
Las últimas tres décadas han sido pródigas en calamidades que han afectado a todas las economías desarrolladas. ¿Todas? No, ha habido una que se ha mantenido incólume durante la fiebre de las puntocom, la caída de las Torres Gemelas e incluso la Gran Recesión. Australia lleva más de veintisiete años de crecimiento sin incurrir en los consabidos dos trimestres consecutivos de caída del PIB real que definen una recesión. Aunque se trata de una economía excepcional por muchos motivos, la experiencia australiana es útil para recordarnos que, si bien los ciclos nunca mueren, distan mucho de ser patrones que se repiten con regularidad y rasgos similares. Esta idea viene a cuento de la proliferación de pronósticos de una recesión próxima en Estados Unidos y el área euro, después del empeoramiento abrupto de las perspectivas económicas y financieras desde el otoño de 2018.
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