El próximo 3 de noviembre se celebran las elecciones presidenciales y al Congreso de EEUU. Las encuestas favorecen claramente a los demócratas, incluida la posibilidad de alcanzar sendas mayorías, tanto en el Senado, como en la Cámara de representantes, por primera vez desde 2011. Ahora bien, las seis semanas que quedan hasta las elecciones pueden ser mucho tiempo para afectar el voto de los electores indecisos o persuadibles e inclinar la balanza en los principales estados en contienda, especialmente, en el actual contexto de elevada polarización, multiplicidad de dimensiones que afectan a la decisión de los electores y de rápida sucesión de acontecimientos. En este contexto, los electores pueden ser más susceptibles a lo que la economía conductual define como el sesgo de disponibilidad, en virtud del cual, los acontecimientos más recientes tienen un mayor peso en nuestra toma de decisiones.
De acuerdo con el sesgo de disponibilidad (accesibilidad), le damos más probabilidad a los eventos que nos vienen a la mente con mayor facilidad. Por ejemplo, una noticia reciente sobre un accidente aéreo aumenta su visibilidad y con ello el miedo a volar o, por utilizar dos ejemplos más recientes: (i) la noticia sobre una fusión bancaria impulsa al alza las inversiones en bolsa en el sector, o (ii) la proliferación de incendios forestales en el verano acentúa la preocupación por el cambio climático (al igual que puede atenuarse en invierno, salvo que no nieve en alta montaña). El resultado es que, bajo este sesgo, en nuestros juicios, las personas tendemos a dar mayor peso a la información más reciente con un sesgo que favorece a las últimas noticias.
En el caso de las elecciones en EEUU, las encuestas apuntan a un amplio número de elementos que puede incidir en la decisión del elector, lo que amplía el posible campo de acción del sesgo de disponibilidad. Entre los temas que más de la mitad de los electores identifican como relevantes en su decisión de voto en 2020, se incluyen, por orden de importancia: la economía, el sistema de salud, los nombramientos al tribunal supremo, la pandemia, los crímenes violentos, la política exterior, el control de armas, la inmigración y la cuestiones de raza y desigualdad étnica. Otros temas considerados relevantes por al menos el 40% del electorado incluyen, el cambio climático, la desigualdad o el aborto.
El baile de noticias recientes asociadas con todas estas dimensiones está siendo imparable en los últimos meses, tanto que las noticias de principios de año parecen ya prehistoria. El año empezó con la moción de destitución a Trump (impeachment), seguido de las debates a las primarias del partido demócrata centradas en el sistema de salud americano, la eclosión de la pandemia de la COVID-19 en EEUU, el parón económico, las manifestaciones (y contramanifestaciones) en favor de la igualdad racial tras el homicidio de George Floyd, los casos de saqueo, disparos y asesinatos en el contexto de la crisis y protesta racial, el repunte de los contagios en EEUU en verano en función del Estado, los incendios en la costa oeste de EEUU, los huracanes en el golfo, o, este fin de semana, la muerte de la juez liberal del tribunal supremo, Ruth Bader Ginsburg (RBG).
En las próximas semanas, las distintas campañas de uno y otro partido intentarán fijar la atención del elector en las distintas dimensiones, incluido el recurso a ejemplos, no necesariamente relevantes estadísticamente, pero con alto potencial de incidir en el elector, es decir, ejemplos que, como consecuencia del sesgo de disponibilidad, consiguen elevar a categoría un problema que puede ser relativamente insignificante. Se trata de un recurso habitual en las elecciones en EEUU. El ejemplo clásico es la campaña de Reagan en las elecciones presidenciales de 1976, en las que popularizó el caso de las “reina a costa del estado de bienestar” (“welfare queen”), un ejemplo irrelevante en términos estadísticos, pero que creaba el imaginario de un abuso más generalizado de las pensiones para mujeres sin recursos.
En las elecciones presidenciales de 2020, ya hemos visto el recurso a estos ejemplos en las convenciones de los partidos demócrata y republicano de agosto. Casos concretos que permiten recurrir a las emociones, como la hija de un votante de Trump muerto por la COVID, o la pareja que defiende su propiedad de la “amenaza” de los manifestantes. [Como paréntesis, quizás este es un recurso que podría utilizarse contra la COVID-19 en España, informando sobre casos concretos graves entre la población de menor riesgo]. Parte del sesgo de disponibilidad afecta al propio Trump, en el sentido del imaginario favorable que se crea a su alrededor por el hecho de que ya consiguiera remontar encuestas desfavorables frente a Clinton en 2016 –conviene señalar, no obstante, que las diferencias a favor de Biden son mucho mayores en 2020.
