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El impuesto «Google»: una mala idea por una buena causa

La tecnología ha dejado obsoleto –entre otras muchas cosas– el sistema tributario internacional. En el viejo mundo analógico, la relación entre actividad internacional de una empresa y tributación estaba vinculada a un concepto físico, el del establecimiento permanente. ¿Pero qué ocurre en un mundo digital, donde la obtención de datos o los medios digitales ya no son auxiliares al negocio, sino el propio negocio? ¿Dónde se genera el valor –y por tanto el beneficio y la recaudación fiscal– de la publicidad de un producto alemán mostrada a través del algoritmo estadounidense de Google con servidores situados en Irlanda vista por un residente fiscal español de vacaciones en Francia?

¿Hacia una reforma «light» de la UEM?

El ánimo reformista parece estar apagándose en Europa. Frente al impulso francés, la nueva coalición en Alemania y los países del norte de Europa están echando jarros de agua fría a las reformas más ambiciosas que buscan establecer mecanismos comunes para contrarrestar las asimetrías entre países. Hay cierto consenso en las carencias de la UEM, pero, cuando entran en juego los asuntos del dinero, las soluciones y los tiempos para aplicarlas varían mucho. Los plazos tampoco ayudan, teniendo en cuenta que las elecciones del parlamento europeo serán en mayo de 2019. Se abren las apuestas: ¿qué reformas impulsará el Consejo Europeo de 28 y 29 de junio?

La lógica del puente frente al muro

Al mismo tiempo que EEUU lanza una ofensiva decidida para aumentar las barreras arancelarias a diversos productos como el acero y el aluminio, en África diversas iniciativas apuestan por abrir sus fronteras comerciales. El pasado 21 de marzo 44 Jefes de Estado de la Unión Africana (formada por 55 miembros) firmaron la creación de la ZLEC, la Zona de Librecambio Continental. Se han firmado tres acuerdos: la declaración de Kigali, que crea la zona de librecambio continental; el protocolo de librecambio, en cuanto a bienes y mercancías y el de libre circulación de personas en el continente. Para que este acuerdo en vigor, al menos 22 de los firmantes tendrán que ratificarlo. La ZLEC es un mercado de 1.200 millones de consumidores, un PIB acumulado de 2,5 billones de dólares (datos del Banco Mundial) y una demografía al alza.

Theresa May y el Gato de Cheshire

En Alicia en el País de las Maravillas, un libro publicado en 1865 por el escritor y matemático inglés Charles Dodgson –más conocido por su seudónimo de Lewis Carroll– y que está lleno de juegos lógicos, hay un pasaje en el que Alicia se encuentra en una encrucijada con el gato de Cheshire y le pregunta qué camino debe tomar. El gato, sonriendo desde lo alto de un árbol, le responde: “eso depende en gran medida de adónde quieras llegar”.

Una conversación circular parecida fue la que mantuvieron recientemente Theresa May y Angela Merkel –según relató esta última en un encuentro discreto con periodistas durante el Foro de Davos–. Al parecer, cada vez que la canciller alemana le preguntaba qué quería, May se limitaba a responder “¿qué es lo que me ofreces?”, en un bucle infinito.

¿Hacia dónde nos lleva esta locomotora?

Son economistas brillantes; son franceses y alemanes; muchos están o han estado próximos a sus gobiernos a ambos lados del centro político, incluso formando parte de los consejos de asesores oficiales. Y se han puesto de acuerdo en un conjunto de propuestas para que ese euro nuestro deje definitivamente atrás los problemas existenciales de su adolescencia. ¡Eureka, exclaman los medios! Al fin encontramos la solución, el equilibrio entre disciplina de mercado y reparto de riesgos, entre reglas y discrecionalidad, entre el palo y la zanahoria, entre la cerveza y el vino…

Es un documento muy valioso, sin duda, escrito con esmero y rigor. Tiene también la virtud de ser pragmático, lo que, al contrario que muchos papeles previos sobre el euro, le da visos de factibilidad política. Con una posible Gran Coalición en Alemania centrada en Europa y un ministro de finanzas socialdemócrata, ofrece una hoja de ruta para transitar de la mano del presidente Macron. Aun así, después de una segunda lectura, la sensación es que nos lleva en la dirección equivocada.

