La guerra de Ucrania y el orden económico internacional

Al igual que la gripe de 1918 fue oscurecida por la I Guerra Mundial, la pandemia de COVID-19 va a ser eclipsada por la invasión de Ucrania. Y ahora, como entonces, el conflicto tendrá un impacto considerable sobre el diseño del sistema económico internacional, principalmente en cuatro grandes ámbitos: el sistema internacional de pagos, el uso de monedas de reserva, la cotización de energía y materias primas y las instituciones económicas y financieras internacionales.

Por lo que respecta al sistema internacional de pagos, parece cada vez más claro que las sanciones financieras a Rusia (la exclusión de siete de sus bancos de SWIFT y el bloqueo de los saldos en divisas del Banco Central de Rusia) tendrán consecuencias para el futuro. Por lo pronto, China está tomando buena nota de los riesgos de depender de los sistemas de pagos y monedas de reserva occidentales. Su sistema propio, el CIPS, tiene aún dos grandes dependencias externas: el sistema de mensajería interbancario (SWIFT) y el procesamiento de pagos a través de cámara de compensación (CHIPS). China es consciente de que su CIPS carece aún de liquidez y profundidad suficientes para servir de alternativa de mensajería y clearing para pagos interbancarios, pero sin duda intentará reducir su vulnerabilidad frente a futuras sanciones occidentales.

Por otro lado, el bloqueo de las divisas de reserva tradicionales depositadas en bancos centrales occidentales a nombre de Rusia también servirá de lección para China y otras potencias de cara al futuro: lo más probable es que los bancos no occidentales reduzcan sus tenencias de divisas de países avanzados y las sustituyan por otras (o por oro), al tiempo que mantienen un porcentaje mayor de sus reservas en territorio nacional o de países claramente aliados.

Las criptodivisas, por su parte, han crecido en estos últimos meses, pero su uso siendo marginal porque, en última instancia, el cambio de criptodivisa a divisa fuerte requiere el paso por grandes casas de cambio (como Binance o Coinbase) que exigen la identificación del cliente y rompen el anonimato que atrae una parte la demanda (con el objetivo de sortear las sanciones).

El tercer ámbito en el que cabe esperar cambios es el de la moneda de cotización internacional de energía y materias primas. En la actualidad, la mayoría de las materias primas cotizan en dólares, salvo contadas excepciones (metanol, acero, alquitrán y algunas tierras raras en yuanes; caucho en yenes; y algunos productos agroalimentarios en reales brasileños o dólares canadienses). Arabia Saudí anunció el 15 de marzo que estaba dispuesta a aceptar el pago en yuanes para parte de sus ventas de petróleo a China. Pocos días después, el 23 de marzo, Rusia anunció que exigiría el pago en rublos de sus exportaciones de gas a países “hostiles” (entre ellos, la Unión Europea). Esta idea no es nueva: hace tiempo que se cuestiona la ventaja que supone para Estados Unidos que la cotización internacional de la mayoría de las materias primas se denomine en dólares y se plantea la posibilidad de usar otras denominaciones.

Sin embargo, esto no se ha producido, y no sólo por presión política de Estados Unidos, sino también por el evidente atractivo que supone la adquisición de bienes, servicios y productos financieros estadounidenses. Es decir, para que una divisa internacional se convierta en activo internacional de reserva hacen falta dos cosas: que sea plenamente convertible (es decir, que no haya ninguna restricción para comprar o vender esa divisa en operaciones de cuenta corriente o de capital) y que sea emitida por un país política e institucionalmente estable, con mercados financieros amplios y líquidos y un banco central con credibilidad antiinflacionista. Esto último es especialmente cierto desde que la base del sistema monetaria internacional es plenamente fiduciaria y las divisas no están respaldadas por otros bienes escasos (como el oro respaldaba al dólar hasta 1971).

Como el rublo no es plenamente convertible y de Rusia sólo se adquiere gas y algunas materias primas, pagar el gas en rublos no es incentivo suficiente para mantener rublos como depósito de valor internacional, por lo que todo hace pensar que el efecto de esta medida no apreciará sensiblemente la moneda rusa (la nueva demanda de rublos será igual a la nueva oferta para comprar gas, y poco más). Más allá de algunos efectos secundarios (como el traslado del riesgo cambiario o la facilidad para aumentar el control de divisas en Rusia), la medida supone, fundamentalmente, un mensaje político: una llamada a otros países a desvincularse progresivamente del dólar como divisa de pago o de cotización. O quizás una forma de anticipar acontecimientos y provocar la desconexión europea del gas ruso antes de que sea la propia UE quien lo decida.

¿Y el yuan? Evidentemente, la oferta de bienes de China es mucho más variada y cuantiosa, pero su moneda tampoco es plenamente convertible y sus mercados financieros no resultan tan atractivos para los inversores internacionales. Pero China seguirá trabajando para intentar que cada vez más productos coticen en yuanes y más países mantengan yuanes en sus bancos centrales, promoviendo swaps de divisas e incentivando a que empresas y gobiernos extranjeros emitan valores en los mercados de capital de China para que este gane liquidez y profundidad.

El cuarto ámbito es el de las instituciones económicas y financieras multilaterales, un marco que ya estaba siendo desafiado. Antes de 2014, una mayoría de organismos tenían su sede en Estados Unidos o en países aliados, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los diversos bancos regionales; o sede en Europa, como el Banco Europeo de Inversiones (BEI), el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD); o sede en países neutrales (Suiza), como la Organización Mundial de Comercio (OMC) o el Banco Internacional de Pagos (BIS). Desde entonces, sin embargo, han ido surgiendo alternativas como el Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS (NBD BRICS), con sede en Shanghái, y sin miembros europeos ni de EEUU; o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB), con sede en Beijing, sin capital de EEUU.

La guerra de Ucrania provocará sin duda una fuerte polarización, tanto intrainstitucional (en las instituciones que tienen como miembros a todos los actores) como interinstitucional, acentuando las contraposición entre las que cuentan con Rusia o China entre sus miembros (como el BERD, el NBD o el AIIB) frente a aquellas en las que no son miembros (como el BEI) o sólo lo es alguno de ellos (como el ADB, en el que está China, pero no Rusia); también una imposibilidad práctica de llevar a cabo las reformas pendientes en instituciones como la OMC, o sacar adelante comunicados consensuados dentro del G20. La guerra generará una inevitable desconfianza que contaminará todas las instituciones financieras internacionales.

En conclusión, todo parece indicar que la guerra de Ucrania va a acelerar algunas tendencias que ya se apuntaban en el orden económico internacional. Vamos a una época de mayor desconfianza, de cuestionamiento del marco institucional de Bretton Woods y de traslación del escenario multipolar geopolítico en una globalización comercial y financiera cada vez más fragmentada y con una gobernanza cada vez más frágil.

 


Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)