Si usted quiere ganar autonomía y se decide a comprar una motocicleta, puede ir a un concesionario y, en principio, se encontrará allí con muchas alternativas. Eso sí, cuando empiece a poner restricciones, el menú de opciones disponibles se irá reduciendo. No es lo mismo querer “una motocicleta” que un scooter eléctrico de 125 c.c. de color gris y con una autonomía de 500 kilómetros. A veces, si el vendedor no se lo ofrece no es porque no quiera, sino, simplemente, porque ese modelo no existe.
Con el Brexit ha ocurrido una cosa parecida: los ciudadanos británicos querían ganar autonomía de la Unión Europea, y sus líderes les han vendido la moto sin aclararles antes que el modelo exacto que querían no existe. Y cuando la encargada de negociar, Theresa May, les ha traído al fin el mejor modelo dentro de los disponibles, los partidos políticos quieren que se vuelva al concesionario a seguir insistiendo.
Porque eso es precisamente el reciente Acuerdo del Brexit al que han llegado los negociadores británicos y europeos: una solución razonable dentro de los modelos posibles. No es, ni mucho menos, el final del camino; es solo el principio para poder negociar una relación definitiva, y además el Parlamento británico tendrá antes que validar el acuerdo. Pero al menos despeja la incertidumbre sobre las reglas del juego a partir del 29 de marzo de 2019, cuando entre en vigor el Brexit.
La parte comercial ha sido la más compleja, solo por un motivo: Irlanda. Al final, el menú de los posibles acuerdos comerciales preferenciales entre el Reino Unido y la Unión Europea no es infinito, sino que se reduce, simplificando mucho, a un abanico de cinco opciones –ya analizadas en otro artículo–: tres con armonización de legislación europea (modelos Noruega, Suiza y Ucrania), otro con armonización y arancel común (modelo Turquía) más un quinto sin armonización (modelo Canadá). Fuera de esto solo hay un modelo no preferencial, el modelo OMC.
El problema llega cuando exigimos, como requisito adicional, que no haya frontera física entre las dos Irlandas. Esto reduce los modelos compatibles a uno solo: el modelo Turquía, es decir, una unión aduanera. ¿Cuál es la diferencia fundamental respecto al resto de modelos? La existencia de un arancel común. Entender esto es crucial para ver por qué el Reino Unido no tiene más opciones técnicas y por qué el actual acuerdo del Brexit es un acuerdo razonable. Por eso merece la pena detenerse a explicarlo.
Imaginen que están ustedes en la frontera controlando la entrada de bienes, y que llega un contenedor de juguetes para niños. El tratamiento que se le va a dar dependerá enteramente no solo de su origen inmediato, sino de su origen último.
Así, supongamos que viene de Noruega: lo primero que habrá que ver es si está fabricado allí o proviene a su vez de otro país (es decir, si el contenedor ha sido importado previamente). Si está fabricado en Noruega, no le aplicará arancel, porque hay un acuerdo de arancel cero; ni tampoco comprobará sus características técnicas, porque sabe que la fabricación habrá seguido la normativa europea –que Noruega comparte con la UE–. Si no está fabricado en Noruega, sino que a su vez ha sido importado desde China, tampoco hará falta comprobar sus características técnicas, porque –con independencia de la regulación general de juguetes que haya en China–, si en este caso no la cumpliese, no habría podido entrar por la frontera noruega; pero sí habrá que comprobar el arancel aplicado, porque Noruega puede conceder a los juguetes de China un arancel inferior al de la UE, y entonces habría que exigir la diferencia.
Si el contenedor proviene de Canadá, ocurriría algo parecido, salvo que en este caso siempre tendrá que comprobar las características técnicas (ya que estas no son iguales en Canadá que en Europa).
¿Cuándo no será imprescindible detener la mercancía en frontera para comprobar su arancel o sus características técnicas? Cuando el contenedor venga de un país con un acuerdo que aplique no solo la misma regulación técnica, sino también el mismo arancel exterior que la UE.
