La era “post-factual” y la responsabilidad de los economistas

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Durante el banquete posterior a la entrega del premio Nobel de Economía, el galardonado se levantó y comenzó su discurso. Lo primero que dijo es que, si le hubieran preguntado, él nunca habría recomendado la creación de un premio Nobel para esta disciplina. Al principio el público rió, pensando que hablaba en broma. Pero se fijaron bien y comprobaron que no estaba sonriendo. Entonces, para relajar un poco el ambiente, nuestro protagonista siguió diciendo que en primer lugar temía que un premio de estas características tendiera a acentuar los vaivenes de las “modas científicas”, pero en este sentido estaba tranquilo porque en esta ocasión se lo habían dado a él, y él no estaba de moda. Luego, sin embargo, se puso de nuevo serio y advirtió que su segundo motivo de preocupación era más grave: el premio Nobel de economía, dijo, “confiere a un individuo una autoridad que en Economía nadie debería poseer.”

Destacó que esto no ocurría en las llamadas ciencias naturales (física, química, etc.) donde “la influencia ejercida por un individuo es sobre todo una influencia sobre expertos, que no dudarán en ponerle en su sitio si se excede en sus competencias”. Venía a decir que un físico nuclear no tendría repercusión alguna si se dedicara a hablar sobre ondas gravitacionales, pero no estaba seguro de que un Nobel de economía experto en teoría del consumidor no fuera escuchado si hablaba de flujos de capital o tipos de cambio. La razón –decía– es que, en el caso de la ciencia económica, “la influencia relevante del economista es sobre todo una influencia sobre los legos en economía: políticos, periodistas, funcionarios públicos y el público en general.” Y advertía: “No hay razón para que un hombre que ha hecho una contribución específica a la ciencia económica sea omnicompetente en todos los problemas de la sociedad”, por mucho que la prensa que trata con él le haya inducido a creer. Y es que, a veces, impulsado por la presión de los micrófonos, a los economistas influyentes les hacen sentir que tienen “una especie de deber público de pronunciarse sobre los problemas a los que puede que uno no haya dedicado una especial atención.” Como consecuencia, el flamante premio Nobel no estaba seguro de que fuera recomendable “fortalecer la influencia de unos pocos economistas individuales por el reconocimiento ceremonial y llamativo de los logros, quizás de un pasado lejano.”

Y sugería que los galardonados del premio Nobel de Economía tuvieran que hacer una especie de “juramento hipocrático para no excederse, en las declaraciones públicas, de los límites de su competencia”, porque al fin y al cabo, como decía Alfred Marshall, “Los estudiantes de ciencias sociales deben temer la aprobación popular: cuando todos hablan bien de ti, mal asunto”.

En 2004 Ralph Keyes acuñó por primera vez la expresión “era de la post-verdad” o “era post-factual” en su libro del mismo nombre. Se refería al riesgo de que el debate visceral, basado en sentimientos, se imponga sobre el debate basado en hechos, mucho más pesados de contrastar. El término no tardó en adaptarse al ámbito de la política. Hoy en día observamos con preocupación cómo argumentos no basados en hechos se mezclan con medias verdades en debates complejos como el del Brexit, los acuerdos comerciales de la Unión Europea con EEUU o con Canadá, o las elecciones presidenciales americanas (ver este número de The Economist al respecto), lo que refleja en gran medida el exceso del culto a la personalidad en las sociedades modernas y la peligrosa tendencia a la comodidad de suscribir ciegamente la opinión de un líder social en vez de indagar con esfuerzo los datos y argumentos acerca de un complejo problema. Las tertulias televisivas se llenan no de expertos, como en la época de la añorada “La clave”, sino de personas populares, que opinan alegremente sobre muchas materias a las que apenas han dedicado unos minutos de reflexión.

En ciencias sociales como la economía, que afectan tanto a la vida diaria y el bienestar de los individuos y donde gran parte de las respuestas a los problemas deberían ser “no lo sabemos” o “depende”, la responsabilidad del creador de opinión es grande. Si usted tuviera un cáncer de estómago nunca dejaría que le operara un meteorólogo. Pero incluso si le dijeran que le va a operar un médico, no se sentiría muy cómodo si éste fuera un neurocirujano o un traumatólogo, y preferiría un cirujano digestivo. Pues de la misma forma, cada vez que oigamos pontificar a alguien sobre lo que se debe y no se debe hacer en un ámbito determinado, deberíamos ser exigentes. Si es un tema económico complejo, será mejor buscar la opinión de un economista, pero incluso en este caso no tiene por qué ser una opinión necesariamente autorizada en cualquier ámbito de competencia: un premio Nobel por sus contribuciones a la teoría de la información asimétrica que dice que hay que salirse del euro no tiene por qué tener razón.

