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La dimisión de Boris Johnson: una bendición disfrazada

Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial, pero perdió las elecciones inmediatamente posteriores. Boris Johnson, gran admirador de Churchill y sobre el que llegó a escribir una biografía en la que resaltaba el papel histórico de los grandes líderes individuales, seguro que se siente plenamente identificado con él y no entiende por qué todo el mundo quiere que dimita. “Así me lo agradecen”–pensará– “después de haber ejecutado el Brexit que les prometí”. Pero ya sabemos que Boris Johnson tiende a la exageración, y que entre enfrentarse a los nazis o enfrentarse a los funcionarios de Bruselas hay unas cuantas diferencias sustanciales en términos de valor. Hoy presentará su dimisión.

El Brexit, la pesca y el general Moore

El 16 de enero de 1809 Sir John Moore, general del ejército británico responsable de las tropas desplazadas a España para ayudar a contener la invasión napoleónica, caía mortalmente herido en la batalla de Elviña, mientras defendía la costa gallega del ataque francés para poder evacuar a sus tropas.

Hoy, sin embargo, son los británicos quienes defienden hasta el último metro de su costa frente a la supuesta amenaza de los pescadores franceses y españoles, que tan sólo aspiran a seguir faenando después del Brexit como venían haciendo durante décadas. El problema es que en esta batalla se puede terminar torpedeando toda la negociación del Brexit.

Los acuerdos internacionales hay que cumplirlos

El artículo 26 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969 es corto, pero muy explícito: “Pacta sunt servanda. Todo tratado en vigor obliga a las partes y debe ser cumplido por ellas de buena fe”. Si el texto recoge literalmente esa expresión latina es porque constituye el principio más antiguo del derecho internacional: los acuerdos hay que cumplirlos.

El Brexit pasa a la segunda fase

Después de un largo esfuerzo para lograr algo muy difícil, el ser humano tiene la tentación natural de relajarse, de celebrar, olvidando que, muchas veces, lo más complicado viene después. Eso es precisamente lo que ocurre con el Brexit. Cuando el Reino Unido decidió en junio de 2016 abandonar la Unión Europea, lo lógico era pensar que cerraría rápidamente un Acuerdo de Salida para poder concentrarse en la dura negociación de un Acuerdo de Relación Definitiva. Pero como el Acuerdo de Salida acabó convirtiéndose en una interminable pesadilla, su desenlace ha hecho olvidar a muchos –como los que quieren repicar las campanas del Big Ben– que el Brexit no sólo no ha terminado, sino que lo complicado viene ahora. Como en un campeonato de fútbol, simplemente hemos pasado a la siguiente fase. Y los partidos que quedan son especialmente duros.

¿Por quién doblan las campanas del Big Ben?

En el año 384 Poncio Meropio Paulino, un senador romano de origen francés, decidió retirarse en Burdeos, donde conoció a una bella joven de Barcelona llamada Teresa. Por ella se convirtió al cristianismo, y con ella se casó y tuvo un hijo, que lamentablemente murió a los pocos días de nacer. La pareja, desolada, fue entonces a Barcelona, donde, durante una misa de Navidad, todos los fieles presentes, al grito de “¡Paulino, sacerdote!”, convencieron al exsenador para que se ordenase presbítero. Así lo hizo y, unos años después se mudó con su mujer a la ciudad italiana de Nola, donde, ya como obispo, introduciría el uso de campanas para los servicios religiosos. Pocos siglos después, toda iglesia tendría una, y por ello San Paulino de Nola es hoy el patrón de los campaneros.

10 Downing Street, mediados de diciembre

El primer ministro colgó el teléfono y se acercó a la puerta para recibir a su invitado. Cuando entró, lo abrazó, afectuoso. Luego se separó de él, pero manteniéndolo agarrado por los hombros, y le dijo:

–¡Enhorabuena, amigo mío! ¡Lo hemos conseguido!

–Dominic Cummings intentó sonreír, pero tan sólo consiguió esbozar una extraña mueca. Luego, se escurrió de entre los brazos de su anfitrión y se dirigió a la mesa del despacho, para sentarse enfrente y sacar unos papeles. Boris Johnson, ya acostumbrado a las extravagancias de su asesor, sonrió, y mientras se acomodaba en su silla, exclamó:

–Bueno, estarás satisfecho, ¿no? ¡Lo hemos conseguido!

