Londres, una fría noche a finales de enero de 2021. George y Mildred están deseando tomar el avión y llegar a Alicante, donde tienen un pequeño apartamento en la playa. Desde que se jubilaron disfrutan de él varios meses al año, entre octubre y marzo, período durante el cual sólo vuelven al Reino Unido unos días por Navidad, para pasar las fiestas con sus hijos Michael y Hellen. Este año, a causa del COVID, se quedaron sin viaje y sin Navidad, así que la víspera de su vuelo a España aprovechan la relajación de las medidas impuestas por Boris Johnson a comienzos de diciembre para cenar todos juntos en familia.
–¡Es la primera cena en la que no hablamos del Brexit! –dijo Michael, bromeando.
George no sonrió. Había votado “sí” en el referéndum de 2016, y siempre fue un firme defensor del Brexit. Mildred, no tanto, y sus hijos, que se han pasado media vida recorriendo Europa, aún no entienden cuáles son las ventajas del nuevo pasaporte azul. Su padre, sin embargo, se lo enseñó, orgulloso, al terminar la cena:
–¡Aquí está! ¿Verdad que es bonito?
–¿Qué eso ahí estampado? –preguntó Michael– ¿El visado para España?
–Sí, el visado Schengen. ¿Ves cómo los remainers sois unos exagerados? ¡Nos lo han dado enseguida! Eso, sí, por un máximo de 90 días, claro…
–No sólo eso –se lamentó Mildred–. En la Embajada nos han dicho que los visados europeos no permiten estancias de más de 90 días en un período de 180. Vamos, que este año ya no podremos volver en octubre. O, si vamos, tendríamos luego que pasar tres meses en Londres antes de poder regresar a España.
–No pasa nada –dijo George–. A fin de cuentas, cinco meses seguidos eran demasiado. Tenemos que aprovechar y disfrutar más de nuestros nietos escoceses, ¿verdad, Hellen? Este año he pensado en alquilar la casa de España de abril a octubre, y luego ir nosotros de enero a marzo.
–Por mí encantada, papá, pero no te creas que las cosas están muy bien en Escocia –dijo Hellen–. Hay mucha tensión con lo del referéndum de independencia.
–¿Todavía siguen con eso? –protestó George–. ¿Pero de qué se quejan? ¡Si al final hemos tenido que tragarnos un acuerdo de Brexit!
–Ya, papá –replicó el hijo–, pero es que es un acuerdo de mínimos. Hay muchísimos atascos en la frontera, y las empresas escocesas están que trinan. Por cierto, respecto a la casa, puedes alquilarla, sí, pero recuerda que ahora que no sois europeos ya no os retendrían en España un 19,5% en concepto de impuestos por los rendimientos del alquiler, sino un 25%, y encima sin posibilidad de deducir los gastos.
–¡Vosotros los economistas, siempre tan agoreros! ¡Los europeos lo hacen para fastidiarnos!– exclamó George.
–No, papá, siempre ha sido así –replicó su hija. Los que hemos cambiado hemos sido nosotros.
–Por cierto, cuando pedimos el visado nos exigieron un seguro de viaje –interrumpió Mildred–. Nos dijeron que el nuestro ya no nos podía cubrir en España. ¿Es verdad eso?
–Sí, mamá –explicó Hellen, que trabajaba en un banco–. Los servicios financieros y los seguros son ahora mucho más complicados. No sólo los ciudadanos hemos renunciado al pasaporte europeo: las empresas financieras y de seguros, también. Ahora ya sólo podemos prestar servicios en otros países a través de filiales, no directamente desde aquí.
–Igual tiene eso que ver con la carta que recibí el otro día del banco… En fin… Por perder, hasta Poppy ha perdido su pasaporte –añadió Mildred–. Meter ahora un perro en Europa va a ser una auténtica pesadilla, como me comentó el veterinario. Certificados y más certificados, y si falta alguno, lo ponen en cuarentena. Esta vez vamos a tener que dejarlo aquí con vosotros. Bueno, contigo no –dijo, mirando a su hijo–, porque te vienes ya para España a trabajar, ¿no?
–Me temo que no, mamá. Estoy todavía tramitando el reconocimiento de mi título, porque desde el Brexit es necesario, y hasta que no lo tenga no puedo firmar el contrato. Me han dicho que están tardando varios meses, por la acumulación de expedientes. Y luego habrá que gestionar el visado de trabajo, que es un papeleo tremendo.
–Dímelo a mí –dijo Hellen–. En el banco han cancelado los cursos de formación en Frankfurt del personal por el jaleo de los visados. ¡Con la ilusión que me hacía! Por cierto, papá, ¿cómo es que al final vais en avión? ¿No queríais ir en coche, como otros años?
–Era un lío –dijo George. El seguro del coche ya no vale en Europa, imagino que por lo que decías antes. Pero ya alquilaré uno al llegar a Alicante.
–Pues no te olvides de llevar el carné internacional –apuntó Michael– Recuerda que el británico ya no vale para conducir por la Unión Europea.
–¿Cómo que no? –gritó George– ¡Pero si valía el año pasado!
–Como tantas cosas que valían el año pasado y ya no valen –murmuró Mildred.
–Bueno, bueno, no pasa nada. Ya no me da tiempo antes del viaje, pero tengo que volver en quince días a Londres para un tema de la casa, aprovecharé y me lo sacaré entonces. Aunque la visita me va a salir carísima, desde el Brexit han reducido mucho las frecuencias de vuelos y los billetes se han puesto por las nubes.
–Claro, las compañías aéreas británicas ya no pueden hacer paradas en la Unión Europea para recoger viajeros. De todos modos, si vienes no vas a poder volver a España –dijo Hellen, hojeando el pasaporte de su padre–. El visado que te han estampado no es de entrada múltiple.
–¿Qué demonios estás diciendo? –gruñó George.
–Mira, lo pone aquí: “Single entry”. Tenías que haberte asegurado antes de pedirlo. Vas a tener que sacarte otro visado Schengen cuando vuelvas a Londres. Eso sí, ya sólo te lo emitirán para los días que te queden del máximo de 90.
–En fin, qué se le va a hacer –suspiró George–. Es el precio de la libertad. ¿Qué más da estar quince o veinte minutos en la cola de pasaportes para no comunitarios, si ya no dependemos de los burócratas de Bruselas? Por cierto, Mildred, ¿has cogido las recetas?
–Sí, claro –dijo Mildred–. Por lo menos en Alicante las farmacias tendrán de todo. Aquí me han dicho que van a ser unos meses complicados, por lo menos hasta que las cosas se normalicen en Dover. Hablando de burocracia, me han dicho que han tenido que contratar a cientos de funcionarios de aduanas…
–Bueno, chicos –concluyó George–, va a ser mejor que os vayáis marchando, que mamá y yo tenemos que madrugar mañana para ir al aeropuerto. Además, os va a pillar el toque de queda. No os preocupéis, que todo irá bien. Estoy seguro de que los alicantinos seguirán tan simpáticos como siempre.
–Eso, sí. Buen viaje. No os olvidéis de llamarnos cuando lleguéis –dijo Hellen, mientras se levantaba de la mesa.
–Os mandaremos mejor un mensaje –musitó George, sin levantar la cabeza–. Ahora el roaming nos sale carísimo…
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)