Autor: Enrique Feás

Cataluña y la «curva de la sonrisa»: sede empresarial y valor añadido

En 1976 un ingeniero electrónico taiwanés llamado Stan Shih montó, con ayuda de su mujer y unos amigos, una pequeña empresa de computadoras. La empresa comenzó a fabricar equipos de formación y clones de Apple para, a partir de 1987, especializarse en ordenadores personales, momento en el que pasó a llamarse Acer.

A mediados de los noventa –en plena ola globalizadora– Shih decidió analizar la rentabilidad de su compañía y se dio cuenta de que, a medida que se desarrollaba la tecnología informática, la rentabilidad que obtenía en el proceso básico de fabricación y ensamblaje era cada vez menor.

Brindo por usted, señora Robinson: una economista a contracorriente

Ser mujer en el mundo de la Economía académica nunca fue fácil, y lo era aún menos en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, una joven británica consiguió brillar en la Escuela de Cambridge y obtuvo el reconocimiento no solo de figuras como Keynes, sino también de sus detractores. Se llamaba Joan Robinson, pero solían referirse a ella como “la señora Robinson”, por un motivo que reflejaba bien los prejuicios del momento: si la mencionaban solo por su apellido, todo el mundo daba por hecho que hablaban de un hombre.

Domicilio empresarial: el buque «Cataluña» comienza a virar

La salida de empresas de Cataluña desde el 1-O está dando lugar a mucha confusión respecto a cuáles son los efectos de los cambios de los distintos domicilios de una empresa, derivada probablemente de dos errores.

Un primer error es considerar que las decisiones de cambiar el domicilio social, el domicilio fiscal o la sede de dirección efectiva son decisiones independientes, autónomas y estáticas por parte de la empresa, cuando en realidad no son ninguna de las tres cosas: no son independientes, porque en muchos casos no se puede cambiar un domicilio sin cambiar el otro;  no son autónomas, porque algunas vienen exigidas por la regulación nacional o internacional o pueden ser rechazadas por la Administración; y no son estáticas, porque en general forman parte de un lento proceso de reducción de riesgos en Cataluña por parte de la empresa.

La ilusión europeísta se alimenta de futuro

Después de liderar a un país para ganar una guerra, Winston Churchill se presentó a las elecciones de 1945 y las perdió. Cuando ya era evidente en el recuento que los laboristas de Attlee iban a ganar la mayoría y Churchill iba a pasar la oposición, un día durante el almuerzo su mujer intentó consolarle y le dijo que, en el fondo, la derrota electoral “podría ser una bendición disfrazada”. Churchill replicó: “Pues por el momento está muy bien disfrazada”.

Quién le iba a decir a él, curtido en mil batallas, que aprendería tan tarde una de las reglas de oro de la política: los ciudadanos votan mirando hacia el futuro, no hacia el pasado. Bien lo saben en España partidos como el PCE o UPyD, que nunca vieron reflejados en forma de votos el agradecimiento de la población por sus aportaciones a la lucha contra la dictadura o a la regeneración democrática, respectivamente. Y es que, en cualquier proyecto político, el respeto por la historia o por los logros pasados suelen ser condición necesaria, pero no suficiente, para generar ilusión: un arma cuyo poder –como la poesía de Celaya– se alimenta de futuro.

Brexit, Cataluña y la Teoría de la Desintegración Económica

Así como durante la segunda mitad del siglo XX –en especial desde los años 90– el mundo vivió una considerable expansión de los procesos de integración económica, en las primeras décadas del siglo XXI la crisis financiera y la Gran Recesión han favorecido el retorno de los nacionalismos y de los populismos y un cuestionamiento del proceso liberalizador. Ello ha dado lugar a algunas propuestas de desintegración como el abandono del euro, la salida de la Unión Europea, la disolución del NAFTA o los impulsos secesionistas de algunas regiones europeas.

Todas ellas se han presentado siempre acompañadas de escenarios optimistas y unidimensionales, con beneficios ciertos y costes inexistentes. La realidad, sin embargo, es que los beneficios suelen ser bastante inciertos, y los costes, inevitables y ciertos. En el fondo, lo que ha faltado es una evaluación económica seria de los costes de transición o, lo que es lo mismo, una verdadera Teoría de la Desintegración Económica y Monetaria.

Votaron con los pies: empresas e independencia

Charles Tiebout fue un economista y geógrafo estadounidense nacido el 12 de octubre 1924 que dedicó su vida a la teoría del federalismo fiscal. Desarrolló el concepto de “votar con los pies”, una posible solución al problema de revelación de preferencias sobre bienes públicos –y, por extensión, su financiación– que supone el hecho de que, en un marco descentralizado, una persona se mude a aquella jurisdicción donde las políticas sean más cercanas a su ideología o a sus intereses –mudanza que a veces resulta más fácil que cambiar de gobierno mediante el voto–. En el caso de personas jurídicas como las empresas, es lo que hacen todo el rato: tienden a localizarse en aquel territorio más favorable a sus intereses en términos de oportunidades de negocio, servicios, carga impositiva y seguridad jurídica.

