Las nuevas muestras de fragilidad de la economía mundial y su reflejo en el nivel de los tipos de interés a largo plazo han reavivado el debate sobre el alcance de los cambios en las políticas macroeconómicas tras la crisis. Hace dieciocho meses glosábamos el debate entre evolución y revolución entre Olivier Blanchard y Larry Summers en la clausura de la cuarta Conferencia sobre este tema en el Instituto Peterson. Pues bien, coincidiendo con la publicación de las aportaciones de aquella conferencia en forma de libro, los dos popes de la macro oficial han escrito una entrada en Voxeu en forma de epílogo actualizado. Subrayan como punto de partida que la Gran Depresión y la inflación de los años setenta provocaron cambios en el pensamiento macroeconómico de una profundidad mucho mayor a la que se observa tras la crisis reciente. Y repasan lo acontecido desde el otoño de 2017 y cómo puede influir en las visiones ligeramente distintas que sostenían entonces.
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¿A quién votaría Kelvin Lancaster?
Durante mucho tiempo la Teoría de la Demanda del Consumidor partió de la premisa de que los bienes eran homogéneos –es decir, con características muy similares–, de modo que el factor más relevante en la decisión de compra era el precio. Sin embargo, es evidente que la compra de un tornillo o un kilo de harina no tiene nada que ver con la de un smartphone o un automóvil. En estos casos, el precio es importante, pero puede pesar mucho más la existencia de determinadas características o prestaciones.
Trilemas en política económica
La “política económica” es primero “política”, es decir, administración para los ciudadanos (“politiké”) y, por tanto, envuelta en unos valores y una ideología acerca de los que se considera mejor para ellos; y segundo, “economía”, es decir, una herramienta para identificar el camino más apropiado hacia dichos objetivos. En línea con la primera de las 33 Tesis para la Reforma de la economía –que establece que ninguna meta económica puede separarse de la política–, las políticas económicas deben entenderse como recomendaciones establecidas a partir de unos valores, que se aplican en un contexto económico e institucional determinado. En este sentido, a partir del “trilema” (anglicismo) de valores libertad-igualdad-solidaridad, se puede establecer, aún a riesgo de simplificación, un esquema sobre los trilemas a los que se enfrenta la política económica.
Deficiencias del análisis económico
La ciencia económica se encuentra inmersa en un debate metodológico sobre las limitaciones del objeto y método de su análisis que se han abordado en el blognewdeal, incluyendo, por ejemplo, entradas sobre los juicios de valor, los modelos macro o la macroeconomía. Recientemente la revista The Economist ha publicado una interesante y polémica serie de artículos sobre las limitaciones del análisis económico en algunas de las principales áreas de la teoría económica. Son deficiencias bien conocidas, pero a menudo ignoradas por lo que resulta de interés un breve repaso de las mismas. Me centraré en cuatro: la teoría del crecimiento, el análisis microeconómico, la medida del bienestar y las barreras de entrada a la ciencia económica. Advertencia de antemano: las limitaciones no significan inutilidad de la ciencia económica y sus técnicas, sólo prudencia a la hora de proclamar las conclusiones e indicación de vías de mejora.
Georgescu-Roegen, un gigante al que subirse
Paul Samuelson, uno de los economistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, dijo de él que era economista de economistas y académico de académicos. Además, retó a cualquier economista informado a permanecer complaciente después de meditar sobre su ensayo Economía Analítica (1966). Muchos años antes de la economía del donut, Nicholas Georgescu-Roegen (G-R) llamó la atención sobre las bases biológicas del proceso económico y la necesidad de tomar en cuenta el uso cada vez más intensivo de recursos naturales finitos y el efecto de los residuos generados durante la producción. Su obra es una mina de ideas para los economistas; sin embargo, sigue siendo una figura marginal, sobre la que difícilmente oirá hablar un estudiante de la disciplina durante sus años de carrera.
Los límites morales del mercado
Aunque con notables excepciones como Tony Atkinson o Jean Tirole, los economistas han tendido a defender un análisis económico supuestamente ausente de juicios de valor. Sin embargo, las consideraciones de tipo moral están empezando a ocupar un creciente peso en el análisis de política económica. En este sentido, es reseñable que en la reunión anual de la American Economic Association, probablemente la más relevante reunión de economistas –no solo por el número de asistentes, sino por el nivel de los participantes– se dedicara una sesión a la distribución dirigida por Matthew Weinzerl (Harvard), incluyendo consideraciones de carácter moral. No se trata de cuestionar la utilidad de los típicos análisis coste-beneficio, sino de reconocer que no deben representar la única base en la toma de decisiones.
Myrdal: la actualidad del economista moral
En 1954 el Tribunal Supremo de Estados Unidos adoptó una de sus decisiones más trascendentes del siglo XX, la de Brown contra el Consejo de Educación, que declaró inconstitucional la segregación en la educación pública. En la sentencia, los jueces introdujeron como elemento determinante el daño psicológico irreversible que podría causar a los niños la separación por razas, apoyándolo en la investigación reciente en ciencias sociales. En esa famosa nota al pie número 11, el último de los trabajos citados era An American Dilemma, publicado por el economista sueco Gunnar Myrdal diez años antes. Encontré uno de sus últimos libros publicados (Against the stream, 1972) en una librería de segunda mano del Eastern Market en Washington D.C. y me ha llamado la atención lo pertinentes que son sus preocupaciones para los debates actuales.
Romer, la economía y la diplomacia
Todo el mundo coincide en que Paul Romer, el economista americano pionero en las teorías del crecimiento endógeno, es un tipo brillante. Pero sus problemas como Economista Jefe del Banco Mundial, que han terminado por provocar su salida de la institución, demuestran que no siempre los tipos brillantes en el ámbito académico triunfan en ámbitos como el de la gestión o el de la política.
¿Quién teme al cambio en la Economía?
La concordia navideña no ha calado este año entre los economistas. El año suele empezar fuerte con la reunión anual de la Asociación Americana de Economía (junto con otras asociaciones de ciencias sociales). Unas semanas antes, un grupo de heterodoxos notables había calentado el ambiente clavando en las puertas de la London School of Economics (con pegamento y unos martillos hinchables) unos papeles con 33 Tesis para la Reforma de la economía. Pretendían emular a Martín Lutero, que 500 años antes también clavó sus 95 Tesis para la reforma del catolicismo en las puertas de la Iglesia del Castillo de Wittenberg. Esta gamberrada, jaleada días después por el responsable de economía de The Guardian al grito de “¡Bienvenidos, herejes!”, ha suscitado varias reacciones de indignación y rechazo.
Brindo por usted, señora Robinson: una economista a contracorriente
Ser mujer en el mundo de la Economía académica nunca fue fácil, y lo era aún menos en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, una joven británica consiguió brillar en la Escuela de Cambridge y obtuvo el reconocimiento no solo de figuras como Keynes, sino también de sus detractores. Se llamaba Joan Robinson, pero solían referirse a ella como “la señora Robinson”, por un motivo que reflejaba bien los prejuicios del momento: si la mencionaban solo por su apellido, todo el mundo daba por hecho que hablaban de un hombre.