La Academia sueca ha concedido el Premio Nobel de Economía a David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens. A Card, por sus “contribuciones empíricas en el campo de la economía del trabajo” y a Angrist y a Imbens por sus “contribuciones metodológicas en el análisis de las relaciones causales”. Todos ellos han hecho importantes aportaciones en el ámbito de los denominados experimentos naturales en Economía.
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Dime quién lo ha propuesto, que me opongo
Durante muchos años Leonard Cohen no pudo cobrar derechos de autor por una de sus mejores canciones, Suzanne. A pesar de ello, el elegante cantautor canadiense minimizaba el asunto diciendo que, en el fondo, desde que se la había oído cantar a un marinero en un lugar remoto del Mar Caspio, “sentía que ya no le pertenecía” –es decir, pertenecía al patrimonio popular–. Algo parecido contaba Amancio Prada de su versión musicada del poema de Rosalía Adiós ríos, adiós fontes. Quizás ambos habían leído a Manuel Machado, quien avisó de que Hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor.
El monopsonio y la devaluación del trabajo (y II)
En su libro Monopsony in Motion: Imperfect Competition in Labor Markets (2003) el catedrático de la London School of Economics Alan Manning propone abordar el análisis del mercado de trabajo bajo las dos premisas del monopsonio: existen fricciones importantes y las empresas fijan los salarios. Desde la perspectiva de la política económica, la competencia imperfecta tiene, como vimos en la primera entrega de esta entrada, un coste neto de bienestar, alterando el efecto de las intervenciones en el funcionamiento del mercado. Aunque las implicaciones son múltiples nos centraremos en tres: el salario mínimo, la política de la competencia y las medidas contra la discriminación salarial por razón de sexo.