Hace cinco años que David Cameron, el entonces primer ministro del Reino Unido, decidió lanzar un órdago a los euroescépticos de su partido y convocó un referéndum de salida de la Unión Europea, convencido de que lo ganaría. Pero los referéndums, ya se sabe, los carga el diablo, y el supuesto fin de una batalla se convirtió en el principio de otra mucho más larga y cruenta que aún no ha terminado. Cameron se marchó canturreando para dedicarse a otros negocios –en los que ha tenido aún menos éxito, si cabe–, pero todos estamos todavía pagando los efectos de su irresponsabilidad.
Quizás es un buen momento para sacar algunas lecciones.