Políticas de unión para el euro

Las propuestas sobre la Unión Económica y Monetaria (UEM) que la Comisión Europea presentará el 6 de diciembre llegan en el momento de la verdad del debate sobre la unión política. Tradicionalmente, las ideas para avanzar hacia una federación de estados nación (el núcleo duro de Schäuble-Lamers de 1994, el federalismo como método de Delors o la vanguardia abierta del discurso de Joschka Fischer en 2000) fueron recibidas con frialdad en el Elíseo. Sin embargo, como expuso el presidente Macron en su discurso de la Sorbona, Francia está ahora abierta a una mayor integración. El nuevo gobierno alemán tendrá por tanto una oportunidad única (y quizá irrepetible) para desarrollar de manera plena la dimensión política del euro.

Fondo Monetario Europeo: tapando agujeros

En el debate general sobre el futuro de Europa el principal frente de controversia es el que tiene que ver con cómo reforzar la financiación pública. Cuando se entra en los asuntos del dinero, al final se llega a los dos mismos baches: el principio de no rescate sustentado en los tratados de la UE y las reticencias, lideradas por Alemania, a cualquier reforma que afecte a los propios recursos de los países (a sus contribuyentes). En otras palabras: que cada país resuelva sus problemas con sus propios recursos. Reforzar el MEDE, reconvirtiéndolo en un Fondo Monetario Europeo –FME, propuesta original de Gros y Mayer, reimpulsada por la Comisión Europea‒, podría ser una solución intermedia para salvar estos obstáculos, pero debe ponerse especial cuidado en el diseño de su gobernanza y de sus políticas de supervisión y de préstamo para que permita efectivamente resolver el vacío fiscal del actual diseño de la UEM.

La ilusión europeísta se alimenta de futuro

Después de liderar a un país para ganar una guerra, Winston Churchill se presentó a las elecciones de 1945 y las perdió. Cuando ya era evidente en el recuento que los laboristas de Attlee iban a ganar la mayoría y Churchill iba a pasar la oposición, un día durante el almuerzo su mujer intentó consolarle y le dijo que, en el fondo, la derrota electoral “podría ser una bendición disfrazada”. Churchill replicó: “Pues por el momento está muy bien disfrazada”.

Quién le iba a decir a él, curtido en mil batallas, que aprendería tan tarde una de las reglas de oro de la política: los ciudadanos votan mirando hacia el futuro, no hacia el pasado. Bien lo saben en España partidos como el PCE o UPyD, que nunca vieron reflejados en forma de votos el agradecimiento de la población por sus aportaciones a la lucha contra la dictadura o a la regeneración democrática, respectivamente. Y es que, en cualquier proyecto político, el respeto por la historia o por los logros pasados suelen ser condición necesaria, pero no suficiente, para generar ilusión: un arma cuyo poder –como la poesía de Celaya– se alimenta de futuro.

Brexit, Cataluña y la Teoría de la Desintegración Económica

Así como durante la segunda mitad del siglo XX –en especial desde los años 90– el mundo vivió una considerable expansión de los procesos de integración económica, en las primeras décadas del siglo XXI la crisis financiera y la Gran Recesión han favorecido el retorno de los nacionalismos y de los populismos y un cuestionamiento del proceso liberalizador. Ello ha dado lugar a algunas propuestas de desintegración como el abandono del euro, la salida de la Unión Europea, la disolución del NAFTA o los impulsos secesionistas de algunas regiones europeas.

Todas ellas se han presentado siempre acompañadas de escenarios optimistas y unidimensionales, con beneficios ciertos y costes inexistentes. La realidad, sin embargo, es que los beneficios suelen ser bastante inciertos, y los costes, inevitables y ciertos. En el fondo, lo que ha faltado es una evaluación económica seria de los costes de transición o, lo que es lo mismo, una verdadera Teoría de la Desintegración Económica y Monetaria.

La cojera de la Unión Bancaria

Han pasado casi dos años desde que la Comisión Europea presentara su propuesta de reglamento para la creación gradual de un fondo de garantía de depósitos para el área euro. La idea era empezar con tres años de reaseguro parcial de los fondos nacionales por parte del fondo europeo para después instaurar una fase de co-aseguro de cuatro años con porcentajes crecientes hasta llegar al cien por cien. La negociación política de la propuesta en el Consejo ha embarrancado, dado que un grupo de países liderado por Alemania se opone a este enfoque. En su reciente Comunicación, la Comisión avanza algunas opciones para reducir la ambición del proyecto, tratando así de facilitar un acuerdo político en 2018.