Y ahora imagine que es usted un negociador del Reino Unido y que uno de sus requisitos ineludibles para firmar un acuerdo con la UE es que, tras el Brexit, no haya frontera física entre Irlanda del Norte (parte del Reino Unido) y la República de Irlanda (parte de la UE). Por lo explicado anteriormente, la única forma de conseguirlo es que Irlanda del Norte –y, por tanto, todo el Reino Unido– aplique para los productos que entren por su frontera, provenientes de terceros países, el mismo arancel y la misma regulación técnica que establece la UE. Eso es, precisamente, un modelo de unión aduanera similar al que existe con Turquía.
Si han llegado hasta aquí sin perderse, pueden felicitarse, ya que han asimilado lo que al equipo negociador de May le ha costado casi dos años entender (y lo que David Davis sigue sin entender, cuando exige todavía hoy un modelo Canadá+++): si quieren que no haya frontera en Irlanda, no pueden evitar constituir una unión aduanera con la UE. Y eso es precisamente lo que establece el Acuerdo del Brexit.
¿Quiere esto decir que la única forma que habrá siempre de evitar una frontera es mantener una unión aduanera? No necesariamente: si la tecnología permitiera en algún momento controlar el origen último de las mercancías que pasan entre las dos Irlandas sin necesidad de detenerlas físicamente, siempre cabría compensar la diferencia de aranceles a posteriori. Eso es lo que proponía el llamado Acuerdo de Chequers… pero sin decir cómo. La solución práctica, hasta el momento, no se ha encontrado. Si se llegara a encontrar, el Reino Unido podría establecer sus propios aranceles con terceros países y cambiar el modelo de unión aduanera por otro modelo de Brexit más “duro” que le resultase más conveniente –probablemente el modelo Canadá–, recuperando así gran parte de su autonomía comercial.
Pero, mientras tanto, el Protocolo sobre Irlanda/Irlanda del Norte dentro del Acuerdo del Brexit se encarga precisamente de eso: de establecer el sistema aplicable por defecto (unión aduanera) en el caso de que, de aquí a dos años, no se encuentre esa mágica solución técnica.
Ahora bien, si al final el Reino Unido ha de tener los mismos aranceles y la misma regulación de productos que la Unión Europea, ¿qué autonomía comercial gana con el Brexit? Muy poca, ciertamente, y de eso se quejan los enemigos de May (es decir, sus compañeros de partido) y sus adversarios (los laboristas). El líder de estos últimos, Jeremy Corbyn, ha dicho que se opone al acuerdo porque él querría no una unión aduanera temporal, sino permanente, y muchas otras cosas adicionales. Lo malo es que, oponiéndose, solo garantiza el establecimiento de la frontera en Irlanda que nadie quería.
En resumen, evitar una unión aduanera no es algo que dependa de la dureza o habilidad negociadora de May, o de quienquiera que pretendan colocar en su lugar. No es una cuestión política: es una cuestión meramente técnica. El eficiente responsable del concesionario europeo, Michel Barnier, no puede decir otra cosa: “lo siento, pero todos los modelos de Brexit con capacidad arancelaria vienen de serie con frontera en Irlanda; si quiere un modelo sin frontera solo nos queda el modelo Turquía, sin capacidad arancelaria, al que siempre puede incorporar algunos extras”.
Los que se oponen a este acuerdo pretenden, en realidad, algo que técnicamente no existe. O se conforman con lo que hay, o tendrán que volverse a casa andando. Quizás sea esa una buena forma de replantearse si de verdad necesitan la moto que les han vendido.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)
Muchas gracias Enrique por explicarme este tema de forma tan clara!
Buen resumen y claro. Gracias
Fantástica explicación!, Muchas gracias por el artículo
Excelente resumen.Primer articulo que leo que lo explique tan claro conciso y ameno.
Muchas gracias Enrique