Invadir Europa en primavera

En 2015 Garry Kaspárov, excampeón del mundo de ajedrez, publicó un libro titulado “El invierno se acerca” (Winter Is Coming), en el que advertía del progresivo descenso de Rusia hacia un peligroso autoritarismo. El libro, que llevaba por subtítulo “Por qué hay que frenar a Vladimir Putin y a los enemigos del mundo libre”, pasó relativamente desapercibido en Europa  y ni siquiera se tradujo al español. El pasado 24 de febrero, horas después de que las tropas rusas entraran en Ucrania, Kaspárov publicó un tuit de reflexión a modo de Casandra desconsolada: “No puedes evitar la batalla contra el mal: tan sólo puedes retrasarla mientras va subiendo el precio”.

Y es que la invasión de Ucrania ha despertado muchas conciencias. La de cierta izquierda dispuesta a justificar cualquier régimen que se oponga a Estados Unidos, como si el antiamericanismo fuera causa de legitimidad; o la de cierta derecha defensora de los “hombres fuertes”, como si la fuerza se usara siempre en sentido correcto. Por suerte, también cierta Europa ha despertado, esa Europa que se limitaba a mostrarse “profundamente preocupada” cada vez que sucedía una tragedia pero era incapaz de actuar para evitar la siguiente. Al igual que el Brexit cohesionó a los Estados miembros y el coronavirus dio pie a la emisión de deuda europea, la invasión de Ucrania ha sido otro de esos eventos extraordinarios que han permitido a Europa mirarse al espejo sin motivos para avergonzarse. Hemos visto cosas sorprendentes, como a Alemania comprometiéndose a aumentar el presupuesto anual en defensa hasta el 2% del PIB, a Suecia y Finlandia planteándose seriamente incorporarse a la OTAN, o a Suiza abandonando esa cara fea de la neutralidad que le permitía ocultar las fortunas de los dictadores. La política exterior europea ya nunca será la misma.

Podríamos decir que, en estas últimas semanas, la Unión Europea se ha vuelto consciente de al menos cuatro cosas.

En primer lugar, de la existencia de serias amenazas al mundo libre. Durante años Europa ha preferido a mirar hacia otro lado cada vez que se le ha planteado la necesidad de usar su poder, (y no me refiero al militar). Acostumbrada a un mundo de reglas y al paraguas estadounidense, ha querido creer que su experiencia histórica era siempre extrapolable y que el comercio y la interdependencia económica eran condición suficiente para evitar conflictos. Y quizás lo sean, pero entre democracias. Con autocracias como China o Rusia esa estrategia no ha funcionado: ambos países están hoy mucho más interconectados económica y financieramente con Europa y los Estados Unidos que hace treinta años, pero no son más libres. Su prosperidad no les ha hecho aproximarse al modelo liberal, sino que los ha llevado a ofrecerse a los países en desarrollo como modelos alternativos y a mostrarse cada vez más amenazantes.

En segundo lugar, de su verdadero poder económico. Desde hace tiempo se viene hablando de la necesidad de que, en el actual mundo multipolar, la Unión Europea sepa “hablar el lenguaje del poder”, pero sus conflictos de intereses le han impedido mostrar su auténtica artillería económica. Al fin y al cabo, la UE es el mayor bloque comercial e inversor del mundo y el emisor de una de las grandes monedas de reserva. Ya había usado antes sanciones comerciales, pero ha sido el pleno ejercicio de su poder financiero –a través del bloqueo de SWIFT y la congelación de las reservas de otros bancos centrales– lo que ha mostrado el enorme poder latente hasta hoy infrautilizado. Por cierto, gran parte de ese poder se deriva de que el euro es hoy, por derecho propio, una de las grandes monedas de reserva mundiales. Ya tienen un punto más que añadir a la lista de ventajas de la unión monetaria: con 19 monedas de reserva (o, por qué no decirlo, con sistemas descentralizados como el bitcoin) esas sanciones jamás habrían sido tan efectivas.

En tercer lugar, de que la democracia y las libertades no están nunca garantizadas. Para los muchos privilegiados jóvenes europeos que jamás han vivido bajo una dictadura, contemplar cómo una democracia lucha a muerte para evitar caer bajo el yugo autocrático es un sano recordatorio de que las libertades no se regalan, se conquistan, y que, una vez logradas, hay que defenderlas cada día. Nada es irreversible. Reordenar las prioridades es siempre un ejercicio muy sano para cualquier sociedad.

En cuarto lugar, de la necesidad de asumir costes para defender valores. En las sociedades acomodadas de hoy tendemos a quererlo todo: una economía descarbonizada, pero con gasolina y vuelos baratos; una sanidad universal y completa, pero con impuestos cada vez menores; y seguridad frente a las amenazas, pero sin aumentar el gasto militar. En el fondo, apoyar a Ucrania es asumir que para defender valores (y sí, los europeos los tenemos) hay que afrontar costes. Como bien decía Borrell, hay momentos en los que no se puede mirar hacia otro lado. Unas veces, eso implicará dar apoyo militar (a ser posible, discretamente, sin bravuconadas); otras, asumir renuncias en términos de bienestar, dado que no existen sanciones verdaderamente efectivas contra Rusia que no supongan un elevado coste económico para Europa. Pero eso es lógico: no existen valores dignos de tal nombre que se puedan defender sólo gratis. Si uno no está dispuesto ni siquiera a sufrir económicamente, entonces es que no tiene valores, sólo tiene intereses.

Es muy posible que Rusia, bien como consecuencia del bloqueo a los pagos (como ocurrió con los bancos iraníes) o como forma de presión, recorte el suministro de energía a Europa.  Tenemos que estar preparados para que eso ocurra y, si es preciso, racionar y repartir las reservas existentes (a España, poco dependiente del gas ruso y con gran capacidad de regasificación de gas licuado, le tocaría esta vez estar del lado de los generosos). Habrá inflación, y habrá que aplicar políticas de rentas responsables. Europa y sus ciudadanos deben estar a la altura de lo que se espera de ellos.

Vienen tiempos duros, pero el invierno no se acerca, como dice Kaspárov, sino que se aleja (al menos el meteorológico). Eso hace que Europa pueda resistir mucho mejor, asumiendo costes económicos, pero no tanto humanos. En otros momentos de la Historia, megalómanos como Napoleón o Hitler iniciaron su declive cometiendo el error de intentar invadir Rusia en pleno invierno. Es hora de demostrar que Putin ha cometido el error de intentar invadir Europa en primavera.

 


Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)