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La dimensión macro de la política contra el cambio climático (I)

El problema del cambio climático lleva más de dos décadas en nuestras vidas, pero por distintos motivos (incluyendo su persistente agravamiento) es ahora cuando por primera vez se atisba una respuesta generalizada y a gran escala desde el mundo desarrollado: reflejada en los planes nacionales integrados de energía y clima de la UE, en iniciativas más deslavazadas pero ambiciosas en Japón y China, e incluso en los planes de algunos congresistas y candidatos presidenciales demócratas para un Green New Deal en EEUU (que ya están teniendo eco en iniciativas relevantes a nivel estatal y local).

Invertir para transformar

Algo raro le sucede a la economía mundial. El síntoma más elocuente es la extensión de los tipos de interés negativos. En las últimas semanas, eso que parecía una broma para asustar a los ahorradores, el pagar por invertir, ha alcanzado nuevos mercados y plazos cada vez más largos. Más allá de la incertidumbre fabricada por la Casa Blanca, este nuevo hundimiento de los tipos de interés se interpreta como una señal de alerta respecto al crecimiento de la economía global. Y la atención se centra en los bancos centrales que, aleccionados por una década de políticas no convencionales, han reaccionado esta vez con rapidez y ya preparan nuevas salvas con sus escasas reservas de pólvora. No estamos sin embargo ante un giro coyuntural. Se multiplican los signos de que esta situación responde a cambios estructurales con cuyos efectos vamos a tener que lidiar durante años.

Navegar por mares nunca transitados

El nombre de este blog hace referencia a un momento de la Historia en que, agotada la efectividad de todas las recetas de política económica, el presidente Roosevelt tuvo la valentía de proponer y ejecutar un New Deal que consiguió sacar a EEUU de la Gran Depresión, beneficiando así indirectamente a la economía mundial.

Hace unos días se mostraba aquí el convencimiento de que la gestión de la actual situación económica requerirá políticas radicalmente nuevas. Vivimos tiempos sorprendentes, con tipos reales negativos en Europa y Japón con una inflación ausente, o un exceso de liquidez incapaz de canalizarse hacia proyectos de inversión rentables. La perspectiva de los avances tecnológicos (5G, vehículos no tripulados, blockchain, inteligencia artificial, Big Data) generan desasosiego, olvidando que, desde que controló el fuego, la Humanidad siempre ha conseguido que las mejoras tecnológicas aumenten su bienestar.

El embrión del presupuesto euro y la urgencia italiana

Los documentos acordados en el Eurogrupo y refrendados por el Consejo Europeo en su reunión del 21 de junio sobre la reforma del euro han sido saludados por un coro de lamentos. Aunque ha habido ministros que han hablado de una mini-revolución, la mayoría de economistas que siguen el tema se han lamentado del corto alcance de las medidas acordadas. No hay grandes novedades ni en las líneas básicas del Instrumento Presupuestario para la Convergencia y la Competitividad (BICC) ni en el borrador de acuerdo modificado para el Mecanismo Europeo de Estabilidad. Algunos han llegado a concluir que, para este resultado, mejor no haberse molestado, sobre todo cuando los últimos acontecimientos confirman que la necesidad de una política fiscal del euro es acuciante. No es que disienta de esta interpretación, pero ofrecería otra: a corto plazo, la zona euro se la juega en Italia, no en el presupuesto.

Más cerca de la revolución

Las nuevas muestras de fragilidad de la economía mundial y su reflejo en el nivel de los tipos de interés a largo plazo han reavivado el debate sobre el alcance de los cambios en las políticas macroeconómicas tras la crisis. Hace dieciocho meses glosábamos el debate entre evolución y revolución entre Olivier Blanchard y Larry Summers en la clausura de la cuarta Conferencia sobre este tema en el Instituto Peterson. Pues bien, coincidiendo con la publicación de las aportaciones de aquella conferencia en forma de libro, los dos popes de la macro oficial han escrito una entrada en Voxeu en forma de epílogo actualizado. Subrayan como punto de partida que la Gran Depresión y la inflación de los años setenta provocaron cambios en el pensamiento macroeconómico de una profundidad mucho mayor a la que se observa tras la crisis reciente. Y repasan lo acontecido desde el otoño de 2017 y cómo puede influir en las visiones ligeramente distintas que sostenían entonces.

