Además de la sorpresiva dimisión de su presidente el pasado 7 de enero, el Banco Mundial también ha iniciado el año editando su informe del otoño pasado Hacia un nuevo contrato social que aborda el problema de la desigualdad en Europa y en Asia central. El informe es particularmente rico en aportar datos e información sobre dos elementos: la desigualdad horizontal ‒es decir, la que se produce entre grupos de personas (por ejemplo, por generaciones, género, región, raza o etnia), que difiere de la vertical (entre individuos) ‒ y la percepción de los individuos sobre la desigualdad. Se argumenta que ambos factores deben tener un papel clave en el rediseño del contrato social.
En Europa, la desigualdad vertical medida por el índice de Gini aumentó en los años 90, pero se ha mantenido relativamente estable desde principios del siglo XX, sin perjuicio de variaciones entre países (como veíamos para España), ni de la corrección del índice al alza (mayor desigualdad) cuando se incluye a las rentas más altas (el índice de Gini se basa en encuestas y suele infraestimar las rentas altas). Esto no se corresponde con una realidad de creciente preocupación por la desigualdad que se explica más por el crecimiento en la desigualdad horizontal, en particular, el informe se centra en varios tipos:
(i) Polarización de las ocupaciones. La tendencia del mercado laboral está desplazando las ocupaciones hacia dos extremos: trabajos no rutinarios manuales, que exigen poca capacitación y tienen los sueldos más bajos (por ejemplo, repartidores), y trabajos no rutinarios cognitivos (profesionales liberales), que exigen alta capacitación y son los más remunerados ‒al mismo tiempo, están decreciendo los trabajos rutinarios, tanto manuales (operadores de maquinaria), como cognitivos (oficinistas), que típicamente tienen una remuneración intermedia (en términos de remuneración, la caída de uno estos grupos a un trabajo no rutinario manual se estima en un 30%)‒. Este proceso está llevando a una creciente desigualdad entre ambos grupos de ocupados, con aumentos del coeficiente de Gini de rentas salariales por el menor crecimiento relativo de los salarios de los trabajadores con los sueldos más bajos ‒el informe recoge el ejemplo de España y estima el aumentado de este coeficiente en 8 puntos entre 1990 y 2013 (página 43-46)‒.
(ii) La división generacional (también la veíamos aquí). Desde el cambio de siglo y en términos relativos a las generaciones mayores, los jóvenes se están incorporando al mercado de trabajo con unas condiciones peores en varios frentes: deterioro de los modelos de contratación (trabajo temporal, a tiempo parcial, trabajo intermediado), menor duración de los puestos de trabajo (antigüedad), menor crecimiento o incluso caída (en el sur de Europa) del sueldo de las cohortes de los jóvenes (25-24 años) con respecto a los mayores (55+) y los de mediana edad (45-54), y creciente desigualdad entre las generaciones más jóvenes (la desigualdad entre los nietos es mayor que la que había entre sus abuelos).
(iii) La desigualdad regional. Si bien se ha producido una convergencia de rentas entre los países de la UE, las diferencias entre regiones dentro de los países han ido aumentando (con algunas excepciones como Alemania o Finlandia). Las diferencias regionales también se observan en otras dimensiones como la calidad de la educación (no necesariamente en escolarización), las infraestructuras o los servicios públicos, lo que redunda en desigualdad de oportunidades. También se documenta el deterioro en las condiciones de bienestar del campo respecto a la ciudad (con la excepción de Grecia).
(iv) Una todavía elevada desigualdad de oportunidades y el aumento de la vulnerabilidad de la clase media. Si bien está cayendo en Europa occidental, la desigualdad de oportunidades (identificada como el impacto de las condiciones al nacer sobre la distribución de la renta) sigue siendo elevada y viene a explicar entre un 25 y un 60% de la desigualdad de la renta (aquí veíamos el problema de la “herencia” de la desigualdad). En Europa se observa cómo la mejora del acceso a la educación terciaria no se traduce necesariamente en una caída de la desigualdad entre generaciones. Además de consideraciones de renta, hay un capital familiar más intangible que va más allá de la inversión en educación y tiene que ver con la socialización y la cultura familiar o las conexiones sociales (networking) que inciden en la persistencia de la desigualdad. El informe también destaca el aumento de la vulnerabilidad de la clase media, en el sentido de una menor seguridad económica y un aumento de la vulnerabilidad a caer en la pobreza.
Junto a los elementos horizontales de desigualdad, el informe resalta que las políticas redistributivas deben prestar atención también a la percepción de la opinión pública sobre la desigualdad. En este sentido, se observa que la demanda de políticas redistributivas está más correlacionada con la percepción de desigualdad que con su medición con índices tradicionales como el de Gini. El equilibrio del contrato social no se sustenta sólo en la reducción de las desigualdades, sino que tiene que ser además percibido como justo por la opinión pública, de otra manera, se enfrenta a la confrontación social y al riesgo de la polarización política (ya una realidad en Europa), haciendo peligrar su sostenibilidad.
Por tanto, el diseño de las políticas debe tener también como objetivo reducir la percepción sobre la desigualdad. En este sentido, las referencias de los individuos también se fijan de manera horizontal respecto al grupo al que pertenecen, más que respecto al nivel de desigualdad de renta del conjunto de la sociedad. Por otro lado, las percepciones de los individuos sobre los indicadores tradicionales ‒como el coeficiente de Gini, el desempleo, la ratio de pobreza o gasto en educación‒ varían también en función de las circunstancias personales. Por ejemplo, la ratio de pobreza influye más en el nivel de desigualdad percibido por los jóvenes, el gasto en educación entre la población de mediana edad y los que están empleados, el nivel de desempleo entre los parados o el coeficiente de Gini entre los que perciben que están peor que sus padres. Las percepciones están también muy condicionadas por la seguridad y la estabilidad laboral (en Europa hay una preferencia fuerte por empleos públicos), de forma que, para un mismo nivel de renta, el individuo con más estabilidad percibe menos desigualdad. Por ejemplo, el parado percibe una mayor desigualdad aun en situaciones en las que el seguro de desempleo le haya permitido sostener su posición en la distribución de la renta.
El informe desarrolla poco las recomendaciones. Viene a plantear una reorientación del contrato social en tres frentes paralelos: flexibilidad laboral con igual protección para todo tipo de contratos, universalidad de servicios públicos y transferencias (incluyendo la posibilidad de algún tipo de renta básica), y fiscalidad progresiva y ampliación de la base impositiva sobre el capital y la riqueza.
El contrato social no solo debe ser solo justo horizontalmente, sino parecerlo.