En la entrada anterior, se abordaba la visión histórica de Piketty sobre la evolución de las desigualdades. En este artículo se desarrolla su propuesta del socialismo participativo frente a lo que define como el hipercapitalismo neopropietarista.
El hipercapitalismo neopropietarista, tal como lo describe Piketty, es resultado de una ideología conservadora que favorece la autorregulación del mercado, limita el poder del Estado y cuestiona la progresividad del sistema fiscal. Sostiene un régimen jurídico específico, la libre circulación de capitales, que ha generado una fortísima concentración de la propiedad privada favorecida por una gran opacidad financiera. Esta ideología conservadora aparece ligada a una meritocracia exacerbada que justifica la desigualdad como el resultado de la capacidad y el esfuerzo personal, ignorando que la acumulación de bienes se genera en un determinado contexto social.
Plantea que, frente al impulso del conservadurismo, los partidos de orientación socialdemócrata no han ofrecido alternativas apropiadas, de hecho, han apoyado en muchas ocasiones la liberalización económica identificándose con los estratos de mayor nivel educativo. De ser los partidos de los trabajadores han pasado a convertirse en partidos del electorado más preparado. Propone como alternativa un socialismo participativo igualitario basado en una concepción social y temporal de la propiedad, con especial atención a su distribución y con igualdad en el acceso a la educación, e instrumentado a través de una fiscalidad progresiva con una información sobre los flujos financieros propia de la era digital.
El tríptico de la fiscalidad progresiva comprendería: propiedad, herencia y renta. El impuesto sobre la propiedad y el impuesto sobre sucesiones se utilizarían en su totalidad para constituir una dotación de capital. El resto del gasto público, incluidos sus componentes sociales (sanidad, educación, pensiones, etc.) se financiarían con un impuesto progresivo sobre la renta, complementado con un impuesto progresivo sobre las emisiones de carbono y las cotizaciones sociales.
En torno al concepto de propiedad social impregna algunas de sus propuestas como la distribución del poder en las empresas. Es partidario de extender con carácter general, el sistema de cogestión actualmente aplicado en la Europa germánica y nórdica, que reserva a representantes de los trabajadores un porcentaje de los votos en los consejos de administración. Debería aplicarse en su versión maximalista: reserva del 50% de los votos a los representantes de trabajadores y aplicable a todas las empresas. Por otra parte, debería facilitarse la participación de los trabajadores en el accionariado e incluso establecer un techo de votos a los accionistas más importantes de las grandes empresas.
En los impuestos progresivos sobre la propiedad y las herencias, subyace el concepto temporal de la propiedad, de forma que quienes hayan acumulado un patrimonio significativo devuelvan a la comunidad una fracción cada año y al momento de su transmisión, reconociendo así su carácter temporal. Permitirían constituir un Fondo para reconocer a cada ciudadano a los 25 años una dotación de capital en cantidad equivalente al 60% del patrimonio medio por adulto, lo que en los países desarrollados vendría a representar unos 120.000 euros. Esta dotación ofrecería a la parte de la población más desfavorecida, la oportunidad de participar en la propiedad y en particular en la creación de empresas, agilizando la circulación del capital.
Es importante señalar que el impuesto progresivo sobre la propiedad afectaría al patrimonio global, es decir, a todos los activos: inmobiliarios, profesionales y financieros, con las dificultades que presenta la información sobre los activos financieros. La propuesta de Piketty sería el establecer Registro Financiero Público en el marco de una amplia cooperación internacional para recabar la información sobre los titulares de los activos financieros emitidos en cada país. Estos registros existen, pero están en manos de operadores privados y sería necesario establecer los oportunos acuerdos internacionales para recabar esta información.
Los impuestos sobre la renta recuperarían la progresividad que se aplicaba a mediados del siglo XX, con tipos marginales de hasta el 80% cuando se sobrepasara en 100 veces la renta media. Como Piketty en reiteradas ocasiones nos recuerda a lo largo del texto, estos tipos impositivos fueron aplicados durante el período de mayor crecimiento en Europa. Los altos tipos marginales contribuirían a reducir la desigualdad y desincentivarían las astronómicas retribuciones de los altos ejecutivos.
