Durante muchos años el análisis de la distribución de la renta y de la desigualdad tuvo un carácter secundario dentro la teoría económica, y generalmente se estudiaba dentro de las teorías del desarrollo, es decir, en el marco de comparaciones entre países. La convicción general de que para poder redistribuir la riqueza había que generarla primero hizo que el análisis del crecimiento y sus determinantes acaparara gran parte de la atención académica.
Pero los tiempos cambian, y hoy en día el estudio de la desigualdad es uno de los ámbitos de investigación económica más pujantes. Autores como Thomas Piketty o Branko Milanovic –dignos herederos del gran Tony Atkinson– aparecen hoy en las listas de economistas más influyentes y sus libros en las listas de los más vendidos.
No obstante, aún son muchas las voces que defienden que lo importante no es combatir la desigualdad, sino terminar con la pobreza. Los argumentos empleados, sin embargo, suelen adolecer de tres errores: confundir la desigualdad a nivel internacional con la desigualdad interna o intranacional, subestimar la relación entre desigualdad y crecimiento y sobreestimar la relación entre redistribución y crecimiento.
- La desigualdad interna es la otra cara de la igualdad internacional
El primer error se deriva de un dato indudablemente positivo: la pobreza es hoy mucho menor que hace treinta años, y la desigualdad entre países ricos y países pobres es menor. Ello se debe, fundamentalmente, a la incorporación a la clase media mundial de gran parte de los habitantes de dos de los países más poblados del mundo, China e India. Pero esa reducción de la pobreza y de la desigualdad a nivel mundial se ha producido al tiempo que aumentaba la desigualdad interna dentro de la mayoría de los países desarrollados (proporcionalmente más en los anglosajones, sobre todo EEUU) y de una gran parte de los países en desarrollo (incluidos China e India).
Este error conceptual sobre el ámbito analítico de la desigualdad se añade al prejuicio que confunde el concepto de igualdad con el de igualitarismo, es decir, la defensa de una igualdad no sólo formal –de derechos y obligaciones– y de oportunidades, sino también de resultados. Pero eso no es así: los principales teóricos de la desigualdad defienden no sólo las ventajas, sino incluso la necesidad de una cierta desigualdad, basada exclusivamente en un mayor esfuerzo, capacidad o ambición relativos, para generar unos incentivos adecuados y promover el crecimiento. El problema no es que haya una cierta desigualdad: es que esta sea excesiva, calificación que habrá que modular no sólo en función de su valor (generalmente a través del Índice de Gini referido a la renta, complementado con los de riqueza y de consumo), sino también de su tendencia.
- La desigualdad perjudica el crecimiento
El segundo error es olvidar que la desigualdad afecta negativamente al crecimiento. Así, estudios del FMI como los de Ostry et al. (2014) demuestran que un Índice de Gini elevado para la renta neta (después de impuestos y transferencias) está correlacionado con un menor crecimiento de la renta per cápita, y que un aumento de 5 puntos del índice reduce el crecimiento medio anual en 0,5 puntos; Dabla-Norris et al. (2015) estiman, por su parte, que un aumento de un punto en la renta acumulada por el quintil superior reduce el crecimiento en 0,08 puntos durante cinco años, mientras que un aumento en el quintil inferior lo aumenta. Desde la OCDE, a su vez, se calcula que una reducción del coeficiente de Gini en un punto se traduciría en un aumento del crecimiento el 0,8 por ciento del PIB a lo largo de un periodo de 5 años (Cingano, 2014).
Los canales a través de los cuales la desigualdad se traduce en un menor crecimiento son múltiples, pero podemos agruparlos en tres:
- Vía riesgo político: aparte de los riesgos generales de que una desigualdad excesiva se traduzca en la captura del proceso político por unas élites –generalmente proteccionistas de sus monopolios– y los derivados de la menor cohesión social, el FMI señala que, en los países en desarrollo, la desigualdad excesiva suele traducirse en un descontento social que termina por minar la estabilidad política. Por otra parte, en los países desarrollados la desigualdad suele dificultar la defensa de políticas que contribuyen al crecimiento, como la liberalización comercial o la integración económica. El desarrollo de los nuevos populismos en Estados Unidos y Europa se ha visto sin duda favorecido por la percepción de una mayor desigualdad.
