Etiqueta: Deuda pública

La revolución de la política fiscal (I)

“Podemos estar en la antesala de un cambio de paradigma en la política fiscal”. Con su habitual prudencia, Olivier Blanchard anunciaba a través de un tuit la posibilidad de que se hubiera certificado el alumbramiento de una nueva visión normativa para el uso de los ingresos y los gastos públicos con fines macroeconómicos. Sucedía tras una conferencia virtual organizada por la Brookings Institution y el Peterson Institute for International Economics. La unión entre los dos tanques de pensamiento de la Avenida de Massachusetts en Washington D.C. testimoniaba de la trascendencia del evento. La urgencia económica provocada por la pandemia ha consumado un cambio en la manera de pensar la política fiscal que se venía fraguando desde la crisis financiera.

La síntesis de este nuevo paradigma se plasma en un artículo de Lawrence Summers (el ínclito) y Jason Furman (el director del Consejo Nacional de Asesores Económicos durante la presidencia de Obama, economista en el que contrasta el tono suave con la claridad y profundidad de sus ideas). El primer paso de la argumentación es que la caída de los tipos de interés reales (cuatro puntos de acuerdo al bono a diez años indiciado a la inflación estadounidense desde 2000 a 2020) es un fenómeno estructural que seguirá marcando el devenir de las economías durante años.

El análisis sobre las causas de este cambio estructural es pormenorizado, aunque asume i) el carácter tentativo e incierto de muchas de las relaciones causales y ii) que las implicaciones para la conducción de la política fiscal no dependen de cuál sea la verdadera explicación de los tipos bajos. Destacan en primer lugar que se trata de un fenómeno real y global, no de carácter monetario o puramente financiero; si no fuera así, no afectaría a todos los países y a todos los plazos, mientras además la inflación se mantiene en niveles muy bajos. Entienden que la explicación tiene que ver con las propensiones al ahorro y a la inversión. El envejecimiento de la población, la incertidumbre y la desigualdad elevan el ahorro, mientras que el descenso de los precios de los bienes de capital, la reducción de la intensidad en capital de la producción (ligada a la digitalización) y el cambio en el comportamiento de las empresas (para maximizar el valor en Bolsa) tienden a debilitar la demanda de inversión.

Los tramos más largos de las curvas de rendimientos de la deuda pública nos están diciendo, además, que los mercados anticipan un mantenimiento de estos niveles para el futuro. El tipo real implícito esperado a diez años en 2030 sigue siendo negativo, un -0,1% para la deuda del Tesoro estadounidense. En Europa y otros países desarrollados los niveles son similares o inferiores.

A juicio de estos dos economistas, ambos altos cargos de administraciones demócratas, esta situación estructural tiene 3 implicaciones para la política fiscal:

  1. La política fiscal debe convertirse en el principal instrumento de estabilización macroeconómica. En este entorno la política monetaria pierde gran parte de su capacidad para reactivar la demanda agregada en un contexto recesivo (se estima que en EEUU se necesita una bajada del tipo de interés de referencia de 600 puntos básicos para responder a una recesión). Y no hablan de una reacción coyuntural a la catástrofe de la pandemia. Están pensando en una nueva configuración del reparto de objetivos dentro de la política macroeconómica. La estabilidad financiera también aconseja que la política fiscal se coloque como instrumento dominante, porque la persistencia de niveles tan bajos de tipos de interés suele acabar afectándola negativamente.
  2. La sostenibilidad de las finanzas públicas debe asentarse en nuevas métricas. Con estos niveles de tipos de interés, tiene poco sentido evaluar los potenciales efectos nocivos del déficit y la deuda públicos a través de indicadores como la ratio de deuda pública sobre el PIB (que es el más generalmente utilizado). En un giro ingenioso, señalan que comparar el stock de deuda con el flujo de PIB genera confusión; si tomamos el stock de deuda, comparémoslo con el stock de PIB (3,8 trillones según los cálculos de los Social Security Trustees). Pero su propuesta práctica es centrarse en el gasto real en intereses en relación al PIB, que no debería superar el 2% del PIB (lejos del nivel actual en el caso estadounidense, como se observa en el gráfico). Si alguien todavía lo recordaba, olvídese ya ese umbral fatídico del 90% que fijaron de manera oportunista Rogoff y Reinhart tras la crisis financiera. Y por supuesto, revísese a la primera oportunidad la regla del 60% incluida en el Tratado de la Unión Europea.

  1. La inversión en infraestructura, en investigación y en determinados programas de educación y salud puede generar retornos mayores que el coste de financiarlos. Hasta el momento, uno de los argumentos para evitar financiar el gasto con deuda era la equidad intergeneracional. Pero con tipos de interés muy bajos, invertir en capital físico, humano y tecnológico puede aumentar el bienestar tanto de la generación actual como de las generaciones futuras.

El artículo acaba concluyendo que la política fiscal necesita nuevos objetivos, bridas nuevas y directrices operativas distintas. Y desliza que la discusión entre evolución y revolución en el marco de aquellas conferencias sobre la necesidad de repensar la política macroeconómica se está decantando por la R. Dejemos a un lado la manera en la que se proclama el cambio de paradigma y tratemos de pensar en las consecuencias prácticas que puede tener esta revolución para los próximos años. Recordemos que Estados Unidos, en términos de política monetaria y fiscal, es una economía única de manera que las analogías con otras hay que hacerlas con cuidado.

