Se atribuye a De Gaulle aquello de “O yo, o el caos”, frase que ─como suele ocurrir con tantas otras atribuidas a personajes famosos─ al parecer jamás pronunció. En agosto de 1975, pocos antes de la muerte de Franco, el dibujante Ramón publicó una viñeta en la portada de la revista Hermano Lobo en la que un político se dirigía a la muchedumbre diciendo “O nosotros, o el caos”, a lo que esta respondía enardecida: “¡El caos, el caos!”. Y replicaba el político: “Es igual, también somos nosotros”.
Esta escena refleja perfectamente la situación en Francia: un auténtico caos político en medio de una fuerte incertidumbre económica. Con una deuda pública de un 110,6% del PIB, un déficit previsto para 2024 del 5,1% ─que ha dado lugar a la propuesta inicial de la Comisión de apertura de un procedimiento de déficit excesivo─, unas previsiones de crecimiento de apenas un 0,7% en 2024 y 1,4% en 2025, Francia no está para muchas bromas. Sus finanzas públicas ya estaban en un estado bastante delicado antes de la convocatoria de elecciones anticipadas de Macron, y la incertidumbre generada por estas no ayudan a tranquilizar a los mercados.
El escenario más probable es la victoria de la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen, un resultado extremadamente preocupante para una Europa que no necesita otro enemigo interno. Conviene recordar que, hasta hace relativamente poco, Le Pen era una firme defensora de la salida de Francia de la Unión Europea: en enero de 2014 llegó a pedir al entonces presidente François Hollande que organizara «un referéndum sobre la salida de Francia de la UE». Meses después, el entonces denominado Frente Nacional se impondría por primera vez en las elecciones europeas con el 25% de los votos. Sin embargo, tres años más tarde, en mayo de 2017, Le Pen se enfrentó a Macron para la segunda vuelta de las presidenciales tras un debate televisado bastante surrealista (su “Mire, están ahí, están en el campo, en los pueblos, en las redes sociales” se convirtió en un meme) y perdió. Desde entonces, y escarmentada por la experiencia del Reino Unido, abandonó la idea del Frexit, pero no su rechazo a Europa, que sigue muy presente. En materia económica, RN ha propuesto indexar las pensiones a la inflación, derogar la reforma de la jubilación de Macron y rebajar el IVA sobre la energía del 20% al 5,5%, así como recortar el presupuesto de la UE (por supuesto, minimizando la ayuda a Ucrania, como buena antigua admiradora de Putin).
Al otro lado, el Nuevo Frente Popular (NFP), una alianza de izquierda que incluye a la Francia Insumisa (FI) de Mélenchon, el Partido Socialista del expresidente socialista François Hollande, Los Verdes, el Partido Comunista de Francia y otros, también despierta recelo en los mercados por un programa que incluye un aumento inmediato del salario mínimo después de impuestos hasta 1.600 euros, la congelación de los precios de productos de primera necesidad (como la factura energética), el rechazo de las normas fiscales europeas y la derogación de la reforma de la jubilación.
El NFP, que apoya a Ucrania sin fisuras, acaba de anunciar que unirá sus fuerzas con el partido de Macron: 131 candidatos del NFP se han retirado para concentrar el voto en otros centristas o de derecha moderada, y 82 del partido del presidente Macron han hecho lo propio, reduciendo las posibilidades de una mayoría absoluta de Le Pen.
Desde el punto de vista del futuro de Europa, una victoria de la alianza NFP-Macron sería lo más tranquilizador. Desde el punto de la sostenibilidad fiscal, sin embargo, ningún resultado asegura la tranquilidad de los mercados, ya que ambos abogan por un fuerte incremento del gasto y rechazan cualquier restricción fiscal europea. Un parlamento bloqueado también sería una pésima noticia, ya que Francia necesita un gobierno sólido para sanear sus finanzas lo antes posible. Recordemos que la inclusión definitiva de Francia en el Procedimiento de Déficit Excesivo haría que el Banco Central Europeo no pudiera utilizar su Instrumento de Protección de la Transmisión (TPI) para suavizar la prima de riesgo del país, por lo que habría que lanzar un programa de emergencia alternativo. Los mercados están asustados y el bono francés a 10 años está ya a 3.3, casi 70 puntos básicos por encima del alemán (más que Portugal y Bélgica).
Una vez más, los riesgos económicos vienen este año por el lado de la política. Lo que menos necesita ahora la Unión Europea es una tensión en los mercados de deuda. Recordemos que el mini-presupuesto de Liz Truss dio pie a una crisis de la deuda británica que obligó al Banco de Inglaterra a emplear toda su artillería.
Es difícil saber qué pensaba Macron al convocar elecciones anticipadas. Quizás que, en el peor de los casos, una Agrupación Nacional enfrentada al desgaste de gobernar durante los próximos años ─pasando de las musas al teatro─ tendría menos probabilidades de elevar a Marine Le Pen a la presidencia en 2027. Por ello es probable que Le Pen, de llegar al poder, se disfrace de moderada durante un tiempo mientras espera la ocasión de alcanzar el verdadero poder que supone la presidencia de la República.
Hace diez años, cuando se le preguntó a Jean-Claude Juncker en televisión por qué había hecho la vista gorda con los innumerables incumplimientos fiscales franceses, este respondió: “Porque es Francia”. Pues bien, esa frase se puede convertir en una maldición: precisamente porque Francia es Francia, Europa no se puede permitir que la deuda francesa y una política fiscal irresponsable arrastren al resto de la UE a una nueva crisis financiera. Macron ha jugado al “o yo o el caos” y, con independencia del resultado, es posible que el caos financiero nos llegue de cualquier manera.