El filósofo Stephen M. Gardiner explica magistralmente en su ensayo “La tormenta moral perfecta” cómo el cambio climático es seguramente el problema más complejo y más grave al que nos enfrentamos como Humanidad. El más complejo, porque impacta prácticamente a todas las disciplinas y pilares de nuestra sociedad. Desde nuestra propia seguridad física o psicológica hasta la política o la economía, todo cobra una nueva dimensión bajo el prisma del calentamiento global. Y el más grave porque está en juego nuestra propia supervivencia como especie. Además, la urgencia por mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del cambio climático, así como la necesidad de incorporar medidas para adaptarnos a sus impactos, tienen ambas profundas connotaciones éticas que añaden complejidad al problema.
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El desafío macroeconómico de la transición energética
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (más conocido por su acrónimo en inglés, IPCC) acaba de publicar su Sexto Informe de Evaluación, que concluye que el ser humano ha contribuido “de forma inequívoca” al aumento de los gases de efecto invernadero y al calentamiento global, en parte ya de forma irreversible.
Aunque el clima es un sistema complejo y dinámico y lleno de incertidumbres, en este momento dejarse llevar por el optimismo y no por el principio de prudencia sería más o menos equivalente a cuando veíamos que la pandemia de COVID estaba afectando de forma intensa a Italia y pensábamos que a nosotros no nos iba a pasar. Y es que, precisamente porque el clima es un fenómeno dinámico, puede llegar un momento en que los efectos del calentamiento global sean exponenciales y de difícil contención.
Economía del cambio climático (IV): Fallos de mercado
En las entradas anteriores se abordaban los costes asociados a los gases de efecto invernadero (GEI), tanto de las emisiones, como los costes en los que se incurre en las distintas alternativas tecnológicas de reducción de emisiones. La comparativa entre ambos permite tratar de identificar las estrategias más eficientes para reducir los GEI. Ahora bien, las distintas estrategias frente al cambio climático están sujetas a distintos tipos de fallos de mercado, de forma que este tipo de análisis no capta adecuadamente los costes y beneficios sociales de la lucha contra el cambio climático, lo que exige la intervención y la regulación pública. El informe Stern popularizó la consideración del cambio climático como “el mayor fallo de mercado que el mundo ha visto”. En efecto, presenta todos los problemas clásicos de fallos de mercado, incluidos: su naturaleza de bien público, las externalidades, problemas de información asimétrica o los fallos de distribución. Interesa señalar aquí algunos ejemplos de estos fallos y sus implicaciones.
Economía del cambio climático (III): los costes de reducir CO2
En la entrada anterior se abordaban los costes que generan las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En este tipo de análisis es habitual recurrir a los modelos IAM simples (Integrated Assessment Models), que estiman el coste neto actual de las emisiones de GEI, sintetizando en un precio, como, por ejemplo, el coste social del carbono (CSC), el valor neto de todos los costes y beneficios que se generan al emitir una tonelada adicional de CO2, es decir, una aproximación del coste marginal de las emisiones. El siguiente paso del problema económico que plantea el cambio climático sería comparar este coste con los costes en los que se incurre en las distintas alternativas tecnológicas de reducción de emisiones, para tratar de determinar las estrategias más eficientes. Ahora bien, de la misma manera que el CSC, estos costes también están sujetos a mucha incertidumbre por su componente dinámico.
