Sostenibilidad y resiliencia son palabras obligadas en cualquier discurso de política económica post COVID. Hay un consenso generalizado en que la recuperación de la crisis debe ser sostenible en un sentido amplio –sumando a los objetivos tradicionales de sostenibilidad fiscal, monetaria y financiera, los de sostenibilidad social y medioambiental– y debe establecer mecanismos para adaptarse a nuevos shocks. Por ejemplo, están en el centro de los planes de recuperación en la UE o de las recomendaciones del FMI tras las reuniones de primavera, que promueven una recuperación inclusiva y que favorezca una transformación verde y digital de las economías. En este marco de objetivos más amplio, el principio de maximización en la toma de decisiones pierde relevancia y la recupera el encontrar un equilibrio en la satisfacción de múltiples objetivos. En este sentido, resulta interesante la llamada filosofía de suficiencia económica, aplicada como modelo de desarrollo en Tailandia, que apuesta abiertamente por la virtud de la moderación –en una línea similar, veíamos la importancia de satisfacer (en lugar de maximizar).