¿Quién teme al cambio en la Economía?

La concordia navideña no ha calado este año entre los economistas. El año suele empezar fuerte con la reunión anual de la Asociación Americana de Economía (junto con otras asociaciones de ciencias sociales). Unas semanas antes, un grupo de heterodoxos notables había calentado el ambiente clavando en las puertas de la London School of Economics (con pegamento y unos martillos hinchables) unos papeles con 33 Tesis para la Reforma de la economía. Pretendían emular a Martín Lutero, que 500 años antes también clavó sus 95 Tesis para la reforma del catolicismo en las puertas de la Iglesia del Castillo de Wittenberg. Esta gamberrada, jaleada días después por el responsable de economía de The Guardian al grito de “¡Bienvenidos, herejes!”, ha suscitado varias reacciones de indignación y rechazo.

Tras la pausa bloguera vacacional, los tuits se han convertido en artículos jugosos. Aunque la palabra neoliberal no suele faltar en estos textos, la discusión se produce entre lo que podríamos considerar heterodoxos de izquierda (Post-keynesianos, seguidores de la Economía de la Complejidad o similares) y ortodoxos de centro izquierda (Nuevos Keynesianos). Los economistas neoliberales de verdad no parecen interesados en este debate (o quizá es que no los leo lo suficiente, admito). Uno de los intercambios más interesantes ha sido el de Simon Wren-Lewis y Sheila Dow.

Ella escribió una entrada para el blog de Rebuilding Macroeconomics sobre la cultura de expertise en Macroeconomía. Él escribió en su blog una pieza cuyo título venía a ser algo como Por qué se lleva tantos palos la economía. Entre los puntos de fricción, hay dos que forman parte del meollo de todo este debate.

  1. La utilización de juicios de valor

Dow cuestiona la separación entre economía positiva (lo que es) y economía normativa (lo que debe ser) y sostiene que el trabajo de los economistas implica la utilización, no siempre consciente, de juicios de valor. No tanto los juicios explícitos que tradicionalmente se han estudiado en la Economía del Bienestar, que son aquellos que tienen que ver con los fines y con el criterio de bienestar social empleado (que equivale a comparar las utilidades o grados de satisfacción de individuos con distinto nivel de renta). Sino también juicios implícitos en la elección de los problemas a investigar, en su planteamiento y en la forma en la que se exponen los resultados y las implicaciones de política económica. Wren-Lewis cree posible el ejercicio de la economía sin juicios de valor y teme que la visión de Dow equivalga a dar carta blanca para mezclar el criterio personal con las convicciones éticas de cada cual.

Por cierto, la tesis número 3 de los reformadores recomienda que los economistas sean transparentes respecto a los juicios de valor que emplean, en particular cuando no salten a la vista del lector poco versado.

  1. ¿Es bueno el pluralismo?

Aquí la discrepancia es profunda y tiene que ver con la concepción del objeto de estudio y la naturaleza del conocimiento sobre él. Dow considera que todo conocimiento sobre la economía es incierto, pues la concibe como un sistema adaptativo complejo. Wren-Lewis mantiene la visión positivista que solo considera ciencia económica el conocimiento obtenido a través del método deductivo formalista: hipótesis tenidas por ciertas, teoría en forma de deducción y contrastación con datos. Para Dow el progreso requiere que se acepten como científicas otras formas de generar, evaluar y transmitir el conocimiento. El resultado será un conocimiento más robusto (y necesariamente menos determinista).

Wren-Lewis considera que el pluralismo es peligroso, pues permitiría a los políticos obtener sus recomendaciones de política económica a la carta. A su juicio todo sería más fácil si propios y extraños reconocieran que los economistas son como los médicos.

La crítica a la payasada de la Reforma es comprensible y hasta saludable. La analogía histórica es torpe, y la versión periodística está trufada de generalizaciones y afirmaciones de trazo grueso. Aun así, la lectura de las reacciones deja entrever algunos reflejos inquietantes.