Como complemento al impuesto sobre la renta, se aplicaría un impuesto progresivo sobre las emisiones de carbono, teniendo en cuenta la relación existente entre nivel de renta y dichas emisiones. Si se tienen en cuenta tanto las emisiones directas (automóvil, calefacción…), como las indirectas (asociadas a la producción y transporte de los bienes y servicios consumidos) los principales emisores son personas de alto nivel de renta y riqueza. Se trata de reforzar los tipos del impuesto sobre la renta en función del impacto del contribuyente sobre el carbono, lo que contribuiría no solo a la igualdad, sino también a reducir el calentamiento global. Una primera aproximación para determinar el complemento a aplicar sería estimar el impacto sobre el carbono a diferentes niveles de renta y ajustar en consecuencia el tipo del impuesto sobre la renta. Piketty apunta también la posibilidad de un ajuste individual, utilizando la información de las tarjetas de crédito individuales.
La educación es un sector al que Piketty dedica especial atención, no solo como importante factor en el origen de la desigualdad, sino también como motor para el crecimiento. Señala como Estados Unidos se desarrolló más rápidamente que Europa en el siglo XIX y comienzos del XX debido a estar 50 años por delante en la escolarización de la enseñanza primaria y secundaria. Actualmente esta brecha se ha cerrado, pero existen diferencias en el acceso a la enseñanza superior para las personas con menor nivel de renta.
La posición de Piketty es garantizar a todos los ciudadanos el derecho a un mismo gasto en educación que podrán utilizar en el marco de su formación inicial o en formación continua a lo largo de su vida. Utilizando datos de Francia, calcula que una persona que abandone sus estudios a los 16-18 años se habrá beneficiado de un gasto educativo de 70/100.000 € y se le reconocerá el derecho a disponer a lo largo de su vida de 100/150 000€ para gastos en educación o formación y así alcanzar el nivel de gasto invertido en el 10% mejor tratado de su generación.
El escenario idílico para materializar sus propuestas sería un federalismo social mundial con impuestos comunes, derecho universal a la educación, dotación personal de capital, y generalización de la libre circulación. Para avanzar hacia dicho objetivo habría que imaginar soluciones que permitan a unos pocos países alcanzar acuerdos de codesarrollo abiertos a la incorporación de otros países. En el caso de la Unión Europea (EU), significaría que un núcleo reducido de miembros estableciera una unión política y fiscal reforzada, abierta a la incorporación de los demás estados miembros. Sin embargo, Piketty reconoce que la UE no podrá avanzar hacia una política fiscal y social común mientras Irlanda y Luxemburgo, cómodamente asentados en el dumping fiscal, ejerzan su derecho de veto. Mientras tanto, la India con sus 1300 millones de habitantes ha sido capaz de adoptar un impuesto progresivo sobre la renta, así como normas comunes para el acceso a la universidad de las clases desfavorecidas.
Para Piketty, la desigualdad debe ser foco de atención prioritaria en la política económica, de forma que la distribución del producto social debe constituir un fin en sí mismo y no un objetivo accesorio al crecimiento. Es una falacia argumentar que es necesario crecer primero para poder distribuir porque, como en repetidas ocasiones a lo largo del libro nos recuerda, el periodo de mayor crecimiento en Europa tuvo lugar bajo fiscalidad progresiva.
La principal fuente de las críticas a las propuestas de Piketty es su alejamiento de la realidad y la dificultad de ponerlas en práctica. En todo caso, son corolario de un análisis muy bien documentado y coherente, y representan una alternativa global frente a los excesos del hipercapitalismo neopropietarista, que ha potenciado las desigualdades, y está incidiendo en la polarización política y en los movimientos nacionalistas e identitarios hacia los que se están dirigiendo las clases trabajadoras y las clases medias de los países desarrollados. Da la sensación de que estamos viviendo en un nuevo punto de inflexión histórico y este tipo de reflexiones son necesarias y nos señalan muchas direcciones deseables.