Los medios internacionales han recogido la obtención de escaños en Andalucía por parte de Vox como el fin de la excepción española al nacionalismo de derechas en Europa. Es un panorama muy sombrío que debe mantenernos alerta. En general, durante el siglo XXI estamos asistiendo a cambios fundamentales en el mapa político tradicional europeo en dirección hacia una mayor fragmentación y polarización política. Aunque es una tendencia bien conocida y repetida, no está de más reiterarla (con algunos números), para combatirla.
El cuadro 1 recoge la distribución ideológica del voto entre 2003 y 2018 en los ocho países más grandes de la UE, que suponen conjuntamente, el 78% de la población europea. Utilizo la base de datos de Parties and elections in Europe (recoge los resultados electorales históricos en Europa desde 1945, en más de 100 países y regiones). Se recoge el porcentaje de voto del mayor partido encuadrado en cada ideología. Sin perjuicio de las especificidades de cada país, destacan dos grandes tendencias que se observan en varios países europeos.
(i) Por un lado, la pérdida de hegemonía de las dos orientaciones políticas tradicionales de centro-izquierda y centro-derecha: la socialdemocracia y la democracia cristiana / conservadurismo. A principios de siglo, la suma de los dos principales partidos representantes de estas ideologías suponía al menos un 60% en los cinco países más grandes de la UE. Ambos han experimentado una caída sustantiva en el voto que ha tendido a acelerarse desde 2008, tras la crisis financiera global. Sus votos conjuntos ya no suman mayoría, con la excepción de Reino Unido. En España también suman mayoría, pero con una tendencia claramente decreciente.
(ii) Por otro, el surgimiento de nuevos movimientos ideológicos, en función del país. Dos de ellos se sitúan en los externos ideológicos: por la izquierda, el socialismo democrático / democracia directa y, por la derecha, el nacionalismo conservador o extrema derecha. En algunos países, como Francia, España, Polonia y Rumanía, también ha emergido la ideología liberal, antes con eescaso peso político. Estos partidos han crecido a costa de los partidos tradicionales como la socialdemocracia, la democracia cristiana o los partidos representes de la ideología comunista / socialista.
En muchos países europeos, el panorama se completa con los partidos regionales, si bien el conjunto de votos de los partidos nacionales representantes de las siete ideologías recogidas en el cuadro suma mayorías entre el 80 y el 90 por ciento de los votos del país (en Polonia y Países Bajos hay una mayor fragmentación de partidos en estas mismas corrientes ideológicas y, en Rumanía, un partido de la minoría húngara).
Las razones de este cambio ideológico son múltiples y varían entre países. Un listado repetido en medios de comunicación y entre analistas incluiría, por ejemplo: la desigualdad, la exclusión, la inseguridad y la precariedad laboral, la inseguridad sobre la viabilidad del Estado del bienestar, el hartazgo con las clases políticas tradicionales, la corrupción, el desencanto con la globalización y la integración europea, el elitismo de las clases dirigentes, el miedo a la inmigración, el impacto de la posverdad o el éxito fulgurante (y fugaz) que facilitan los nuevos esquemas de comunicación.
El nuevo escenario ideológico tiene dos grandes consecuencias políticas: la fragmentación y la polarización. La fragmentación se refleja en unos parlamentos con más partidos con representación nacional y, por tanto, una exigencia de más negociaciones para alcanzar acuerdos. En principio, no tendría porque ser mala en sí misma, si se asentara en una sólida cultura de negociación y respecto a las mayorías existentes, pero, en la práctica, suele dificultar la toma de decisiones porque los partidos tienden a hacer cálculos en función del ciclo electoral.
La polarización es más grave y se produce, tanto por parte de los nuevos partidos en los extremos ideológicos, como en las posiciones de los partidos en las orientaciones tradicionales, que también se escoran hacia los extremos para no perder votos. Son posiciones que suelen definirse en términos negativos, en contra del europeísmo o la globalización o en contra del otro, como en las propuestas antinmigración (incluida la intraeuropea) o el nacionalismo extremo.
Son ideas viejas y peligrosas porque suponen un retroceso social, político y económico. La solución es la contraria, pasa por reformular el contrato social y los contratos europeo y global.
Cuadro 1. Distribución del voto en función de la orientación ideológica (%)