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Inteligencia, dame el sesgo exacto de las preguntas

En 1981 los psicólogos Kahneman y Tversky seleccionaron a dos grupos y les plantearon el siguiente problema: “imaginen que Estados Unidos se está preparando para un brote de una rara enfermedad asiática que se espera que mate a 600 personas, y que se han propuesto dos programas alternativos para combatirla”. A partir de esta premisa, a un primer grupo se le dio a elegir entre el Programa A, con el que se salvarían 200 personas, y el B, con el que habría 1/3 de probabilidades de salvar a 600 personas y 2/3 de que no se salvara nadie. Al segundo grupo se le planteó la disyuntiva entre el programa C, con el que morirían 400 personas, y el D, con el que habría 1/3 de probabilidades de que no muriera nadie y 2/3 de que murieran 600 personas.

Civismo y Estado del bienestar

Frente a la tormenta perfecta que ha tenido que afrontar el Estado de Bienestar en España durante la última década, algunos partidos políticos y organizaciones sociales han hecho de su defensa una bandera. Esta reacción es comprensible y, en el corto plazo, puede haber contribuido a limitar los daños. Pero como en muchas otras cosas, la pulsión conservadora es insuficiente para afrontar los retos futuros. Tomando en cuenta las consecuencias sociales de la crisis, el envejecimiento de la población y la incertidumbre sobre el impacto de la digitalización en el empleo el objetivo para España debería ser ampliar y profundizar nuestro Estado de Bienestar.

El comercio moderno y la devaluación devaluada

El presidente de Estados Unidos Harry Truman dijo una vez que quería solo economistas mancos, porque todos los que tenía le decían siempre “on the one hand” (por un lado) y “on the other hand” (por otro). Si aún viviera se daría cuenta de que la economía moderna, cada vez más integrada a nivel mundial, tiene cada vez menos economistas mancos, y los que lo son es porque generalmente se resisten a considerar las derivadas cada vez más complejas de cada medida de política económica.

Esta complejidad se manifiesta especialmente en el ámbito del comercio internacional y sus precios relativos.

El monopsonio y la devaluación del trabajo (y II)

En su libro Monopsony in Motion: Imperfect Competition in Labor Markets (2003) el catedrático de la London School of Economics Alan Manning propone abordar el análisis del mercado de trabajo bajo las dos premisas del monopsonio: existen fricciones importantes y las empresas fijan los salarios. Desde la perspectiva de la política económica, la competencia imperfecta tiene, como vimos en la primera entrega de esta entrada, un coste neto de bienestar, alterando el efecto de las intervenciones en el funcionamiento del mercado. Aunque las implicaciones son múltiples nos centraremos en tres: el salario mínimo, la política de la competencia y las medidas contra la discriminación salarial por razón de sexo.

Machado, los sesgos cognitivos y el soberanismo

Pocos días después de la muerte de Antonio Machado el 22 de febrero de 1939, su hermano José encontró en un bolsillo del viejo gabán del poeta un papel con tres anotaciones que reflejan muy bien la forma sesgada que tiene el ser humano de ver e interpretar el pasado. Entonces nadie hablaba aún de los sesgos cognitivos –es decir, de los fallos de nuestra mente que nos llevan a alterar la percepción de la realidad y nos alejan del perfecto ser racional que nunca fuimos–, pero ya se sabe que, como decía Robert Graves, los verdaderos poetas poseen una intuición especial.

El monopsonio y la devaluación del trabajo (I)

En Tocando el viento, una película de 1996 dirigida por Mark Herman, se narra la lucha infructuosa de un grupo de mineros y sus familias en un pueblo del norte de Inglaterra para mantener sus empleos y su banda de música. Al final ganan el concurso de orquestas en el Royal Albert Hall, pero acaban claudicando frente a la empresa, pues no tienen alternativa. Es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando las empresas tienen poder de mercado como demandantes de trabajo, un tipo de estructura de mercado que nuestra vieja amiga la Señora Robinson bautizó como monopsonio. La investigación reciente apunta a un aumento de su incidencia en Estados Unidos y Europa, lo que podría explicar una parte de la brecha entre el crecimiento de los salarios reales y la productividad, con implicaciones de calado para la política económica.

Trump y la cortina de humo de acero

En la película de 1997 “La cortina de humo”, dirigida por Barry Levinson, se narra la historia de un presidente estadounidense que comete un delito y, ante la amenaza de que el escándalo le cueste las elecciones, contrata los servicios de un asesor (Robert de Niro) que, con la ayuda de un director de cine (Dustin Hoffman), escenifica una falsa guerra contra Albania para distraer a la opinión pública y cohesionarla en torno a su líder.

Del mismo modo, llama la atención la extraña llamada a la guerra comercial que ha iniciado el presidente estadounidense –usando, como siempre, la caja de resonancia de Twitter– en medio de una peligrosa investigación encabezada por el fiscal especial Mueller, que amenaza con poner en jaque su presidencia.

Salir de las trincheras del contrato único

Desde que se formuló hace ya casi diez años, la propuesta del contrato único ha generado enconados debates. Sus promotores, economistas académicos, han seguido puliendo sus contornos y tratando de evaluar sus posibles resultados, pero hasta ahora con insuficiente apoyo político y de los agentes sociales. Sin embargo, hay algunos síntomas de que la deliberación pública sobre los problemas del mercado de trabajo español podría desbordar las posiciones férreas a favor y en contra del contrato único. En su proposición de Ley para luchar contra la precariedad laboral registrada en el congreso este martes y presentada en un acto el pasado sábado, Ciudadanos ha incluido algo que sigue llamando contrato único, pero que en realidad es la supresión de los contratos temporales. ¿Aplaudirán los sindicatos y los partidos de izquierda?

Theresa May y el Gato de Cheshire

En Alicia en el País de las Maravillas, un libro publicado en 1865 por el escritor y matemático inglés Charles Dodgson –más conocido por su seudónimo de Lewis Carroll– y que está lleno de juegos lógicos, hay un pasaje en el que Alicia se encuentra en una encrucijada con el gato de Cheshire y le pregunta qué camino debe tomar. El gato, sonriendo desde lo alto de un árbol, le responde: “eso depende en gran medida de adónde quieras llegar”.

Una conversación circular parecida fue la que mantuvieron recientemente Theresa May y Angela Merkel –según relató esta última en un encuentro discreto con periodistas durante el Foro de Davos–. Al parecer, cada vez que la canciller alemana le preguntaba qué quería, May se limitaba a responder “¿qué es lo que me ofreces?”, en un bucle infinito.

Myrdal: la actualidad del economista moral

En 1954 el Tribunal Supremo de Estados Unidos adoptó una de sus decisiones más trascendentes del siglo XX, la de Brown contra el Consejo de Educación, que declaró inconstitucional la segregación en la educación pública. En la sentencia, los jueces introdujeron como elemento determinante el daño psicológico irreversible que podría causar a los niños la separación por razas, apoyándolo en la investigación reciente en ciencias sociales. En esa famosa nota al pie número 11, el último de los trabajos citados era An American Dilemma, publicado por el economista sueco Gunnar Myrdal diez años antes. Encontré uno de sus últimos libros publicados (Against the stream, 1972) en una librería de segunda mano del Eastern Market en Washington D.C. y me ha llamado la atención lo pertinentes que son sus preocupaciones para los debates actuales.