Tras la formación de gobierno se está acentuando el debate sobre cómo afrontar el déficit de la seguridad social y la sostenibilidad a largo plazo de las pensiones. Las reformas de 2011 y 2013 se centraron en el lado del gasto (ajustar las pensiones y su revalorización), pero la discusión política ha girado ahora del lado de los ingresos adicionales que son necesarios para apuntalar el sistema, en un debate que enfrenta a los partidarios de los impuestos versus los que proponen mayores cotizaciones sociales. Partiendo de la necesidad de asegurar unos recursos que garanticen unas pensiones dignas ‒dicho sea de paso, igual que otros objetivos para la política de gasto, como paliar la exclusión social o fortalecer la educación y la I+D+i‒, la decisión sobre cómo aumentar los ingresos debe ir más allá de las consideraciones de suficiencia y tener también en cuenta el impacto económico de nuestra estructura fiscal, que actualmente sobrecarga demasiado las cotizaciones.
Categoría: Editores
Algunos mitos sobre la sanidad privada
En estos últimos años de restricciones presupuestarias ha resurgido el debate de la privatización sanitaria. El concepto es complejo, porque una cosa es la provisión de servicios sanitarios (quién ofrece el aseguramiento y la cartera de servicios sanitarios y los financia) y otra la producción de servicios sanitarios (quién gestiona el seguro, los hospitales y sus servicios accesorios o quién contrata a los profesionales sanitarios), lo que da lugar a distintas combinaciones y modelos público-privados muy distintos. En cualquier caso, siempre que se ha hablado de privatización (con distintas implicaciones), el debate económico ha brillado por su ausencia. Los argumentos que se han esgrimido en favor de la privatización rara vez se han documentado con datos y han sido sustituidos por actos de fe. ¿Qué mitos existen respecto a la sanidad privada?
Lectura contra el desánimo
¿Se levanta usted, desde la mañana del 9 de noviembre, con sensación de angustia? ¿Le asalta de manera frecuente una preocupación inexplicable respecto al devenir del mundo? ¿Sueña con que Obama se convierte en el presidente vitalicio de la Unión Europea? ¿No entiende el cabreo del macho blanco de clase media?
No se preocupe. Lo primero, no está solo. Y lo segundo es que me voy a permitir prescribirle un tratamiento que sin duda le hará sentir mejor.
Peta CETA
Como los caramelos (Peta Zetas), el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Canadá firmado en octubre de 2016, conocido por su acrónimo en inglés, el CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement o Acuerdo Económico y Comercial Global), tiene un sabor final dulce, pero está siendo explosivo en su degustación, hasta el punto de que puede acabar “petando” en su proceso de ratificación en los parlamentos nacionales en Europa. Los términos del acuerdo son muy razonables y beneficiosos, y es difícil pensar en un socio mejor que Canadá para garantizar unas relaciones económicas que mantengan altos estándares de protección social, medioambiental o al consumidor (mejores que en muchos países europeos). A pesar de ello, el acuerdo está siendo ampliamente cuestionado, más que por sus propios contenidos, por un creciente sentimiento de rechazo a la apertura comercial que no conviene menospreciar.
Los americanos se juegan la salud
No me refiero a las muy probables secuelas que sufrirán, después de una campaña tan larga, aquellos que no soportan al del tupé rubio o a la del apellido presidencial. Más bien se trata de pensar en cuál puede ser la consecuencia más trascendente de esta elección sobre la economía de Estados Unidos.
El debate económico durante la campaña ha girado alrededor del comercio, la inmigración y las políticas para sacar a la clase media de su estancamiento. Son temas centrales, sin duda, en los que las posiciones de los candidatos son muy distintas y pueden dar lugar a cambios de calado que afecten además al sistema de cooperación económica internacional. Sin embargo, si se mira con perspectiva, el efecto más determinante sobre su propio bienestar de la decisión que van a tomar los estadounidenses tiene que ver con el sistema sanitario.
