Había un comerciante en Bagdad que envió a su sirviente al mercado a por provisiones. Éste volvió al poco tiempo, pálido y tembloroso, diciendo que alguien le había empujado en el mercado y que, al volverse, resultó ser la Muerte, con mirada amenazante. El sirviente pidió entonces prestado un caballo para huir a Samarra, una ciudad lejana donde la Muerte no pudiera encontrarle, y salió al galope tan rápido como pudo. Bajó entonces el comerciante al mercado, donde distinguió a la Muerte entre la multitud y se acercó a preguntarle: “¿Por qué amenazaste a mi criado esta mañana?” La Muerte le contestó: “Mi gesto no era de amenaza, sino de sorpresa, porque no esperaba verlo en Bagdad. Tenía una cita con él esta noche en Samarra”.
Este cuento de W. Somerset Maugham –versión libre arabizada de un relato del Talmud– refleja muy bien la actitud de los miembros del Consejo Europeo respecto al coronavirus. Desde los que pensaban que lo de China no iba a pasar en Europa, pasando por los que creían que no iba a ser como en Italia, hasta los que ahora creen que no va a ser como en España. Todos intentan huir al galope, intentar estrategias alternativas como la de inmunidad de grupo, pero al final nadie puede escapar a su destino: la realidad es que en algún momento todos tendrán que confinar a la población para frenar la epidemia. Y cuanto más tarde, con mayores costes.
La solución de cualquier problema pasa siempre necesariamente por la aceptación de la realidad. La estrategia de mitigación e inmunidad de grupo le ha durado al Reino Unido exactamente diez días. En este contexto, dos países parecen seguros de sí mismos. Alemania, con una cifra de muertos sorprendentemente baja, y Países Bajos, que se propone también inmunizar a sus habitantes poco a poco y de forma controlada. ¿Les suena lo de “poco a poco” y “de forma controlada”?
Lo curioso es que el azar ha querido que sean Italia y España, dos países del sur, los que se encuentren en peor situación en número de contagios y de muertos, al mismo tiempo que Alemania y Países Bajos bloquean en el Eurogrupo y en el Consejo cualquier posibilidad de lanzar un mensaje de solidaridad en forma de mutualización de riesgos, llámese coronabonos o eurobonos. Se ve que no conocen el cuento de “Cita en Samarra” y no salen del del marco mental de la fábula de la cigarra y la hormiga, y consideran que su virtuosa frugalidad es la que les permite hoy afrontar con sus propios recursos un gasto fiscal considerable. Desde su perspectiva, las cigarras del sur, sobre todo Italia y España, han malgastado sus recursos durante el verano, y ahora que llega el invierno del confinamiento, tan sólo las hacendosas hormigas germanas y neerlandesas son capaces de sobrevivir.
Más allá de que el autor de la fábula, Esopo, fuera griego –es decir, de uno de los PIGS–, lo raro es que alemanes y holandeses, con lo buenos economistas que son, no entiendan bien el concepto de efectos externos. Al igual que la salud es un bien público, porque en una epidemia uno no sólo tiene el riesgo de ser contagiado, sino también de contagiar, el euro no es sólo una forma de disciplinar la política monetaria de los perezosos sureños, sino también una enorme ventaja para países superavitarios como ellos, no sólo por la estabilidad que supone para un mercado único del que ellos son dos de los principales beneficiarios, sino porque, en ausencia del euro, sus monedas estarían muchísimo más apreciadas.
Cuesta entender, la verdad, que puedan creer que los países europeos se pueden endeudar de forma masiva para salir de la crisis sin que eso afecte a medio plazo a la sostenibilidad de la recuperación económica mundial, al euro o al proyecto europeo en su conjunto. Pero lo creen de verdad: el propio ministro de finanzas neerlandés insistía hace poco en la idea del riesgo moral y el efecto desincentivo al exigir a la Comisión, antes de cualquier medida fiscal conjunta, un informe de “por qué hay países que han generado un colchón financiero en los últimos años y otros no”. Pero claro, si entramos en el terreno moral, y puestos a hablar de fábulas o de parábolas, convendría que no miraran tanto la paja en el ojo ajeno y repararan en que el Informe País del Semestre Europeo 2020 de Países Bajos es demoledor y describe claramente la viga fiscal en el ojo propio: si pueden permitirse un saldo fiscal holgado es, entre otras cosas, porque no tienen ningún reparo en funcionar como un auténtico paraíso fiscal que erosiona las bases imponibles (y por tanto, los ingresos fiscales) de sus socios europeos. De todos: los no frugales y los frugales como Alemania.
Pero recordarlo no va a bajarles de su pedestal moral. La fábula de Bóreas y Helios, también de Esopo, en la que el viento y el sol se desafiaban a ver quién era capaz de desnudar a un caminante, nos enseña que, para lograr cualquier objetivo, la fuerza bruta suele funcionar bastante peor que la sutileza. Igual que Bóreas fracasó soplando y soplando para arrancarle la ropa y Helios consiguió que el propio caminante se despojara de ella voluntariamente aumentando poco a poco la temperatura, los países como España interesados en doblegar la rigidez de alemanes y holandeses no deberían plantear el debate como una cuestión de principios. Aunque lo sea. Para conseguir que neerlandeses y alemanes acepten soluciones –que, recordemos, luego tendrán que presentarles a sus votantes–, sería más práctico aceptar una cierta condicionalidad flexible en la financiación de la nueva deuda emitida por el MEDE. Primero, porque el término “condicionalidad” puede ser muy razonable si se limita a determinar una serie de gastos elegibles relacionados con las necesidades de la crisis y a exigir un buen uso de los recursos. Y segundo, porque siempre será más fácil llegar a un acuerdo aceptable sobre la base de un texto difuso y sujeto a cierta interpretación que a partir de una clara postura moral. A fin de cuentas, ¿qué es el Pacto de Estabilidad y Crecimiento sino un texto flexible que se ha podido retorcer cuando ha hecho falta?
En última instancia, la narrativa lo es todo a efectos políticos. Hay mucho cuento en el Consejo, y se trata de encontrar uno que satisfaga a todos. No parece que se logre esta semana (salvo quizás alguna forma reforzada de crédito), pero cualquiera sabe lo que puede pasar dentro de unos días, porque el implacable coronavirus se dirige ya a Samarra, donde encontrará a aquéllos que aún creen que saldrán bien parados de esta crisis.
Eso sí, en el cuento de la integración europea no minimicen la importancia de que los Estados miembros muestren un signo de solidaridad y unión en este momento clave. Porque el tiempo difumina a los personajes secundarios, y me temo que, si al final hay que contar la historia de un fracaso, “la UE” será identificada sólo con el Consejo, y nadie recordará que la Comisión o el Banco Central Europeo estuvieron a la altura.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)
Muy buen artículo, muy bien traída la historia del comerciante de Bagdad y la muerte.
La mutualización y la solidaridad ya existen a través de las compras de deuda del BCE, un instrumento potentísimo, que utilizan a fondo los Estados en una crisis grave o una guerra (de hecho es el verdadero origen de los bancos centrales). Paradójicamente es menos transparente y más voluminoso que lo que serían unas transferencias fiscales limitadas de solidaridad.
Pero los debates sobre los impuestos y transferencias son más explosivos políticamente que otros factores que generan efectos económicos igual o más profundos.