Más aún, incluso aunque la opinión sea autorizada y se base en datos, es importante que estos estén lo suficientemente contrastados, ya que muchas veces la ligereza a la hora de emitir recomendaciones de política económica puede tener graves consecuencias. Así, por ejemplo, muchos recordarán el famoso artículo de Reinhart y Rogoff “Growth in A Time of Debt” publicado en el American Economic Review en mayo de 2010 (disponible aquí) que dejaba entrever una regla tan fácil de aplicar como peligrosa en manos de gobernantes: “cuando la deuda externa bruta alcanza el 60 por ciento del PIB el crecimiento anual del país disminuye un dos por ciento, y para niveles de deuda externa de más del 90 por ciento del PIB el crecimiento del PIB se reduce aproximadamente a la mitad”. El análisis, como se demostró posteriormente en artículos del BIS (2011), el FMI (2012) y Herndon, Ash y Pollin (2013), contenía ciertos errores metodológicos, y aunque incidía en algo evidente, el peligro que una deuda excesiva puede tener sobre el crecimiento económico (mayor cuanto mayor es la deuda), la supuesta “regla mágica” distaba mucho de ser cierta, como los propios autores admitieron. Sin embargo, antes de ser contrastada fue utilizada profusamente en el debate político británico y europeo para justificar fuertes políticas de austeridad.

En última instancia, en el ámbito de la economía se trata de evitar los prejuicios, tanto negativos (“si lo dice esta persona tiene que ser mentira”) como positivos (“es verdad porque lo dice esta persona”) y buscar opiniones y argumentos que provengan de personas con conocimiento amplio del asunto en cuestión y que estén suficientemente contrastados, poniendo en cuarentena las fórmulas mágicas y las reglas de oro supuestamente sencillas que quepan en 144 caracteres. Y preguntarse siempre por la fuente de los datos utilizados. Antonio Machado decía en su Juan de Mairena que “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”, y hoy habría que añadir, “especialmente si utiliza para ello datos fiables y contrastados”.

Hablando de prejuicios, el discurso del Nobel del que hablábamos al principio de este post es histórico, y lo pronunció el 10 de diciembre de 1974 un economista liberal muy sensato, y a menudo tan criticado como poco leído: Friedrich August von Hayek.

8 comentarios a “La era “post-factual” y la responsabilidad de los economistas

  1. Ulpiano
    28/10/2016 de 03:49

    Para la era post factual lean El retorno de los chamanes de Víctor La puente. El chamán apela al instinto, sin datos, cercenando los esfuerzos de la razón. ?Por qué el juez cree al forense cuando determina la hora de la muerte y no cree al economista? Mucho por hacer.

    Enhorabuena por el blog

    • Enrique Feás
      02/11/2016 de 10:44

      Gracias por su comentario, y por la recomendación

  2. Luigi
    31/10/2016 de 20:15

    Hayek no es mi héroe, pero suscribo el punto de vista plenamente: efecto halo (Thorndike), ilusión de la validez o la validación del gurú más allá de su ámbito competencial (Kahneman). O más radical aún: Taleb en ‘Antifrágil’.

    Sesgos cognitivos que nos empujan más allá de lo debido.

    En el tiempo del exceso de información, los 140 caracteres y del incentivo por ser más visible y social, los influencers se crean de forma inopinada.

    • Enrique Feás
      02/11/2016 de 10:50

      Gracias. Lo cierto es que los importantes sesgos cognitivos (incluido el de confirmación, para mí muy relevante) ya tienen premio Nobel de Economía desde hace más de una década (Kahneman), pero por desgracia aún no se han incorporado de forma sistemática a la teoría económica. Gracias por las otras referencias.

  3. Francisco Moreno Velo
    05/11/2016 de 08:49

    Hay una eterna lucha entre determinismo y teoría del caos. El ser humano esta obsesionado con el determinismo, no soporta la idea de que el futuro no se pueda determinar, una vez dominada la ciencia y conocidas las condiciones de contorno. Pero efectivamente esto es lo que sucede en economía: incluso suponiendo que estuviese resuelta la teoría, esta depende de demasiados factores cambiantes a lo largo del tiempo y lo que lo hace todavía mas complicado es que los continuos cambios en las distintas variables son interpretadas por los agentes en tiempo real, lo que hace cambiar las expectativas futuras, que a su vez afectan a las variables en tiempo real, que a su vez afectan a las expectativas… Entramos en el terreno de la teoría del caos, donde pequeños cambios en las condiciones de contorno producen resultados completamente distintos… Todo ello, incluso en el plano teórico, suponiendo información veraz disponible para todos en tiempo real, mercado no intervenido, agentes que toman decisiones racionales, etc…, cuestión que dista mucho de la realidad…..

    Dentro de la teoría del caos, no hay blancos y negros, todos son grises, es campo abonado para que se pueda argumentar esto o lo contrario y no es fácil, o mas bien es casi imposible, demostrar la validez de los modelos y de las relaciones causa-efecto. Campo abonado pues para lo místico, para la intuición, para los grandes gurus… y también para los grandes errores o teorías fallidas.

