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Seis gráficos sobre los tipos impositivos

Uno de los debates recurrentes durante las campañas electorales en casi todos los países avanzados es el que tiene que ver con la fiscalidad que, muy sintéticamente y sin perjuicio de múltiples matices, se puede reducir a dos posiciones: la socialdemócrata, a favor de tipos marginales progresivos y de una mayor presión fiscal, y la liberal, a favor de reducir los impuestos y la presión fiscal. Se trata de opciones políticas legítimas muy directamente relacionadas con las políticas públicas (y el tamaño del gasto público) que se consideran necesarias y con las consideraciones sobre la estabilidad fiscal.

En otra entrada ya veíamos que una mayor presión fiscal no implica menor riqueza, ni menor productividad (más bien puede ser al revés). Aquí se plantean seis gráficos que reflejan que en los países de nuestro entorno (con datos de países OCDE) no se observa una relación directa entre el nivel de los tipos impositivos y el rendimiento de la economía en términos de crecimiento o de recaudación –es decir, no se cumple la todavía recurrente curva de Laffer, que establece que a partir de cierto nivel, menores tipos impositivos, generan más actividad económica y con ellos más recaudación–.

La tiranía de la unanimidad fiscal en Europa

Hay palabras que evocan connotaciones positivas, como democracia o consenso. Pero, precisamente por ese motivo, en ocasiones se utilizan de forma tramposa. En nombre de la democracia los independentistas del parlamento catalán intentaron derogar de facto por mayoría simple un Estatut cuya mera modificación requería mayoría reforzada. En nombre de la democracia se dejó que la mayoría simple de los británicos –apenas un 52% de los votantes del referéndum del Brexit– decidiera sobre el futuro de muchas generaciones. A veces la mayoría simple es la forma más evidente de tiranía de la mayoría –como bien sabían Edmund Burke, James Madison o Thomas Jefferson–, y la mayoría cualificada la mejor forma de respetar la voluntad del pueblo y evitar al tiempo que decisiones trascendentales se tomen a la ligera. Como en Medicina, primum non nocere: ante la duda, no causar daño.

Cinco gráficos sobre la presión fiscal

El cambio de gobierno ha dado paso a un debate (necesario) sobre la oportunidad o no de aumentar los ingresos públicos con más impuestos. Sin perjuicio de que la clave está en el diseño de la reforma impositiva (sobre lo que hemos escrito varias entradas), que es la que determinará quiénes pagan y cuál es su impacto sobre el crecimiento y la reducción de la desigualdad (siempre en combinación con la política de gasto público), conviene resaltar que a nivel de recaudación agregado, la presión fiscal –el porcentaje de ingresos tributarios totales en relación al PIB– en España es relativamente baja y que un incremento de la presión fiscal no está reñido, ni con la eficiencia, ni con la equidad, más bien puede ser al contrario.

Civismo y Estado del bienestar

Frente a la tormenta perfecta que ha tenido que afrontar el Estado de Bienestar en España durante la última década, algunos partidos políticos y organizaciones sociales han hecho de su defensa una bandera. Esta reacción es comprensible y, en el corto plazo, puede haber contribuido a limitar los daños. Pero como en muchas otras cosas, la pulsión conservadora es insuficiente para afrontar los retos futuros. Tomando en cuenta las consecuencias sociales de la crisis, el envejecimiento de la población y la incertidumbre sobre el impacto de la digitalización en el empleo el objetivo para España debería ser ampliar y profundizar nuestro Estado de Bienestar.

Riqueza inmobiliaria, ciudades y desigualdad

Cuando David Ricardo leía “La riqueza de las naciones” de Adam Smith reparó en un párrafo que decía: “la renta de la tierra, considerada como el precio pagado por el uso de la tierra, es naturalmente un precio de monopolio. No está relacionada en absoluto con el desembolso del propietario para la mejora de la tierra, o con lo que éste puede permitirse aceptar, sino con lo que el agricultor puede permitirse ofrecer”.

Ricardo imaginó entonces una región extensa, como la del Nuevo Mundo, donde agricultores inmigrantes ocupaban las tierras fértiles que deseaban, sin pagar renta alguna por ellas. E imaginó después una segunda fase, en la que las mejores tierras ya habrían sido ocupadas, y en la que los inmigrantes tendrían que conformarse con ocupar y cultivar tierras menos fértiles. Si en ese momento el dueño de alguna de las tierras iniciales decidiera ceder su terreno para labrar, podría exigir como renta la diferencia entre la producción que se podía obtener en su tierra y la que se podría obtener en una de las tierras de segunda calidad.

Hoy los terrenos agrícolas no son tan importantes, pero el razonamiento se puede aplicar a los inmuebles urbanos y sus tres elementos más importantes: “location, location, location”. Y es que pocos bienes como los inmuebles urbanos vinculan tanto su precio a su ubicación y a la proximidad de otros bienes similares e infraestructuras disponibles.