Cummings, serio, replicó con desgana:

–Yo no diría eso. De hecho, esto no ha hecho más que empezar.

Las elecciones británicas y el Brexit

En una encuesta celebrada en septiembre de 2019, uno de cada cinco británicos que habían votado en 2016 a favor de permanecer en la Unión Europea se mostraban dispuestos a aceptar el Brexit, incluso una salida sin acuerdo, con tal de evitar que gobernara Jeremy Corbyn. Este “efecto Corbyn”, es decir, el miedo al programa radical y a las continuas inconsistencias políticas del líder laborista, se ha demostrado letal para los intereses de los partidarios de permanecer en la Unión Europea, y ha sido el que ha dado a Boris Johnson una holgada mayoría.

Contrariamente a algunas apresuradas interpretaciones, el resultado de estas elecciones no ha reflejado en absoluto una clara preferencia por el Brexit por parte de los votantes británicos. La sociedad sigue dividida, partida por la mitad, y Boris Johnson no ha obtenido muchos más votos que su predecesora, Theresa May. Lo que ha confirmado, simplemente, es que muchos votantes moderados que preferían permanecer en la Unión Europea han decidido que un gobierno de un Corbyn radicalizado era un precio demasiado alto que no estaban dispuestos a pagar. El Brexit no será, pues, más que la consecuencia lógica de formular una pregunta incorrecta: en vez de preguntarle a los británicos si querían de verdad salir de la UE, se les ha preguntado a quién querían de primer ministro. Y han decidido que a cualquiera menos Corbyn. Incluso a Boris Johnson, que ya es decir. Y es una lástima, porque un primer ministro incompetente tiene plazo de caducidad, mientras que la decisión de abandonar la UE afectará a muchas generaciones.

Al mismo tiempo, tampoco los liberal demócratas han conseguido convencer a los votantes moderados de que ellos eran la alternativa adecuada. Su líder, Jo Swinson, antigua secretaria parlamentaria privada y mano derecha del viceprimer ministro, Nick Clegg, todavía está pagando los costes para un partido de centroizquierda de aliarse con el gobierno conservador de Cameron y además traicionar su promesa de no subir las tasas universitarias. La combinación de la desconfianza de los votantes de izquierda y la fidelidad al partido tory de los votantes conservadores han hecho que Swinson, como Nick Clegg en 2017, ni siquiera haya sido capaz de mantener su propio escaño.

Ahora bien, si hay algo de lo que Johnson se siente particularmente satisfecho en estas elecciones, es de haber borrado del mapa político a Nigel Farage y su molesto Brexit Party. Como diría Dominic Cummings, misión cumplida.

¿Qué pasará ahora? Desde luego, el resultado electoral ha permitido terminar con la incertidumbre política: el Parlamento británico aprobará el Acuerdo de Salida negociado por Boris Johnson y el 31 de enero el Reino Unido dejará jurídicamente de ser un Estado miembro de la Unión Europea. Mantendrá, eso sí, todos los derechos y obligaciones económicas durante un período transitorio establecido inicialmente en 11 meses, durante el cual se deberá negociar un Acuerdo de Relación Definitiva con la UE.

¿Cómo será este acuerdo? Boris Johnson ha dicho unas veces que quería un acuerdo profundo, otras que un acuerdo básico. Pero eso era en campaña electoral. Paradójicamente, la amplia mayoría de Johnson no sólo le otorga margen de maniobra para aprobar el Acuerdo de Salida, sino también para negociar con la Unión Europea un Acuerdo de Relación Definitiva sin estar sujeto a la presión de los radicales conservadores de su partido (el European Research Group o ERG, dirigido por el peculiar Rees-Mogg). Si hay algo que nos ha quedado claro de Boris Johnson es que no es una persona de principios muy arraigados: es capaz de decir una cosa y la contraria cinco minutos después, y sin pestañear. Quizás precisamente por eso sea capaz de perseguir un mayor grado de integración que el que le reclamarían los más radicales, y si hace falta aceptar una extensión del período transitorio para lograrlo. Y venderlo, como ha hecho con el Acuerdo de Salida, como un éxito.

