Próspero año y felicidad

Recuerdo una viñeta de Forges en la que los Reyes Magos acarreaban un enorme saco de carbón destinado a los preclaros economistas. Una buena forma de redimirnos sería ayudar a que la gente fuera un poco más feliz, cumpliendo así los deseos repetidos durante estos días. Que la economía pueda contribuir a la felicidad les sonará a muchos como una inocentada. Pues no. Un grupo de idealistas se reunieron hace tres semanas en la London School of Economics para pulsar el estado de la Ciencia de la Felicidad.

Todo empezó hace más de diez años con Happiness, el libro con el que Richard Layard trató de galvanizar las conciencias de sus colegas para que situaran la felicidad como fin último de su quehacer. La idea básica del libro era que la felicidad, definida a través de la valoración subjetiva de los individuos sobre sus vidas, podía convertirse en una dimensión objetiva de la experiencia humana, susceptible de medición y comparación. Se abría así la posibilidad de superar algunas de las limitaciones del Producto Interior Bruto como indicador de bienestar (que ya tratamos en una entrada anterior) y de diseñar mejores políticas económicas.

A pesar de la crisis, el sueño de Layard se ha empezado a cumplir, al menos en su primera parte. La medición de la felicidad se ha integrado dentro de la elaboración de estadísticas económicas y sociales en los países desarrollados. La OCDE publicó en 2013 unas Directrices para su medición en las que se abordan los principales problemas metodológicos para las agencias estadísticas al tiempo que se reconoce que la experiencia avala la pertinencia y la fiabilidad de este tipo de información obtenida a través de encuestas.

En marzo de 2016 se presentó la cuarta edición del Informe Mundial sobre la Felicidad que clasifica a 156 países en función de la evaluación subjetiva que de su felicidad hacen sus habitantes. La información se obtiene de la Encuesta Mundial realizada por Gallup entre los años 2013 y 2015, preguntando a una muestra de en torno a 1.000 personas de cada país dónde se sitúan en la denominada escalera de Cantril: imaginen una escalera con once peldaños, siendo el 0 la peor vida posible para ellos y el 10 la mejor vida.

El primer país de la lista es Dinamarca, con una felicidad media de 7,52; parece que los políticos españoles que últimamente toman a los daneses como ejemplo de sociedad buena no van desencaminados. Entre los diez primeros están también el resto de países nórdicos, Suiza, Holanda, Australia y Canadá. España ocupa el puesto trigésimo-séptimo con una felicidad media de 6,36.

La nota agregada se presenta acompañada de una estimación de los factores que la explican. Los investigadores que trabajan en el Informe han concluido que hay seis variables con alta capacidad para explicar las divergencias en la evaluación de la felicidad:

  • PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo
  • Esperanza de vida
  • Apoyo social, obtenido como la media de las respuestas a la pregunta binaria (0-1) ¿Cuenta usted con amigos o familiares a los que recurrir en caso de necesitarlos o no?
  • Libertad para decidir sobre la propia vida, obtenida como la media de las respuestas a la pregunta binaria ¿Está satisfecho o insatisfecho con su libertad para decidir lo que hacer con su vida?
  • Generosidad, obtenida como la propensión a donar dinero a causas benéficas en relación al PIB per cápita
  • Percepción sobre corrupción, obtenida como la media de las respuestas a sendas preguntas binarias sobre la existencia de corrupción en la administración y en la empresa.

El Informe muestra también el cambio en la evaluación de la felicidad para 126 países para los que se cuenta con información de 2005-2007. Grecia es el país donde más habría caído la felicidad y España e Italia están entre los diez que más han perdido; en los tres casos, el impacto en la felicidad es mayor de lo que el deterioro en las variables macroeconómicas sugeriría. Llama la atención el contraste entre este resultado y el de otros países golpeados por crisis financieras como Irlanda e Islandia, donde la felicidad de sus habitantes parece haber sufrido menos. Una posibilidad es que en esos países la confianza en las instituciones y la cohesión social hayan compensado parte de las calamidades económicas.

Esta aproximación cuantitativa a la definición y medición de la felicidad no está exenta de problemas y limitaciones. La primera es la que ya apuntaron los economistas neoclásicos contra la utilización de medidas cardinales de utilidad para el análisis normativo: la satisfacción subjetiva se puede ordenar pero no medir, ni mucho menos comparar. Pero incluso si se acepta la visión utilitarista benthamita, esta información estará aquejada de los problemas tradicionalmente asociados a los datos obtenidos a través de encuestas. Dado que la pregunta pone al entrevistado en la tesitura de desnudar sus miserias, es fácil que muchos individuos suavicen un poco sus verdaderas opiniones y se inclinen por situarse a mitad de la escalera. A nadie le gusta admitir que no está contento con su vida.

