En poco más de 100 días de gobierno, el primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, ha demostrado dos cosas: que Boris Johnson no solucionó el problema de Irlanda porque no le dio la gana, y que la Comisión Europea está dispuesta a ser muy flexible cuando tiene enfrente a un negociador de buena fe. No está mal.
El denominado Marco de Windsor (un nombre hábilmente elegido para darle un toque regio a un acuerdo que debería ser de Estado) no es, contrariamente a lo que se ha dicho, un acuerdo rompedor. La esencia del Protocolo de Irlanda (que Irlanda del Norte se mantiene en el espacio regulatorio de la UE y que la frontera física se desplaza al mar de Irlanda) no ha variado un ápice. Tampoco, por supuesto, que el Tribunal de Justicia de la UE (TJUE) siga siendo el intérprete último de la legislación europea aplicable en Irlanda del Norte. Cualquier cambio en ese sentido habría obligado a romper el Acuerdo de Salida y redactarlo de nuevo.
El Marco de Winsor es, simplemente (y como su propio nombre indica), un marco interpretativo del Protocolo, que admite que habrá controles, pero diferenciados en función del destino último de las mercancías. Se creará un sistema de doble carril para el flujo de comercio entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en el que los bienes destinados al consumo en Irlanda del Norte (carril verde) no estarán sujetos a control alguno, mientras que los destinados al mercado único (carril rojo) quedarán sometidos a los tradicionales controles aduaneros.
¿Cómo se evitará entonces que los bienes inicialmente destinados a Irlanda del Norte no acaben circulando alegremente por el mercado único? Primero, permitiendo operar por el carril verde sólo a empresas de confianza (exportadores habituales acreditados), con fuertes multas en caso de incumplimiento; y, segundo, garantizando un permanente intercambio de información con la Comisión (de modo que, ante movimientos sospechosos, siempre se pueda aumentar la vigilancia). A ello se une la tranquilidad de que, por el momento, Irlanda del norte no estaba siendo un coladero de mercancías.
El segundo gran apartado del acuerdo (este sí, adicional) es el denominado “freno de Stormont”, la aceptación una mayor participación del parlamento norirlandés en la aplicación de nueva regulación europea. Cuando un grupo suficiente de al menos dos partidos en la asamblea legislativa de Irlanda del Norte no esté conforme con algunos “cambios regulatorios significativos”, se abrirá un período de consultas tras el cual, en caso de falta de acuerdo, el parlamento (con mayoría de unionistas y nacionalistas) podría bloquear la aplicación de la norma en Irlanda del Norte. La Comisión ha sido hábil aquí, aceptando una salvaguarda similar a la incluida en el acuerdo del Espacio Económico Europeo para casos excepcionales, pero que rara vez hará falta aplicar.
A cambio de esta muestra de respeto a los firmantes de los Acuerdos de Viernes Santo, el Reino Unido derogará la inadmisible Ley del Mercado Interior que le permitía alterar unilateralmente el Protocolo (despreciando sus acuerdos internacionales). Respetar al parlamento norirlandés no es lo mismo que aceptar la primacía del derecho británico sobre el europeo. La Comisión, por su parte, también cerrará los procedimientos abiertos contra el Reino Unido por incumplimiento del Acuerdo, y de regalo dejará que el Reino Unido participe en el programa Horizon de investigación científica (granjeándose así el apoyo al acuerdo por parte de la comunidad científica y académica británica).
El resto de medidas, pese a las grandilocuentes palabras, no dejan de ser simplificaciones regulatorias menores (y justificadas) para hacerle la vida más fácil a los ciudadanos: permitir aplicar el IVA británico a productos escogidos (bebidas alcohólicas destinadas al consumo inmediato, bombas de calor o paneles solares), o más tipos reducidos o tipos cero; permitir el flujo de medicamentos destinados a Irlanda del Norte sólo con autorización británica; admitir la entrada de mascotas a Irlanda del Norte con chip (sin certificado veterinario), o reducir la burocracia asociada a los envíos postales. Y es que, en el fondo, el control de las salchichas congeladas no merece una disputa diplomática.
Si se fijan, en el fondo lo que la Comisión ha hecho es simplemente aceptar una mayor tolerancia al riesgo aprovechando un contexto de mayor confianza mutua. En otras palabras: con los amigos hay que saber ser generoso. Al enemigo, por el contrario, ni agua.
Es pronto para saber si, como en otras ocasiones los “tories” radicales arruinarán este acuerdo que tanto ha costado conseguir (los unionistas, por definición, jamás estarán satisfechos: nos basta con que sólo protesten un poquito). Por desgracia, podría ocurrir. En cualquier caso, el Marco de Windsor es mucho más importante desde el punto de vista de las relaciones bilaterales de lo que pudiera parecer. Estamos en un momento clave de las relaciones bilaterales en el que, por primera vez desde que comenzara la pesadilla del Brexit, el gobierno del Reino Unido podría comenzar a mirar a la Unión Europea como un amigo y aliado y no como un espantajo al que atizar para ganar votos.
Y es que ahora, cuando están tan claros los verdaderos enemigos de la libertad y de la democracia en el mundo, es un buen momento para revisar absurdas rencillas. Tenemos demasiados desafíos por delante como para andar perdiendo el tiempo y arriesgando cosas que funcionan (como los Acuerdos de Viernes Santo). Crucemos los dedos para que Sunak, que ha demostrado ser un político valiente y pragmático, se salga con la suya y pronto podamos mirar el Brexit tan sólo como un mal paso en la dirección correcta de la Historia.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)