En todo caso, no cabe a priori contar con una extensión del período transitorio, y hay que ponerse a negociar cuanto antes. El problema es que once meses no son nada en términos de negociaciones comerciales.

Lo normal, aunque solo sea por cuestiones de plazos, es negociar un acuerdo bastante básico, puramente comercial (sin apenas servicios) con posibilidades de ampliación futura. Pero ni siquiera eso será fácil. Un acuerdo de libre comercio va mucho más allá de eliminar aranceles, y durante los próximos meses habrá que contemplar al menos tres cuestiones: las normas de origen (que definen la “nacionalidad” de las mercancías complejas para poder beneficiarse de un tratamiento preferencial), cuestiones de pesca y acceso a caladeros (muy importante para la UE) y compromisos de competencia leal (denominados de terreno de juego equilibrado o “level playing field”), es decir, de no perseguir grandes divergencias y carreras a la baja en cuestiones como derechos sociales, medioambientales o fiscalidad. Hay que tener presente otro dato importante: la ausencia de aranceles no evita la necesidad de controles aduaneros, imprescindibles en un acuerdo de libre comercio para controlar el origen de las mercancías (e inexistentes en una unión aduanera), y las fricciones comerciales podrían ser muy elevadas. No olvidemos, tampoco, que un acuerdo de libre comercio no suele incluir productos agrícolas, un sector para el que la incertidumbre sigue siendo enorme.

En cualquier caso, Boris Johnson, liberado del Brexit Party, liberado de la presión de los radicales conservadores, liberado de unas elecciones inminentes, tiene las manos libres para negociar. Y, diga lo que diga ahora, lo normal es que aproveche para evitar una salida brusca y promover una relación económica más integrada con la Unión Europea que la que inicialmente preveíamos y, si es preciso, ganando tiempo. ¿Por qué? No sólo porque sabe que Trump nunca le hará ninguna concesión y jamás podrá acceder a un acuerdo muy ventajoso con Estados Unidos, sino, fundamentalmente, porque las elecciones también le han dado un poderoso motivo político para suavizar la salida y buscar consensos: el primer ministro que pasará a la Historia como el que sacó al Reino Unido de la Unión Europea no puede permitirse ser al mismo tiempo el primer ministro que provocó la ruptura del Reino Unido con la independencia de Escocia.

 


Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)

El coste de la incertidumbre del Brexit

Boris Johnson llegó al poder con una precaria minoría heredada de Theresa May y desde entonces sólo buscaba una cosa: unas elecciones plebiscitarias a las que presentarse con posibilidades de lograr una mayoría cómoda y aplastar al Brexit Party. En ese sentido, lo ha conseguido: la polarización política es un hecho y, a menos de una semana para las elecciones, la batalla se decide entre tories y laboristas, que absorben un 75% de la intención de voto. El Brexit Party se ha hundido al 3,5% (llegó a tener más de un 20%), los Liberal Demócratas no llegan al 14% y los verdes, nacionalistas escoceses y otros se reparten el 8% restante.

“Brexit”, Temporada 3, Episodio 10

Al inicio de la tercera temporada de “Brexit”, una de las series más vistas de esta década, el personaje de Boris Johnson –que recordarán que traicionó a Cameron en la primera temporada y luego a May en la segunda– llegó finalmente al poder. Recuperó entonces como asesor a un personaje de la primera temporada, el siniestro Dominic Cummings, director de la campaña del “Leave” durante el referéndum y que, con tanta inteligencia como pocos escrúpulos, ha tenido un papel muy relevante en esta temporada que ahora toca a su fin.

El autobús del Brexit ha vuelto a pasar de largo

El Parlamento británico sintió vértigo y dio otra patada hacia adelante, obligando a Boris Johnson a pedir una tercera prórroga. La Ley Benn –aprobada justo antes de la suspensión del Parlamento– establece que, si el 19 de octubre el Parlamento no ha aprobado un Acuerdo de Salida, el primer ministro debe solicitar al Consejo Europeo una extensión, como mínimo hasta el 31 de enero de 2020. En el ánimo de los parlamentarios han pesado tres factores: la desconfianza, la incertidumbre, y la cobardía.