Las elecciones europeas del 9 de junio no han alterado sustancialmente el bloque de los partidos moderados proeuropeos: los 190 escaños de los populares (EPP), los 136 de los socialdemócratas (S&D) y los 80 de los liberal-demócratas (Renew) suman 406 escaños de un total de 720, una mayoría relativamente sólida en comparación con lo que algunos se temían.
Ahora bien, la estructura de partidos que gira en torno a esa mayoría se ha escorado claramente hacia la derecha, y eso va a resultar clave a la hora de forjar acuerdos y diseñar políticas europeas en los próximos años. En el cómputo general, los liberal-demócratas han perdido más de 3 puntos, los verdes casi 3 y los socialdemócratas casi 2, mientras que la izquierda más radical se ha mantenido en un porcentaje de voto similar. Quienes han salido más reforzados son los conservadores-reformistas de ECR (con 76 escaños, donde se encuentran el partido Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y el partido Libertad y Justicia de Polonia PiS, aunque este último ha perdido escaños) y otros grupos radicales insertos en los bloques Identidad y Democracia (ID), no inscritos (NI) u Otros, como la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, la Alternativa por Alemania (AfD) o el Fidesz de Viktor Orbán.
A nivel europeo, no parece que las políticas vayan a experimentar un giro drástico. A fin de cuentas, en la derecha hay acuerdo en algunos temas (como la necesidad de relajar la agenda verde o aumentar el control de la inmigración), pero también muchas discrepancias en cuestiones como el apoyo a Ucrania, la ampliación, o la política fiscal y presupuestaria. Así, por ejemplo, frente al claro sesgo prorruso de Le Pen, la AfD u Orbán, el partido de Meloni defiende con firmeza a Ucrania, y por ello se observa en las últimas semanas un acercamiento de Von der Leyen a la primera ministra italiana.
El refuerzo del control sobre la inmigración en Europa no va a ser una sorpresa, teniendo en cuenta que una gran parte del espectro político europeo (incluso alguna parte de la izquierda) está acercándose a ese discurso. Que se quiera controlar la inmigración ilegal es razonable, pero lo más probable es que las políticas futuras se traduzcan en restricciones poco apropiadas para la economía de una población tan avejentada como la europea.
En cuanto a la agenda verde europea, parece claramente condenada a aflojar su velocidad. Ya anticipábamos en otro artículo que la agricultura iba a ser un elemento clave en estas elecciones, y todo indica que, en los próximos años, la UE se concentrará más en aplicar de forma cuidadosa la legislación ya aprobada que en introducir nuevas regulaciones restrictivas que podrían tener una fuerte contestación social. La economía política entra en juego, y la cartera europea de medio ambiente será probablemente muy difícil de gestionar.
Además, y por desgracia, cabe esperar que la próxima legislatura europea sea bastante más proteccionista que la anterior. Así, la decisión de la Comisión de imponer medidas antisubvención a los vehículos eléctricos chinos (aranceles adicionales entre un 18% y un 38%, que se suman al 10% general que ya tenían) cabe interpretarla en gran medida como un signo de los nuevos tiempos: una visión próxima a la de Estados Unidos, de mayor confrontación con China, algo más proteccionista y dispuesta a sacrificar parte de la agenda verde (al igual que en Estados Unidos, los aranceles europeos a los vehículos eléctricos chinos encarecerán y retrasarán la descarbonización de su parque móvil). Aunque los aranceles europeos son menores que los estadounidenses, y lanzan más bien una invitación a la negociación que un rechazo a todo lo chino, más nos vale prepararnos para las represalias: por lo pronto, China ya ha anunciado una investigación antisubvención sobre las importaciones de carne de cerdo provenientes de la UE (de las que España es un gran suministrador). Recordémoslo siempre: el proteccionismo nunca sale gratis.
También lo supranacional va a sufrir: el giro a la derecha se traducirá, probablemente, en un rechazo a la aprobación de un presupuesto común europeo potente, así como a cualquier iniciativa ambiciosa de integración. En política fiscal, veremos a algunos países exigir más disciplina presupuestaria y a otros rechazando el intervencionismo europeo sobre la “soberanía nacional” a la hora de aplicar las nuevas reglas fiscales.
En cualquier caso, el hecho de que las elecciones no vayan a alterar algunas políticas esenciales europeas no quiere decir que no anticipen algunas tendencias preocupantes, en especial a nivel nacional. Resulta muy llamativo que la ultraderecha haya experimentado fuertes incrementos de voto, aparte de en Francia, en países como Alemania, Bélgica o Austria que precisamente habían rebajado a 16 años la edad mínima para votar, así como el hecho de que hoy haya menos de 10 países en el que las dos primeras fuerzas políticas sean claramente europeístas. Conviene reflexionar por qué los partidos tradicionales de centro no están siendo capaces de atraer a las nuevas generaciones.
El efecto nacional más inmediato ha sido la disolución de las cámaras y convocatoria de elecciones legislativas anticipadas en Francia dentro de unas semanas. La apuesta de Macron es bastante arriesgada: aunque mantendrá la presidencia, podría verse obligado a una cohabitación con un parlamento de extrema derecha que tendría un efecto bastante negativo sobre la estrategia europea. Los mercados ya han reaccionado ante la incertidumbre electoral rebajando el rating de Francia, lo que nos lleva a insistir en otro de los mensajes más repetidos en esta columna: los riesgos económicos que se ciernen este año sobre Europa serán, en gran medida, hijos del riesgo político.