Conviene por tanto tomarse esos números con prudencia. Lo cual ayudará a sacar el mejor provecho de esta aproximación alternativa, apreciando varias de sus potenciales virtudes.

En efecto, la propuesta de Layard obliga a los economistas a reflexionar sobre los fines, algo a lo que estamos poco acostumbrados. Damos por sentado que el objetivo final es producir más. Hay quien confía en que poniendo a la economía a crecer al 4%, todo irá sobre ruedas y la gente se olvidará de lo demás. Con la prosperidad que hemos alcanzado en los países desarrollados, la prioridad no debería ser ya cebar el PIB, sino mejorar la calidad de vida con una perspectiva sostenible.

Los defensores del enfoque de la felicidad sostienen que puede ayudar también a fundamentar las políticas de redistribución y contra la desigualdad: la satisfacción que proporciona la renta es decreciente y además los individuos se preocupan por su posición relativa. Es cierto, pero la igualdad real de oportunidades como principio moral y político me parece más potente para justificar estas políticas que recurrir a un ejercicio de maximización de felicidad. Hay que tener cuidado también con la posible utilización de estos datos para frenar los impulsos hacia una sociedad más justa. Sin duda hay gente que sufre privación material grave y que es feliz; pero eso no es razón para no trabajar para conseguir que todos tengan un mínimo de bienestar material.

Las investigaciones sobre la felicidad ya han producido orientaciones interesantes para las políticas económicas y sociales. Entre ellas pueden destacarse la necesidad de dedicar más recursos a tratar las enfermedades mentales (grandes causantes de infelicidad según las encuestas) o la importancia de la salud emocional de los niños en todo su desarrollo futuro. Desde una perspectiva más macroeconómica, también convendría virar hacia un marco que tenga como  objetivos primordiales la estabilidad, el pleno empleo y el aseguramiento frente a las incertidumbres que afrontan los individuos y las economías. Otra línea de trabajo que podría resultar muy fructífera en países como España es el estudio de cómo reparar el capital de confianza cívico e institucional que la corrupción, la crisis y la picarización han demolido.

Será difícil dejar de merecer carbón. Pero quizá podamos ayudar a redefinir el bien común, tarea indispensable para fundar el nuevo contrato social.

4 comentarios a “Próspero año y felicidad

  1. 06/01/2017 de 01:10

    Excelente artículo en donde comentas esto de medir la felicidad.Quizás, y sólo quizás, la felicidad no es medible porque no tiene un patrón universal, cómo si tienen el kilogramo, el litro, el metro, etc. Es un principio básico para poder comparar entre personas y organizaciones.

    Creo que sería mejor evolucionar hacia herramientas que nos permitan elegir nuestra felicidad, como http://www.HappinessPlay.es y que las empresas y gobiernos simplemente sigan aplicando sistemas de predicción del consumidor/empleado/ciudadano para que le ofrezcan mejores servicios y calidad de vida. Seguro que así cae menos carbón 😀

    • Gonzalo García Andrés
      07/01/2017 de 20:27

      Gracias, Pedro. No conozco la herramienta que mencionas, aunque por la web parece una tecnología para uso personal, una especie de libro de autoayuda en la era de la tecnología. Por supuesto que cada uno tiene que tratar de buscar su vía hacia la vida buena, pero al mismo tiempo hay que pensar en cómo definir bien los objetivos de la acción colectiva.

  2. Ana De Vicente Lancho
    06/01/2017 de 15:47

    Muy buen artículo, Gonzalo, de nuevo incidiendo en la búsqueda de variables alternativas a las del análisis tradicional. No he leído en profundidad el informe pero creo que en los indicadores elegidos para calcular el índice de felicidad falta la percepción sobre la seguridad de la red (sanitaria, de educación, de pensiones) que creo es básica para reducir la incertidumbre de los individuos para afrontar los factores que mayor infelicidad causan (enfermedades, vejez, falta de información). Como comentas en el artículo, creo que este es un área esencial en la que centrar las políticas públicas. La estabilidad del sistema económico creo que debe ser prioridad frente a la productividad.

    Enhorabuena por el blog, muy original en los planteamientos y enfoques

    • Gonzalo García Andrés
      07/01/2017 de 20:25

      Gracias, Ana. Alguno de los indicadores creo que sí capta la noción de protección frente a la incertidumbre que comentas, como el de la esperanza de vida. Pero estoy de acuerdo, es una aproximación imperfecta. Lo bueno es que se trata de una medida basada en la opinion de los propios individuos. Aun así, creo que es más un complemento de otros indicadores que una panacea para resolver los problemas que se plantean las políticas públicas.

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