Por lo pronto, la Unión Europea ha dado un giro trascendental con un programa fiscal coordinado y financiado con la emisión de deuda conjunta. En este caso, más que revolucionario estamos ante un fenómeno milagroso. Si alguien nos hubiera preguntado por esta posibilidad hace apenas un año habríamos dicho que no lo veríamos nunca. ¿Y para España, también valen estas nuevas prescripciones? ¿Dónde quedan las políticas de ingresos? ¿Cuáles son las implicaciones sobre la manera de planificar y ejecutar la inversión pública? Abordaremos estas cuestiones en la segunda parte de esta entrada.

 

Por qué España no debe pedir un préstamo del MEDE

El Eurogrupo del 9 de abril acordó crear una nueva línea de préstamos del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) llamado “Pandemic Crisis Support” (PCS). Varios artículos, como el de Aitor Erce, Antonio García Pascual y Toni Roldán, el de Antonia Díaz y Luis Puch o hilos de twitter como el de Miguel Carrión abogan por que España acuda a un préstamo del MEDE, tanto por el ahorro de intereses como porque, aunque este sea limitado, permitiría ahorrar indirectamente en los intereses del resto de las emisiones. También los hay que consideran irrelevante la existencia o no de condicionalidad del instrumento, que tachan solo de cuestión de estigma político.

En este post nos aproximamos al problema desde el barro de los detalles. Les adelanto que los detalles son tan relevantes que no justifican pedir el préstamo del MEDE.

Política económica en tiempos de COVID-19 (y III): Aspectos presupuestarios

En la entrada anterior veíamos qué líneas de acción debían ponerse en marcha para frenar el desplome económico asociado a las medidas de distanciamiento social, y asegurar un adecuado impacto a corto y a medio plazo. Veamos ahora las implicaciones presupuestarias.

El riesgo de una crisis financiera internacional

La economía global podría haber entrado en una zona de más difícil tránsito que la que ha determinado la senda expansiva de los últimos años. No cabe descartar a corto y medio plazo la ocurrencia de una crisis financiera internacional, que tendría un impacto muy significativo sobre la economía española, dado su alto grado de integración con la economía global.

Apuntes sobre estancamiento secular (X): Política fiscal-monetaria o «Helicopter money»

En la entrada anterior vimos que la política monetaria no convencional apareció como resultado de las limitaciones del enfoque tradicional de política monetaria, con una contribución sustancial para evitar la catástrofe, pero capacidad limitada para restaurar el dinamismo de la demanda agregada en un plazo razonable de tiempo. El prolongado periodo de estancamiento económico, y la aparente incapacidad de la política económica para recuperar la normalidad, dio alas a la idea del helicopter money o “dinero tirado desde helicópteros”. Una versión aérea, atribuida a Milton Friedman, de los célebres párrafos de la Teoría General de Keynes, donde éste recomendaba, ante situaciones de estancamiento persistente, ocultar billetes en minas abandonadas, para que su hallazgo y posterior gasto impulsasen la economía.

Apuntes sobre estancamiento secular (IX): Implicaciones de política monetaria

Mencionábamos en una entrada anterior que en coyunturas económicas de crecimiento reducido, inflación cercana a cero, tipos de interés muy bajos y expectativas decaídas –recuérdese que hablamos de los últimos años, no sólo de los últimos meses–, la política monetaria tradicional sería probablemente inefectiva. Y eso es exactamente lo que hemos visto en tiempos recientes, acentuado por la falta de apoyo de la política fiscal. No es de extrañar, por tanto, que en este contexto hayan aparecido instrumentos de política monetaria no convencionales.

Apuntes sobre estancamiento secular (VIII): Implicaciones de política fiscal

El cuadro macroeconómico descrito en entradas anteriores hace a priori muy recomendable la utilización de la política fiscal. Ante la atonía o reducción de la demanda agregada, y su falta de respuesta a la política monetaria tradicional, un instrumento como este, capaz de elevar el nivel de gasto de manera directa, es –según los cánones económicos– el ideal. ¿Por qué?

ESBies: ¿la solución para el euro? (II)

Vamos a partir de dos premisas distintas a las que maneja la propuesta de los ESBies que analizamos en la primera parte de esta entrada. La primera es que el mercado de deuda pública es esencial para la estabilidad financiera y macroeconómica de un país. La segunda es que, tal y como funciona ahora el euro, los mercados de deuda pública pueden dislocarse sin remedio. Es lo que sucedió en pocas semanas a principios de 2010, cuando se desencadenó una dinámica que puso a la Unión Monetaria al borde de la desintegración. El problema de procurar una oferta suficiente de activos seguros se convierte, desde esta perspectiva, en el de evitar que se vuelva a producir una situación de la misma naturaleza.

ESBies: ¿la solución para el euro? (I)

El Documento de Reflexión de la Comisión Europea sobre el futuro del área euro publicado hace unos días plantea la creación de un activo sin riesgo como una de las medidas que habría que considerar más allá de 2019. La ausencia de una oferta suficiente de un activo financiero que sea muy líquido y que mantenga su valor durante las crisis se viene considerando de manera generalizada como una de las mayores debilidades del euro. Ha vuelto así a recibir atención la propuesta, elaborada hace unos años por un grupo de distinguidos economistas, de crear unos activos denominados European Safe Bonds (conocidos como ESBies).