El pasado 25 de enero se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la Conferencia MMT Desempleo 0%, organizada por las redes española e italiana del movimiento MMT (siglas en inglés de Teoría Monetaria Moderna). Allí se presentó la Carta de Madrid, un documento que pretende iniciar un recorrido de debate político y propuestas legislativas. En el segundo párrafo de la introducción, se atribuye la responsabilidad de la plaga de la austeridad a un elenco en el que figuran al mismo nivel Pinochet y Mitterrand, junto con el FMI y la UE. Aunque este comienzo bastaría ya para dejar de leer, conviene armarse de valor y seguir, puesto que la Carta plantea un debate de fondo sobre la política económica actual, basándose en la economía post-keynesiana (que de manera provisional asociaremos con los discípulos más fieles de Keynes).
En efecto, la estrella invitada era Pavlina Tcherneva, directora del Departamento de Economía del Levy Economics Institute del Bard College, en el Estado de Nueva York. En esta venerable institución terminó su carrera Hyman Minsky, el más destacado teórico del keynesianismo financiero y padre de la hipótesis de inestabilidad financiera. Para ilustrar la lucidez de las ideas económicas de este hombre, baste decir que en 2008, cuando el sistema económico y financiero mundial se estaba yendo al garete, se reeditó a toda prisa un libro suyo de 1986 en el que explicaba con precisión la dinámica de un colapso financiero.
La Teoría Monetaria Moderna es la cristalización de esa vertiente de la economía post-keynesiana. En esencia, sostiene que el dinero es una creación del Estado y que un Estado que tiene el monopolio de la emisión de moneda puede siempre garantizar el pleno empleo y la estabilidad de precios. La razón es que siempre puede comprar cualquier cantidad de empleo que se ofrezca al precio que determine creando dinero. ¿Verdad que suena bien? ¿Verdad que parece la visión opuesta a la de la austeridad, el control del gasto público, los límites al déficit, la pesadilla de la deuda?
No son ustedes los únicos que han visto la potencialidad política de la idea. En el Círculo de Bellas Artes estaban representantes de Podemos y del Partido Sinistra italiana. Además, la principal asesora económica de Bernie Sanders, Stephanie Kelton, es otra de las figuras académicas defensoras de la MMT. Sobran razones por tanto para tomar en serio la Carta.
A pesar de un estilo que combina el materialismo histórico con la profecía redentora, mi opinión es que da en el clavo al colocar como objetivo central de la política económica el acceso universal al trabajo digno. Llama la atención, porque contrasta con el interés creciente que en el ámbito de la izquierda suscita la propuesta de una Renta Básica Universal. Simplificando mucho, los defensores de la RBU sostienen que la vía para reanudar el progreso económico y social es la emancipación del trabajo remunerado; por el contrario, desde la óptica de lo que podríamos denominar el Empleo Digno Universal (EDU), se sigue confiando en el trabajo remunerado como el mejor instrumento de socialización y fuente de libertad real para los ciudadanos.
Desde la Revolución Industrial, las ganancias de productividad se han compartido mediante la mejora de las condiciones de trabajo, la reducción de las horas trabajadas y el aumento de los salarios reales. El porcentaje de las horas disponibles de un ciclo vital destinado al trabajo en Reino Unido pasó del 50% a mediados del siglo XIX al 20% a principios de la década de 1980 (Ausubel y Grübler, 1995). Desde entonces, la tendencia a la reducción del tiempo de trabajo se ha acentuado en Europa, mientras se frenaba en Estados Unidos.
Sin embargo, la satisfacción que produce el tiempo de ocio desaparece en gran parte cuando no se compagina con un empleo. Y es que el trabajo proporciona a la persona mucho más que renta. Las investigaciones sobre los factores que más afectan a la felicidad indican que lo peor de caer en el paro no es la pérdida de renta. Lo peor es la desaparición de los vínculos de socialización asociados al trabajo y el impacto sobre la autoestima. Seguro que habría gente que sería feliz sin trabajar y cobrando una renta (financiada necesariamente por el trabajo de otros); pero para la mayoría de los mortales el curro es esencial para sentirse útil y forjarse un propósito vital.
El trabajo es también imprescindible para aprender. Desde un joven sin estudios hasta un licenciado en medicina, la actividad laboral es básica para formarse y para poder desarrollar el potencial de mejora en la productividad que todos tenemos. Una de las consecuencias más graves de periodos de elevado paro como el que estamos viviendo es precisamente la destrucción de capital humano que provoca en aquellos que sufren el desempleo de larga duración.
El desempleo involuntario es pues un desastre económico y social y el principal objetivo de la política económica debería ser erradicarlo. Pero el problema no es el objetivo, sobre el que pueden estar de acuerdo desde los sabios alemanes hasta los anticapitalistas, pasando por los proteccionistas de Trump. El problema es que alcanzarlo es una tarea extraordinariamente difícil. Y ante esta dificultad, los atajos son muy tentadores. Aunque hay miles de matices en las políticas y las estrategias, voy a centrarme en tres tipos de atajo: el neoliberal, el proteccionista y el que se esboza en la Carta de Madrid.
El atajo neoliberal consiste en omitir el adjetivo digno. Se basa en dos ideas muy sencillas: 1) el mercado de trabajo es un mercado como los demás y 2) Los trabajadores prefieren empleos precarios y mal pagados a morirse de hambre. Dejado a su libre funcionamiento, el mercado siempre llegará a un salario de equilibrio al que todos los que quieran trabajar encontrarán empleo. Si el salario no supera el umbral de pobreza será porque el trabajador es poco productivo. Los intentos de interferir en el funcionamiento del mercado, tanto los directos (como el salario mínimo) como los indirectos (prestaciones sociales en dinero o en especie que aumentan el coste de oportunidad de trabajar) son la causa del paro. En su versión anglosajona, el atajo neoliberal admite que la demanda agregada afecta al empleo, apoyando así políticas de estabilización. En la versión alemana, solo se mejora el empleo con políticas de oferta, aunque en este caso son más proclives a complementar los salarios bajos con prestaciones sociales.
El atajo proteccionista, tal y como lo estamos viendo tomar forma en la nueva administración de EEUU, consiste en recuperar los empleos dignos que el resto del mundo supuestamente ha robado. En realidad, se trata de una mutación del atajo neoliberal que incorpora una dosis adicional de perversidad. En vez de preocuparse del acceso a la educación, la formación o la sanidad de las capas que más sufren el desempleo, se pretende reafirmar el poder de negociación de Estados Unidos poniendo barreras de acceso al mercado doméstico y bajando los impuestos a las rentas más altas y a las empresas. Es posible que la masiva rebaja de impuestos alimente la expansión de la demanda agregada y del empleo, al menos de forma temporal. Pero el proteccionismo no traerá el empleo digno.
En la segunda parte de esta entrada trataré de desmontar el tercer atajo y luego apuntar algunas de las políticas que pueden ayudar en el largo camino hacia el Empleo Digno Universal.