La conversación económica de este otoño sigue marcada por la evaluación de los daños de la guerra comercial y la Brexitología. Pero hay otros debates que tratan de arrojar luz sobre la naturaleza e implicaciones normativas de las transformaciones que nos afectarán, más allá de las veleidades de repliegue nacional actuales. Una de las cuestiones más trascendentes es el impacto del cambio tecnológico de la robótica y la inteligencia artificial (IA) sobre el empleo, los salarios según el nivel de la cualificación y la desigualdad. A finales de septiembre se celebró en Toronto una conferencia del National Bureau of Economic Research (NBER) sobre Economía de la IA. Unos días antes, el Grupo de Trabajo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) sobre el Trabajo del Futuro publicó un informe con los resultados preliminares de su investigación. Se trata de un buen avance de cuál es el marco de análisis y la evidencia en este estadio preliminar del proceso.
El Informe del MIT se abre con la constatación de que una mayoría (en Estados Unidos, según las encuestas del PEW) es pesimista respecto a los efectos que tendrá la automatización sobre sus condiciones de vida. El estancamiento del salario real mediano de los trabajadores estadounidenses desde 1980 y la brecha que se abrió entonces entre el crecimiento de los salarios reales y la productividad (desde 1973 los primeros han avanzado el 12% acumulado, frente a un 75% de avance de la segunda) justifican el escepticismo reinante. Sin embargo, los miembros del grupo de trabajo creen que hay razones para ser moderadamente optimistas, siempre que se imprima un giro a las políticas y a algunas prácticas institucionales. La aplicación de la inteligencia artificial y la robotización tendrá un efecto positivo sobre la productividad y generará una oportunidad para mejorar la vida del ciudadano medio.
En primer lugar, no se aprecian síntomas de una escasez de empleo. Y el Informe no prevé que la automatización conduzca al fin del trabajo ni nada parecido; al contrario, el envejecimiento de la población puede hacer que los empleos sean relativamente abundantes respecto a la población activa. Citan como ejemplo a Japón, donde el aumento de la demanda de servicios para las personas mayores más que compensa el efecto del progreso tecnológico.
En segundo lugar, el efecto de la tecnología sobre el empleo no es solo sustituir; los mecanismos a través de los cuales se transforma el trabajo humano son la sustitución, la complementariedad y la creación de nuevas tareas. El progreso de la tecnología está provocando una nueva ola de sustitución de tareas rutinarias o físicas que reduce la demanda de trabajo para cualificaciones medias. Estos procesos elevan la productividad e históricamente han permitido mejorar la calidad del trabajo, en cuanto a su contenido y la realización del trabajador; no obstante, han venido acompañados de dislocaciones sociales profundas, con costes de adaptación elevados, como se evidenció en la transición desde la producción artesana a la producción fabril.
Al mismo tiempo, la tecnología es complementaria del trabajo cualificado. Los arquitectos diseñan mejor y más rápido con el CAD que con un lápiz. Y un economista aprende y modeliza mejor con R y acceso a las publicaciones más recientes por Internet que pasando horas en la biblioteca. El Informe señala que el progreso tecnológico ha ido modificando la ventaja comparativa del trabajo humano desde lo físico hacia lo cognitivo, elevando al mismo tiempo los requerimientos de razonamiento formal y de educación de la mayoría de los puestos de trabajo. Además, esta transformación no es estática, porque la introducción de IA y automatización en las actividades productivas crea nuevas tareas; en vez de picar datos, o revisar cifras en un papel, los trabajadores tienen que aprender a manejar programas, supervisar procesos y analizar datos. Para hacerse una idea de cuál puede ser el impacto sobre la demanda de trabajo de distintas cualificaciones, sus salarios y, por tanto, la distribución de la renta, la clave es estudiar bien esta combinación de sustitución, complementariedad y creación de tareas.
El modelo de tareas de Acemoglu y Restrepo arroja conclusiones inquietantes: la productividad aumentará, pero es muy posible que la desigualdad lo haga también y la participación del trabajo en la renta baje, si las nuevas tareas son complementarias del trabajo más cualificado. El artículo de Jackson y Kanik (2019) presentado en la conferencia de Toronto llega a conclusiones similares, en un modelo que subraya los efectos de equilibrio general. Tiene especial interés la relevancia que otorgan a la reabsorción de los trabajadores que sustituye la tecnología en otras ocupaciones. Cuanto menos eficiente sea ese proceso, más caerán los salarios del trabajo menos cualificado, más aumentará la desigualdad y menores serán las ganancias de productividad (porque el descenso del salario atenuará la inversión en automatización). Este vínculo con la capacidad de reasignación del mercado de trabajo podría dificultar el proceso en casos como el español.
Tanto el Informe del MIT como otros artículos recientes (Azar et al) indican que los robots y la IA están llegando, sí, pero lo hacen de manera gradual y no esperan una aceleración espectacular en el corto plazo. Según las opiniones de las empresas estadounidenses en sectores como las manufacturas y la automoción, la automatización requiere tiempo, por ahora no viene asociada a pérdidas de empleo y tiene cierto carácter complementario. Es un tipo de cambio tecnológico mucho más complejo que el de la incorporación de software. Por otra parte, muchas empresas siguen experimentando escasez de trabajadores cualificados. Aun así, hay tareas como las relacionadas con la logística del comercio electrónico, donde el efecto de sustitución está siendo ya considerable. En el caso de la automoción, los vehículos autónomos, que no dejan de ser robots guiados por IA, tienen problemas de seguridad en entornos poco estructurados como el de la movilidad. Y su despliegue tenderá a ser gradual y siempre teniendo un elemento de complementariedad.
Las técnicas de Machine Learning (clasificación de imágenes, reconocimiento facial, traducción) vienen aplicándose desde hace tiempo, pero todavía tienen más el impacto de modificar las tareas más que sustituir completamente al trabajo. En cualquier caso, será necesario redefinir la organización del trabajo en muchas empresas antes de poder alcanzar el potencial de mejora de la productividad con la introducción de estas tecnologías.
En definitiva, aunque no hay razón para el pánico ni para los catastrofismos, sí conviene preocuparse. En primer lugar, porque a pesar del gradualismo observado hasta el momento, sabemos que el progreso tecnológico y su impacto en los procesos productivos son acumulativos y no lineales, de manera que no es descartable que se acelere la destrucción de empleos en el futuro. En segundo lugar, es muy probable que los cambios tecnológicos acentúen las tendencias al aumento de la desigualdad y la reducción de oportunidades para los trabajadores con menos cualificaciones. El problema no es solo el equilibrio de llegada, sino la gestión de la transición, que se puede cebar con algunos colectivos particularmente expuestos. Los miembros del grupo de trabajo del MIT hacen una serie de recomendaciones para EEUU que pretenden reforzar la posición del trabajo en el proceso de producción y en la distribución de la renta, entre las que destacan facilitar su organización y fomentar la adopción de tecnologías complementarias del trabajo. Es posible que en Europa las medidas necesarias sean distintas. Sin duda una de las más eficaces será el impulso a la formación de capital humano para todos los trabajadores, no solo en la fase de educación media y superior, sino a lo largo de la vida. En cualquier caso, en cuanto la guerra comercial y el Brexit nos dejen, deberíamos ponernos manos a la obra, porque embridar esta transformación requerirá tiempo, análisis e ingenio.