Economía del cambio climático (II): los costes de emitir CO2
En una entrada anterior (previa al estallido de la COVID-19) veíamos el problema a resolver que plantea el cambio climático, que continúa siendo un reto central para la economía global y puede ser ahora también el eje sobre el que dar respuesta a la crisis del coronavirus, impulsando una transición de nuestras estructuras económicas hacia una economía verde. Como veíamos, el objetivo científico es contener el aumento de la temperatura a 2oC por encima de los niveles preindustriales y preferiblemente a 1,5oC, lo que exige reducir a cero las emisiones netas de dióxido de carbono, CO2 (y también de otros gases de efecto invernadero, GEI), en las próximas cinco décadas (tres, si el objetivo es 1,5 oC). Desde un enfoque económico, el siguiente paso analizar los costes que generan las emisiones de GEI y los costes en los que se incurre en su reducción para tratar de determinar las alternativas más eficientes y/o eficaces para reducirlas. La estimación de estos costes está sujeta a una incertidumbre muy elevada porque deben estimar impactos de muy largo plazo y los distintos modelos presentan estimaciones muy dispares. En esta entrada nos centramos en los costes de las emisiones de CO2.
Economía del cambio climático (I): el problema a resolver
Frenar el cambio climático es el principal reto de medio plazo al que se enfrenta la comunidad internacional. Se trata de un objetivo mayúsculo que requiere un esfuerzo generalizado en todos los ámbitos políticos y sociales, incluyendo un papel especialmente importante para la política económica. El problema a resolver es determinar y llevar a cabo las políticas económicas más eficientes y políticamente viables para reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI) y las alternativas afectan a todos los ámbitos de política económica en los que es necesario actuar de manera conjunta ‒incluyendo las políticas: fiscal, financiera, monetaria, laboral, sectoriales o de consumo‒. El primer paso del problema es determinar cuánto deben reducirse las emisiones y dónde se concentran, y la respuesta ya la ha dado la ciencia del cambio climático.
Bancos centrales y cambio climático
Christine Lagarde ha declarado que quiere que el cambio climático se integre en las políticas del Banco Central Europeo (BCE). No se trata de un objetivo nuevo para los bancos centrales (destaca el impulso del Banco de Inglaterra), aunque sí incipiente y sujeto a un amplio debate, cuestionado, por ejemplo, por los gobernadores del Bundesbak o del Banco de Italia. Tampoco es un reto nuevo para Lagarde que ya venció resistencias para incorporar el cambio climático en la labor del FMI. La esperada revisión estratégica de la política monetaria del BCE (una actualización necesaria, tenido en cuenta que la última revisión es de 2003) es una buena oportunidad para modernizar los objetivos y las políticas del BCE incorporando el cambio climático.
¿Un arancel europeo al carbono?
La presidenta electa de la Comisión, Ursula von der Leyen, tiene una ambiciosa agenda en cambio climático, y ha encomendado al futuro Comisario de Comercio, el irlandés Paul Hogan, “el diseño e introducción, en colaboración con el Comisario de Economía, de un arancel sobre las importaciones de carbono que sea plenamente compatible con las reglas OMC”. Todo un desafío.
La dimensión macro de la política contra el cambio climático (II)
En la entrada anterior se repasaba la anómala situación macro actual en el mundo desarrollado y la probable afluencia de un volumen importante (quizá en torno a dos puntos de PIB/año) de inversión real asociada a la prevención del cambio climático en los próximos años.
Volvamos a nuestra pregunta al inicio de esa entrada: ¿cómo puede modificar nuestro panorama macro este conjunto de proyectos para prevenir el cambio climático? En un mundo desarrollado que, como vimos, está ayuno de proyectos atractivos de inversión real, esta oleada de formación bruta de capital “físico” parecería a primera vista justo lo que el paciente necesita.
La dimensión macro de la política contra el cambio climático (I)
El problema del cambio climático lleva más de dos décadas en nuestras vidas, pero por distintos motivos (incluyendo su persistente agravamiento) es ahora cuando por primera vez se atisba una respuesta generalizada y a gran escala desde el mundo desarrollado: reflejada en los planes nacionales integrados de energía y clima de la UE, en iniciativas más deslavazadas pero ambiciosas en Japón y China, e incluso en los planes de algunos congresistas y candidatos presidenciales demócratas para un Green New Deal en EEUU (que ya están teniendo eco en iniciativas relevantes a nivel estatal y local).