En primer lugar, se repite demasiado la alusión a la ignorancia de los heterodoxos como argumento de respuesta: seguro que no han estado en las sesiones de Filadelfia, no han leído un artículo de una revista científica hace mucho, no saben que la economía es hoy una ciencia empírica libre de juicios de valor… Las corrientes heterodoxas llevan décadas formulando críticas rigurosas y muy bien informadas de la economía ortodoxa. Aunque quizá no sea muy notorio, la mayoría de las controversias teóricas sobre conceptos esenciales como la función de producción, la estabilidad del equilibrio o las condiciones para la agregación se saldaron con el triunfo de las tesis heterodoxas. Elegir las versiones vulgares de las posiciones opuestas no parece un buen hábito intelectual.

En segundo lugar, la ortodoxia está cambiando a muy buen ritmo; y lo está haciendo en la dirección que vienen reclamando los heterodoxos desde hace tiempo (y que vuelven a repetir en las Tesis). El número de la Oxford Review of Economic Policy que recoge las conclusiones del proyecto Rebuilding Macroeconomic Theory (algunos de cuyos artículos ya comentamos aquí) muestra los progresos en la introducción en los modelos macroeconómicos del sector financiero y de la heterogeneidad entre empresas y consumidores. Los cambios están llegando también a algunas instituciones encargadas de la política económica, como el FMI, la Fed o el Banco de Inglaterra. Pero las resistencias son enormes. Baste recordar el ejemplo reciente de la evaluación de la reforma fiscal estadounidense, donde se utilizaron distintas clases de modelos neoclásicos, con cuya lógica bajar impuestos a las empresas siempre aumenta el crecimiento. Por tanto, para que este programa de investigación en expansión se traduzca en avances duraderos necesitará tiempo y apoyo dentro de las comunidades académica y de política económica.

En tercer lugar, el espíritu crítico, motor del progreso científico, requeriría también desechar aquellas hipótesis e ideas la evidencia de estos años de crisis ha falsado. El trío que a mi juicio debería abandonar la casa estaría formado por la hipótesis de expectativas racionales, la hipótesis de eficiencia de los mercados financieros y el agente representativo. Obviar la incertidumbre, la heterogeneidad de consumidores y empresas o la inexistencia de un modelo único de la economía debería comenzar a ser inaceptable en el análisis de la macroeconomía y las finanzas. Pero para soltar este lastre, de nuevo se necesitaría dedicar más tiempo a empujar hacia el cambio y menos a tratar de contener las acometidas de los bárbaros heterodoxos.

Lo más preocupante, en fin, es el abierto rechazo al pluralismo por parte de alguien tan (supuestamente) moderado como Wren-Lewis. ¿Dónde está esa ciencia pura y objetiva? Vivimos un tiempo de ciencia extraordinaria en el que casi todos los pilares de la macroeconomía convencional están en entredicho (por ser generoso): la estabilidad, la neutralidad del dinero a largo plazo, la NAIRU, el carácter monetario de la inflación, la separación de la política monetaria y la política fiscal… Además, el origen de los abusos de la economía como instrumento de un proyecto político tiene que ver precisamente con su pretensión de verdad científica objetiva.

Como ya señalamos en una entrada anterior, el debate real es si procede un cambio de paradigma o si es posible un mayor pluralismo de modelos, métodos y aproximaciones teóricas. Afortunadamente son muchos los economistas del ámbito de la ortodoxia que reconocen la falibilidad y la limitación del conocimiento económico y las oportunidades que abre un pluralismo estructurado (en expresión de Dow).

Yo también sueño a veces con haber sido médico. Pero si se elige la economía hay que estar preparado siempre para confrontar el análisis propio (supuestos, teoría y contrastación con la experiencia) con el de otros colegas. Mientras, hay gente aparentemente muy sensata que, creyéndose siempre en medio de la corriente, sigue apropiándose de la única verdad desde un arroyo seco.