    Pero todo esto es culpa de Nobel, que en lugar de dar premio a las Matemáticas, mas noble, sincera y agradecida, eligió la Economía, mala compañera, farragosa y traicionera….

  4. Jorge Bielsa
    15/06/2017 de 13:41

    Si me permites una pequeña sugerencia, yo habría puesto sobre Hayek: a menudo tan alabado/criticado como poco leído. Es la parte complementaria de tu crítica: los que son más hayekianos que Hayek, que haberlos haylos. Tengo para mí que Hayek no se entiende sin su «von» y sus circunstancias históricas.
    Respecto a ese premio Nobel que pontifica sobre el euro ¿Quién será? 🙂 creo que estiras demasiado el argumento, porque el asunto del «euro» así, en general, es al menos tan político como técnico. ¿O es que los premios Nobel deben abstenerse de meterse en política (como ciertos generales bajitos) y encerrarse en lugares de culto y meditación para contestar solo aquellas preguntas sobre las verdades que solo a ellos le han sido reveladas?
    En general, creo que el problema es en ambas direcciones: por cada cantamañanas que dice cosas técnicamente inconsistentes sobre cosas que ignora, hay al menos un «togado» que abusa del principio de autoridad simulando una certeza que dista mucho de poseer. Eso también hay que criticarlo.
    Un placer de texto, gracias.

    • Enrique Feás
      15/06/2017 de 14:32

      Gracias a ti, Jorge. Tienes toda la razón, lo que es leer no le lee nadie (como a Keynes), ni unos ni otros. Y como en los textos sagrados, la interpretación es muchas veces lo más peligroso. Borges decía que, de tanto interpretar el personaje de Borges, ya no sabía quién era el auténtico. Hayek era muy radical en muchas cosas, pero a veces te encuentras con que defendía la sanidad pública y algunas otras cosas que asustarían a sus incondicionales. Lo que quería decir yo con este post es que es mejor un análisis con datos de un economista medio serio que una frase dogmática a la ligera de un economista laureado de postín. Stiglitz es un magnífico economista (su Nobel es de Microeconomía, eso sí), y tiene todo el derecho a hablar de lo que quiera, pero el que tiene poder e influencia tiene que tener responsabilidad. Cuando dice que «quizás el coste de mantener la eurozona es mayor que el de romperla» creo que debería añadir: «y si deciden romper el euro me avisan para que antes ponga todos mis activos en euros, y si sale mal renunciaré a mi Nobel en ceremonia pública». Así me merecería más credibilidad que con esos brindis al sol. Irving Fisher dijo en 1929: «lo peor de la caída de la Bolsa ya ha pasado», pero por lo menos fue coherente y acto seguido se arruinó. Nadie es quién para decirle a nadie de qué debe hablar, es simplemente una cuestión de humildad: no pasa nada por decir «este tema no lo he estudiado en profundidad» o «no es mi especialidad», aunque luego añada su opinión personal. Pero vamos, tienes razón en que por cada tertuliano ignaro hay un ilustrado atrevido. Está la cosa entre Escila y Caribdis.

      • José Antonio
        20/06/2017 de 17:59

        Muy interesante la entrada, Enrique.

        Comparto tu crítica a la profesión y abogo porque los economistas, particularmente los de mayor proyección pública, traten de ser responsables, coherentes y humildes, así como que respalden siempre con datos y hechos sus afirmaciones. Sin embargo, no creo que las rockstars actuales del gremio se hayan apartado de los anteriores valores, y otros muchos que serían deseables, en mayor medida que sus predecesores.

        Somos humanos, nos deslizamos con facilidad hacia algún postulado ideológico y sentimos la necesidad de identificarnos con determinada línea de pensamiento y actuación de algún grupo que nos resulte afín. Kunh decía que un paradigma es también un sitio donde se vive y Kanheman que primero sentimos una decisión y luego la racionalizamos. El rigor de nuestros análisis siempre es limitado, por tanto, y con toda probabilidad será más estimulado por nuestros adversarios que por los de nuestro clan (perro no come perro)

        Son probablemente los medios de comunicación actuales (de todo tipo, incluyendo las redes sociales en último término) los que hayan acrecentado la repercusión y facilitado los excesos de algunos economistas y de muchos líderes de opinión, en general. Muchos echamos de menos programas como La Clave, pero me temo que es una minoría la que aprecia los debates donde especialistas (y no tertulianos profesionales) elaboran e intercambian ideas (en vez de despachar soflamas y difundir los argumentarlos de sus patrocinadores)

        No puedo sino sumarme a la recomendación del notable libro de Víctor Lapuente. En el mismo se expone claramente la tesis de que los medios de comunicación disfuncionales comprometen extraordinariamente la efectividad de las políticas publicas.

        Enhorabuena por el Blog

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