso que pueden tomar los acontecimientos parece compartida por todos. ¿Todos? No, los mercados financieros y en particular las Bolsas, viven un momento dulce.
México: La cuesta del diecisiete
Con el tránsito del año, los traders suelen actualizar la lista de países considerados vulnerables. Es probable que la economía mexicana haya sido de las más evocadas en las salas de contratación durante las navidades. Y es que el nuevo presidente de su principal socio comercial les ha puesto en su punto de mira, amenazándoles con muros, aranceles, deportaciones masivas e incluso bloqueo a las remesas de los emigrantes. El peso mexicano se convirtió de hecho en uno de los más finos indicadores del estado de la contienda electoral estadounidense. Desde el 9 de noviembre ha perdido un 16% de su valor respecto al dólar.
El mundo después de Trump: un efecto secundario (potencialmente) positivo
Trump ha ganado. Hay que repetirlo muchas veces para internalizar la enormidad de lo que supone que Donald Trump se vaya convertir en pocas semanas en la persona con más poder del mundo.
Es seguro que las futuras generaciones verán el 8 de noviembre de 2016 como un hito de la historia mundial. Sea como reversión de las políticas globalizadoras y el camino hacia un orden mundial menos liberal y pacífico; o como el momento en que las élites mundiales internalizan plenamente las consecuencias de la globalización sobre las clases medias-bajas del mundo desarrollado y actúan en consecuencia; o incluso, como el principio del fin de los movimientos populistas, cuyas recetas simplistas suelen quedar en evidencia cuando se ven obligados a gobernar. Sea como fuere, pocas cosas seguirán siendo iguales tras la llegada de Trump al poder.