Ciclos en evolución

Las últimas tres décadas han sido pródigas en calamidades que han afectado a todas las economías desarrolladas. ¿Todas? No, ha habido una que se ha mantenido incólume durante la fiebre de las puntocom, la caída de las Torres Gemelas e incluso la Gran Recesión. Australia lleva más de veintisiete años de crecimiento sin incurrir en los consabidos dos trimestres consecutivos de caída del PIB real que definen una recesión. Aunque se trata de una economía excepcional por muchos motivos, la experiencia australiana es útil para recordarnos que, si bien los ciclos nunca mueren, distan mucho de ser patrones que se repiten con regularidad y rasgos similares. Esta idea viene a cuento de la proliferación de pronósticos de una recesión próxima en Estados Unidos y el área euro, después del empeoramiento abrupto de las perspectivas económicas y financieras desde el otoño de 2018.

Seis gráficos sobre los tipos impositivos

Uno de los debates recurrentes durante las campañas electorales en casi todos los países avanzados es el que tiene que ver con la fiscalidad que, muy sintéticamente y sin perjuicio de múltiples matices, se puede reducir a dos posiciones: la socialdemócrata, a favor de tipos marginales progresivos y de una mayor presión fiscal, y la liberal, a favor de reducir los impuestos y la presión fiscal. Se trata de opciones políticas legítimas muy directamente relacionadas con las políticas públicas (y el tamaño del gasto público) que se consideran necesarias y con las consideraciones sobre la estabilidad fiscal.

En otra entrada ya veíamos que una mayor presión fiscal no implica menor riqueza, ni menor productividad (más bien puede ser al revés). Aquí se plantean seis gráficos que reflejan que en los países de nuestro entorno (con datos de países OCDE) no se observa una relación directa entre el nivel de los tipos impositivos y el rendimiento de la economía en términos de crecimiento o de recaudación –es decir, no se cumple la todavía recurrente curva de Laffer, que establece que a partir de cierto nivel, menores tipos impositivos, generan más actividad económica y con ellos más recaudación–.

Zona euro: tranquilos, seguimos a la deriva

El año pasado fue un tiovivo para la economía y los mercados mundiales. Empezó muy bien, con un ritmo alto de crecimiento sincronizado y primas de riesgo muy bajas. Luego se fue torciendo, a medida que la tenue normalización monetaria y el neoproteccionismo en Estados Unidos crearon incertidumbre e hicieron temer por la sostenibilidad del ciclo expansivo. El final de año fue pésimo, con fuertes caídas de las Bolsas y de los precios de la deuda privada, mientras el comercio mundial caía por primera vez en años. Cuando nos acercamos al final del primer trimestre, lo único claro entre la bruma es el daño sufrido por la Zona Euro. Tan fuerte ha sido el impacto sobre el crecimiento europeo, que el BCE ha dado marcha atrás en su reunión del 7 de marzo, anunciando nuevas medidas de expansión monetaria pocas semanas después de poner fin al programa de compras de activos.

La tiranía de la unanimidad fiscal en Europa

Hay palabras que evocan connotaciones positivas, como democracia o consenso. Pero, precisamente por ese motivo, en ocasiones se utilizan de forma tramposa. En nombre de la democracia los independentistas del parlamento catalán intentaron derogar de facto por mayoría simple un Estatut cuya mera modificación requería mayoría reforzada. En nombre de la democracia se dejó que la mayoría simple de los británicos –apenas un 52% de los votantes del referéndum del Brexit– decidiera sobre el futuro de muchas generaciones. A veces la mayoría simple es la forma más evidente de tiranía de la mayoría –como bien sabían Edmund Burke, James Madison o Thomas Jefferson–, y la mayoría cualificada la mejor forma de respetar la voluntad del pueblo y evitar al tiempo que decisiones trascendentales se tomen a la ligera. Como en Medicina, primum non nocere: ante la duda, no causar daño.

El otro error de la Cumbre del Euro

¿En qué me beneficia a mí, como ciudadano, la Unión Europea? La respuesta a esta pregunta sigue siendo la piedra angular de la sostenibilidad social del proyecto europeo. Y esa respuesta no es estática, sino que ha ido variando a lo largo de la Historia: en los años 50 era evitar una nueva guerra entre Francia y Alemania; en los 60, poder comerciar libremente con Europa y garantizar la producción agrícola y los alimentos; en los 70, hacer frente a la crisis energética con las ayudas regionales europeas, y servir de anhelo democrático a países que –como España y Grecia– superaban sus dictaduras; en los 80, construir un mercado único en el que los ciudadanos pudieran circular y establecerse sin trabas, y ayudar a Alemania a restañar las heridas del muro de la vergüenza; en los 90, la financiación de infraestructuras cohesionadoras, poder viajar sin enseñar el pasaporte y estudiar parte de la carrera en otros países; en los 2000, cambiar de país sin cambiar de moneda. Pero en esta década, la de la Gran Recesión, ¿cuál es la respuesta? El Consejo Europeo del 13 y 14 de diciembre de 2018 ha perdido una magnífica oportunidad de sugerir alguna.