Lo que Europa se juega el domingo

El domingo se celebran elecciones europeas, y de ellas saldrá un nuevo Parlamento y, meses más tarde, una nueva Comisión que deberán enfrentarse a un escenario global todavía más complejo de el de sus predecesores. Nos jugamos mucho porque Europa se juega mucho.

La situación económica europea es más frágil de lo que parece. A primera vista, los datos son mucho mejores que hace un año, pero nunca hay que olvidar que estamos saliendo de una crisis generada por una guerra que aún no ha terminado: tan solo se ha estancado. En los próximos meses cabe esperar novedades en torno a la guerra de Ucrania, y habrá que reaccionar con valentía. Cabe esperar novedades porque no es realista pensar que se podrá mantener el statu quo mucho tiempo: o se alcanza algún acuerdo de alto el fuego entre Rusia e Ucrania (que difícilmente abordará a corto plazo cuestiones territoriales, pues sería políticamente inadmisible por ambos líderes), o alguna de las partes tendrá que ceder. Si es Ucrania, Europa tendrá un serio problema.

Eso no quiere decir que Rusia no tenga otros problemas: entre otras cosas, porque no se siente cómoda con su creciente dependencia de China, quien le ha estado ayudando a evitar las sanciones comprándole petróleo y vendiéndole equipamiento tecnológico y militar. Rusia ha conseguido recolocar la mayoría del petróleo que Europa ha dejado de comprar, pero no el gas, porque redirigirlo a China requiere la finalización del gasoducto Power of Siberia 2. Pero China exige que Rusia le suministre gas a precios domésticos (fuertemente subvencionados), y no se compromete a comprar más que una pequeña fracción de la capacidad anual de los 5 bcm del gasoducto. Su poder de negociación se deriva de que puede cubrir bastante bien con los contratos actuales sus necesidades de importación de gas de los próximos años, y no tiene prisa por recurrir a su “más que aliado” (del que por otra parte ya se abastece a un precio menor de la mitad del que pagaba Europa). Eso, por supuesto, no quiere decir que China vaya a dejar caer a Rusia: jamás permitirá que Occidente, y en particular Estados Unidos, se arrogue una victoria fácil, porque lanzaría un pésimo mensaje de cara a futuros enfrentamientos.

En todo caso, para cuando la nueva Comisión Europea inicie su andadura, ya habrá un vencedor de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Aunque la victoria de Trump no está garantizada, tanto Rusia como China están interesados en que gane: Rusia, porque Trump ha prometido abandonar a Ucrania a su suerte, y China, porque lo considera un presidente más transaccional que Biden. Si Trump llega al poder, el suministro de armas a Ucrania podría detenerse, y a los europeos, además de la sensación de fracaso, tan solo nos quedaría hacer apuestas sobre cuál sería el siguiente objetivo ruso. La tensión en Taiwán, por su parte, no parece que vaya a disminuir a corto plazo –cualquiera que sea el nuevo presidente–, y es muy posible que, de haber un enfrentamiento entre China y Estados Unidos por este motivo, tenga lugar durante la próxima legislatura.

Otro desafío al que se enfrentará la próxima Comisión y Parlamento europeos será la financiación de bienes públicos europeos como la defensa, la transición verde y la transición digital. Las tres cosas necesitan dinero, mucho dinero, pero la UE no está preparada para proporcionarlo. A nivel de inversión pública, porque las nuevas reglas fiscales van a suponer una fuerte restricción en el margen de maniobra de los gobiernos; y, a nivel de inversión privada, porque los mercados de capitales europeos siguen siendo demasiado estrechos y están demasiado fragmentados como para absorber una financiación tan elevada: los grandes fondos de inversión necesitan volúmenes muy grandes para evitar que sus adquisiciones o ventas alteren demasiado los precios (por eso Estados Unidos sigue atrayendo parte del ahorro europeo, como bien señala el Informe Letta). Aunque el experimento del Next Generation EU llegue a su fin, la pregunta seguirá ahí: ¿cómo financiar estos bienes –y, de forma más acuciante, la defensa europea– si no es con más recursos comunes, deuda conjunta y una cierta mutualización de la política fiscal?

Finalmente, la nueva UE deberá enfrentarse a otro desafío interno: el regulatorio. Tras años de liderar la normativa de aspectos relevantes de la gobernanza internacional, como la privacidad de los datos, la descarbonización u otros aspectos, ha llegado un momento en el que la regulación europea puede convertirse en una peligrosa losa para su competitividad. Regular bien no es regular mucho, y el escenario geopolítico de 2024 no es el mismo que el de antes de la pandemia. El exceso de normativa y carga burocrática en ámbitos como el de la agricultura, con gran contestación social, corre el peligro de convertirse en un elemento decisivo en las elecciones del domingo. La nueva Comisión deberá asegurarse de que la introducción de nuevas normas y la aplicación de las existentes se hace de forma inteligente, pues si no corre el peligro de que la reacción ciudadana termine por poner en riesgo toda la estrategia de lucha contra el cambio climático.

En suma, la nueva legislatura de la UE salida de las urnas del domingo no va a ser fácil. El problema es que gran parte de las soluciones a los problemas mencionados pasan necesariamente por una mayor integración (del mercado único, financiera y fiscal) y una reforma de tratados, pero existe el peligro de que vayamos hacia una configuración política mucho más nacionalista y que minimice cualquier impulso integrador. Sea como sea, más nos vale tomarnos las elecciones muy en serio. Hoy, más que nunca, el futuro de Europa –es decir, nuestro futuro– depende de que las decisiones tomadas en Bruselas y Estrasburgo sean valientes… y acertadas.

 

1 comentario a “Lo que Europa se juega el domingo

  1. Berta
    18/06/2024 de 12:19

    Interesantísimo.
    No llego a entender la alta abstención. No terminamos de enterarnos de que Europa somos todos! No es un ente lejano y extranjero.

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