Sostenibilidad y resiliencia son palabras obligadas en cualquier discurso de política económica post COVID. Hay un consenso generalizado en que la recuperación de la crisis debe ser sostenible en un sentido amplio –sumando a los objetivos tradicionales de sostenibilidad fiscal, monetaria y financiera, los de sostenibilidad social y medioambiental– y debe establecer mecanismos para adaptarse a nuevos shocks. Por ejemplo, están en el centro de los planes de recuperación en la UE o de las recomendaciones del FMI tras las reuniones de primavera, que promueven una recuperación inclusiva y que favorezca una transformación verde y digital de las economías. En este marco de objetivos más amplio, el principio de maximización en la toma de decisiones pierde relevancia y la recupera el encontrar un equilibrio en la satisfacción de múltiples objetivos. En este sentido, resulta interesante la llamada filosofía de suficiencia económica, aplicada como modelo de desarrollo en Tailandia, que apuesta abiertamente por la virtud de la moderación –en una línea similar, veíamos la importancia de satisfacer (en lugar de maximizar).
La filosofía de suficiencia económica se aplica a los planes de desarrollo nacional en Tailandia desde 2002 y su impulso inicial se asigna al monarca tailandés, Bhumibol Adulyadej, ya desde los años 70, pero adquiere prominencia a partir de 1997 cuando, en plena crisis financiera asiática y ante los excesos del sistema financiero, reivindicó un nuevo modelo de desarrollo basado en la moderación en el que Tailandia no debía ser un tigre sino tener una economía suficiente, incluyendo la autosuficiencia y la sostenibilidad en el ámbito rural. El modelo se basaba en la tradición de la economía budista que enfatiza la importancia del equilibrio y el camino intermedio, evitando los excesos y los extremos y, frente al interés individual (homo economicus), reivindica el interés recíproco (homo reciprocans).
La filosofía plantea un marco para la toma de decisiones basado en tres principios y dos condiciones. Los principios son los de moderación –adoptar puntos medios, no quedarse ni corto, ni largo, en un contexto de recursos limitados–, sensatez –decisiones racionales y midiendo su impacto sobre nosotros mismos y terceros– y autoinmunidad –protegerse ante las vicisitudes e imprevistos futuros. Las dos condiciones son el conocimiento –las decisiones deben basarse en la mejor información posible– y la moralidad –las decisiones deben tomarse con honestidad, integridad y aplicando los principios de paciencia y perseverancia.
Este marco se aplica a todos los niveles de decisión, desde el individual hasta el gobierno. Implica, por ejemplo, que las actuaciones individuales tengan en cuenta su impacto sobre terceros, actuaciones locales conjuntas en beneficio mutuo (explotación de recursos locales, préstamos comunales), actuaciones empresariales determinadas por los intereses de todos los agentes involucrados –trabajadores, clientes, proveedores, o la comunidad donde actúa, y no solo maximización del beneficio (un esquema similar al planteado por la economía del bien común, impulsada por Christian Felber). A nivel agregado, implica un crecimiento social y medioambientalmente sostenible, establecer colchones para enfrentar los shocks y reducir la dependencia del exterior.
El modelo tailandés tiene un enfoque muy agrario y plantea un desarrollo gradual centrado en los pobres, que pasa por asegurar la autosuficiencia en necesidades básicas y el desarrollo a nivel local –con proyectos basados en la suficiencia económica en más de 23,000 aldeas en Tailandia. En este sentido se cuestiona la economía de suficiencia por su rechazo implícito a la globalización, su conservadurismo macroeconómico y lo que puede significar en términos de mantenimiento del statu quo y la desigualdad. Ahora bien, como señala Mongsawad se trata de una filosofía que encaja bien con las teorías de desarrollo, incluyendo que permite cimentar las instituciones informales y un capital social basado en la confianza mutua y la reciprocidad; reforzar el capital humano porque las decisiones deben basarse en el conocimiento, la experiencia y la información; o la protección del medio ambiente.
Sin duda, la economía de la suficiencia está desalineada con el consenso actual sobre la necesidad de mantener el impulso macroeconómico a corto plazo, hasta que se salga de la crisis. Pero tiene buen encaje con el diseño de una recuperación que debe ser sostenible. Por ejemplo, es consistente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas que preconizan unos estándares sociales mínimos (fin de la pobreza y del hambre, pero también el impulso de la educación y la salud), la reducción de las desigualdades y la calidad en el empleo o la sostenibilidad medioambiental. También encaja con una nueva estrategia más sostenible que vaya más allá del PIB (un indicador muy imperfecto de la situación económica de un país) y equilibre crecimiento y distribución o promueva las transformaciones verde y digital.
Además de mejorar el marco de toma de decisiones, tiene un componente, no menor, de bienestar individual, porque promueve un enfoque más ético (altruismo, honestidad, perseverancia) y menos materialista de los individuos, lo que mejora el bienestar del conjunto de la sociedad (si creemos en el homo socialis). En época de polarización y de política de emociones, no está de más recordar las virtudes de la moderación y la importancia del conocimiento.