Imposición y tecnología
En las últimas décadas el desarrollo de las nuevas tecnologías ha favorecido el análisis exhaustivo de datos masivos (el Big Data, en terminología popularizada a finales de los noventa por John Mashey) por parte tanto de la Administración como de las empresas privadas, en especial las tecnológicas. Por lo que respecta a la Administración, tan importante es que se le exija que no utilice mal la información que posee como que aproveche la que posee en beneficio del ciudadano, especialmente cuando podría generar importantes ahorros y eficiencias.
Uno de los usos en los que los datos en poder de la Administración podrían comportar grandes ventajas sería en el ámbito tributario, donde la ausencia de una medición efectiva individualizada de la capacidad de pago de los contribuyentes impide un sistema fiscal no sólo más justo, sino también más eficiente en forma de una mayor recaudación.
Macroeconomía sin consensos (¿ni cimientos?)
La política macroeconómica aplicada tras la crisis financiera global ha roto con todas las prescripciones que se habían asentado entre académicos y gestores, sintetizadas en los denominados consensos de Washington y el de Jackson Hole. En general, se reconoce que para salir de la crisis era necesario desviarse de los consensos estirando los límites de las políticas monetaria y fiscal expansivas, pero la gestión de la macro ha sido objeto de una continua controversia durante estos años, que se acentúa a medida que las políticas empiezan a mostrar síntomas de agotamiento y la economía global tan solo registra una moderada recuperación. El mundo académico va por detrás de los gestores, aprendiendo del impacto de las políticas aplicadas, sin aportar tampoco un nuevo consenso, e incluso, con nuevas aportaciones que van en la dirección de cuestionar los cimientos que han dominado la investigación macro durante décadas.
La era “post-factual” y la responsabilidad de los economistas
Durante el banquete posterior a la entrega del premio Nobel de Economía, el galardonado se levantó y comenzó su discurso. Lo primero que dijo es que, si le hubieran preguntado, él nunca habría recomendado la creación de un premio Nobel para esta disciplina. Al principio el público rió, pensando que hablaba en broma. Pero se fijaron bien y comprobaron que no estaba sonriendo. Entonces, para relajar un poco el ambiente, nuestro protagonista siguió diciendo que en primer lugar temía que un premio de estas características tendiera a acentuar los vaivenes de las “modas científicas”, pero en este sentido estaba tranquilo porque en esta ocasión se lo habían dado a él, y él no estaba de moda. Luego, sin embargo, se puso de nuevo serio y advirtió que su segundo motivo de preocupación era más grave: el premio Nobel de economía, dijo, “confiere a un individuo una autoridad que en Economía nadie debería poseer.”
¡Que suban los salarios!
Sucedió en Frankfurt el 8 de septiembre, al final de la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo. Un periodista preguntó a Mario Draghi si estaban preocupados por lo poco que estaban creciendo los salarios en Alemania. En su respuesta, el Presidente de la autoridad monetaria europea dijo que los beneficios de un mayor crecimiento de los salarios (sin mencionar un país concreto) son hoy incuestionables. Era un mensaje poco habitual en un banquero central, aunque ya había algún precedente. El Gobernador del Banco de Japón lleva más de dos años tratando de fomentar una expansión de salarios que colabore en la superación de la persistente deflación en la que está sumida su economía.
La multa de Apple y la seguridad jurídica
El pasado 30 de agosto la Comisión Europea estableció que la empresa estadounidense Apple deberá pagar una multa por importe de 13.000 millones de euros por haberse beneficiado de ayudas fiscales ilegales. La sanción equivale al 27% de los beneficios anuales de la compañía en 2015, y es la mayor multa impuesta nunca por la Comisión.
Apple y el gobierno irlandés emitieron sendos comunicados de protesta, y anunciaron que recurrirán la sentencia. Al Ministro de Finanzas de Irlanda le preocupa “defender la integridad de su sistema fiscal”. Apple, por su parte, señaló que siempre ha pagado lo que debía y se quejó de que aquí “no se trata de cuántos impuestos paga Apple sino de cuál es el gobierno que recauda”, amenazando además con “profundas y nocivas consecuencias en la inversión y creación de empleo en Europa”. Esta última amenaza también la profirió el portavoz del Tesoro estadounidense. El Consejero Delegado de Apple, Tim Cook, fue más lejos, calificando la multa de “basura política” y acusando a la CE de manejar “cifras falsas”.
¿Quién tiene razón?