También pueden surgir factores externos. En 2016, un ejemplo claro del sesgo de disponibilidad fue la carta de octubre dirigida al Congreso por parte del entonces director del FBI, James Comey, en la que indicaba que estaban investigando nuevos correos electrónicos del servidor privado de Clinton, reavivando una controversia que había centrado la campaña republicana y cuya investigación el propio FBI ya había cerrado en julio de 2016. La carta fue enviada el 28 de octubre, a tan solo once días de las elecciones, y se considera que pudo tener un impacto decisivo en las elecciones, al afectar a los últimos electores indecisos. La sustitución de RBG puede entrar en esta categoría, porque la elección de los miembros del Tribunal Supremo, a propuesta del Presidente, se sitúa entre los factores más determinantes para decidir el voto. Tradicionalmente, ha sido un factor especialmente movilizador entre los votantes republicanos, aunque esta vez parece más equilibrado.
El posible impacto del sesgo de disponibilidad solo será relevante entre los electores indecisos (que se estiman en torno al 11%, aunque con mucha variabilidad) de los Estados en contienda. En la práctica, las elecciones presidenciales y la mayoría en el Senado (donde, actualmente, los republicanos tienen una mayoría de 53 a 47) se deciden en un número reducido de Estados, donde la contienda está más ajustada según las encuestas –entre los principales, Pensilvania, Florida, Carolina del Norte, Arizona, Wisconsin y Michigan (dos buenas páginas web de referencia para seguir las encuestas son realclearpolitics y fivethirtyeight)–.
En definitiva, nos esperan seis semanas muy intensas e interesantes de campaña electoral, incluidos tres debates presidenciales (el 29 de septiembre y el 15 y el 22 de octubre) y uno entre los candidatos a vicepresidente (el 7 de octubre), en los que los candidatos intentarán desviar la atención hacia los temas que les favorecen –y no cometer errores graves que creen un sesgo de disponibilidad en su contra, como el famoso error de Dukakis en 1988, cuando, a la primera pregunta del moderador, que le planteaba el supuesto de que alguien hubiera violado y matado a su mujer, respondió en contra de la pena de muerte con un planteamiento objetivo y sin reflejar emociones respeto al supuesto que le planteaban–.
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Un apunte sobre el sistema electoral americano. ¿Por qué se puede ganar el voto popular y perder las elecciones? Hay dos factores explicativos principales:
(i) Las circunscripciones estatales. De los 538 votos del colegio electoral, 435 se distribuyen en función de la población, de acuerdo con el censo de 2010 (estos votos coinciden con los 435 congresistas de la cámara de representantes). De los votos restantes, se distribuyen 2 para cada estado (coincidiendo con los 100 senadores, dos por Estado) y 3 para Washington DC (que no tiene estatus de Estado). Por tanto, el sistema beneficia a los Estados con menor población, porque tienen un menor número de ciudadanos por cada voto electoral (se produce un problema de circunscripciones parecido al que veíamos en el caso de España). Así, los números van desde alrededor de 677.000 personas por voto electoral en California (tienen 55 votos electorales y una población de 37 millones), a 188.000 en Wyoming (con 3 votos electorales y una población de 560.000 habitantes).
(ii) El sistema mayoritario. El principal factor explicativo es el sistema de voto mayoritario, que asigna todos los votos del Estado en el colegio electoral al candidato con más votos –excepto en Maine y Nebraska, que también aplican un sistema mayoritario, pero teniendo en cuenta los distritos electorales del Congreso–. Se produce así un fenómeno tipo partido de tenis –se pueden ganar más juegos, pero perder el partido (por ejemplo, con un resultado 6-3, 6-3, 6-7, 6-7, 6-7)–. Esto es lo que le ocurrió a Clinton en 2016, cuando obtuvo 2,8 millones de votos más que Trump. De los seis estados con el mayor número de votos electorales –California (55), Tejas (38), Nueva York y Florida (29 cada uno), Pensilvania e Illinois (20 cada uno)–, Clinton ganó California, Nueva York e Illinois por una diferencia de casi 7 millones de votos, y perdió Tejas, Florida y Pensilvania por una diferencia de 1 millón.