Eso es lo que ha ocurrido en Cataluña, donde nadie invitó a las empresas a votar, pero al final lo han hecho: han ejercitado su “derecho a decidir” votando con los pies, evitando a toda costa el riesgo regulatorio de un gobierno regional que ha demostrado estar dispuesto a saltarse sin pestañear tanto la legislación estatal y autonómica como las sentencias judiciales.

Más allá de la austeridad: hacia un New Deal global

“Insistir en que ‘no hay alternativa’ es un eslogan político anticuado. En todas partes la gente quiere lo mismo: un trabajo decente, un hogar seguro, un medio ambiente saludable, un futuro mejor para sus hijos y un gobierno que escuche y responda a sus preocupaciones: en realidad, quieren un acuerdo distinto al que ofrece la hiperglobalización”.

Estas palabras pertenecen a la introducción del Informe sobre Comercio y Desarrollo de la UNCTAD (la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo) publicado en septiembre de 2017 y que lleva por subtítulo “Más allá de la austeridad: hacia un New Deal global”, por lo que nos vemos obligados –por alusiones– a hacer un análisis del documento. Y el resultado no solo es de lo más interesante, sino que el Informe de la UNCTAD resulta ser uno de los documentos oficiales más atrevidos que hemos visto en los últimos años.

El Premio Nobel de Economía que se arruinó en Bolsa

En 1997 la Academia sueca concedió el premio Nobel de Economía a Myron Scholes y Robert C. Merton por “un nuevo método para determinar el valor de los derivados”. Merton escribió que, antes de la teoría de la cartera, las finanzas eran “una colección de anécdotas, reglas de oro y manipulación de datos contables”. La teoría de la cartera –basada en los trabajos pioneros de otro premio nobel, Harry Markowitz– permitía “la evolución posterior de este popurrí conceptual a una teoría económica rigurosa”.

Merton y Scholes habían fundado tres años antes –junto con John Meriwether, antiguo vicepresidente de Salomon Brothers– un fondo de inversión libre de carácter especulativo, Long Term Capital Management o LTCM, con sede en Greenwich (Connecticut), que utilizaba estrategias de arbitraje combinadas con un elevado apalancamiento y que obtuvo elevados rendimientos en los primeros años. Todo el mundo les consideraba unos genios. Pero en 1998, a raíz de la crisis financiera rusa, sus modelos de riesgo se fueron al garete: el fondo perdió 4.600 millones de dólares en menos de cuatro meses, provocando la intervención de la Reserva Federal de los Estados Unidos, el rescate por otras entidades financieras y el cierre a comienzos de 2000.

Schuman, Europa y el mundo de ayer

La Primera Guerra Mundial se cerró en falso. El Tratado de Versalles, firmado en junio de 1919, establecía no solo la asunción de la culpabilidad de Alemania en la Guerra, sino también el pago de unas elevadísimas reparaciones. Además, el Tratado –una auténtica “Paz cartaginesa”, en palabras de Keynes– estipulaba que la región alemana del Sarre sería administrada por la Sociedad de Naciones, quien cedió a Francia su explotación económica durante 15 años.

Pocos años después, el impago de reparaciones por parte de una república alemana de Weimar en plena hiperinflación fue respondido con una ocupación por tropas belgas y francesas de la región alemana del Ruhr entre 1923 y 1925. La sensación de humillación, unida a la crisis económica, generaron un caldo de cultivo óptimo para la llegada al poder de Hitler.

Contra el capitalismo clientelar: cómo recuperar la cordura

La crisis asiática de finales de los 90 dio origen al término de “crony capitalism”, entendido como el conjunto de ineficiencias en el sistema capitalista derivadas de la existencia de empresas compinchadas con los poderes públicos o beneficiarias de su amiguismo o nepotismo (muy frecuentes en los países del sudeste asiático). Fue traducido inicialmente al español como “capitalismo de amiguetes” (aunque el término “crony” también quiere decir “compinche”, es decir, compañero en asuntos poco lícitos). Posteriormente, como esta relación de dependencia entre administrado y sector público quedaba muy bien reflejada en el concepto de clientelismo (basado no en el término moderno de cliente, sino en el de la antigua Roma, cuando un individuo libre se ponía bajo la protección de un patrono de rango socioeconómico superior, a cambio de sumisión y servicios y lealtad incondicional) hizo que prevaleciera finalmente la traducción de “capitalismo clientelar”.

Bajo el seudónimo de Sansón Carrasco –el bachiller de El Quijote– los siete editores de “Hay Derecho” acaban de publicar un interesante libro, “Contra el capitalismo clientelar”, con el subtítulo “O por qué es más eficiente un mercado en el que se respeten las reglas de juego”, en el que se analizan con rigor los orígenes y efectos de este problema, con especial referencia a España.