- Vía riesgo financiero (a través del ahorro): La idea, defendida por economistas como Larry Summers, es que la desigualdad aumenta el ahorro, porque las clases más ricas consumen una menor proporción de su renta (la propensión marginal al consumo es decreciente con el nivel de renta). La acumulación del ahorro presiona a la baja los tipos de interés, estimulando los precios de los activos y alentando el endeudamiento, en especial el de los hogares de renta media y baja con bajos salarios. Algunos estudios del FMI alertan del peligro en los países desarrollados de este sobreendeudamiento derivado de la desigualdad, que a la larga puede desencadenar crisis como las de la Gran Depresión o la Gran Recesión.
- Vía productividad: Una excesiva desigualdad limita la capacidad de las capas más bajas para asumir riesgos e invertir, especialmente en capital humano (formación), o la condiciona a su salud (especialmente en ausencia de cobertura médica), lastrando el crecimiento futuro.
- La redistribución no perjudica al crecimiento
El tercer y último error es considerar que la redistribución perjudica el crecimiento porque destruye los incentivos. Sin embargo, diversas investigaciones concluyen que la redistribución, salvo que sea extrema, no incide negativamente en el crecimiento: los datos muestran que el crecimiento de la renta por habitante no es significativamente menor en los países con más redistribución, y que un esfuerzo redistributivo (diferencia en índices de Gini en rentas bruta y neta) de 13 puntos o más (como en gran parte de Europa occidental) lo que hace es simplemente reducir la duración de una etapa expansiva. Por supuesto, todo dependerá también de los detalles (tipo de impuesto y financiación).
Al mismo tiempo, la realidad demuestra que la mayor parte de los efectos redistributivos –diferencias entre el Indice de Gini de la renta buta y neta– se producen por la vía de los gastos, más que de los impuestos. El FMI destaca que el mantenimiento y mejora de infraestructuras es una de las mejores vías, y un reciente estudio de Fedea atribuye al gasto el 93% del efecto redistributivo en España.
Finalmente, tan importante o más que la redistribución a posteriori es la redistribución a priori, o predistribución, íntimamente ligada a la igualdad de oportunidades: el gasto público en educación, formación y sanidad o las políticas activas de empleo pueden ser el mejor modo de garantizar la igualdad de oportunidades y evitar una desigualdad posterior.
Las implicaciones de política económica son importantes. Así, la desigualdad ha pasado ya a primer plano dentro de las políticas y recomendaciones del Fondo Monetario Internacional –iniciadas a raíz de su análisis de Bolivia– y del Banco Mundial, y es de esperar que el resto de organismos internacionales la incorpore a sus análisis. Por lo pronto, es bueno que se consolide la idea de que los recortes en sanidad o educación no sólo comprometen el crecimiento vía deterioro del capital humano, sino también vía incremento de la desigualdad
Por otro lado, el propio FMI reconoce que la financiarización de la economía y el sobreendeudamiento de las familias de renta media y baja son factores que favorecen la desigualdad, lo que hace recomendables medidas macroprudenciales y de control del sistema financiero.
Desde el punto de vista de la estructura impositiva, siempre será mejor estimular impuestos sobre el capital –que fomentan la igualdad de oportunidades– que recargar excesivamente los impuestos sobre la renta o los salarios, así como favorecer una adecuada progresividad del sistema en su conjunto.
Finalmente, desde el punto de vista de los gastos, es preciso estimular tanto los que favorezcan la redistribución (infraestructuras) como los que promuevan la predistribución (desarrollo y nutrición en primera infancia, sanidad y educación universales y de calidad, formación profesional, políticas activas de empleo), incluyendo en su valoración los efectos externos sobre la desigualdad.
En conclusión, la reducción de la desigualdad no debe considerarse un subproducto de la lucha contra la pobreza, sino un elemento crucial de la estrategia de crecimiento de un país: no es posible crecer ni combatir la pobreza mientras existan niveles de desigualdad excesivos.
En colaboración con Agenda Pública, publicado el 7 de marzo de 2017
Totalmente de acuerdo con lo que se dice en el artículo, compañero. Te invito a leer mi artículo sobre la renta básica universal en Sin Límite Diario: http://www.sinlimitediario.es/2017/02/la-renta-basica-universal-un-derecho-de-cualquier-ciudadano/
Gracias
Muy interesante! Se agradece leer artículos tan bien estructurados y documentados. Enhorabuena!
Muchas gracias, Ana
Muchos estábamos convencidos de ello, pero de una forma apriorística. Es una maravilla leerlo con una argumentación científica y muy bien documentada. Gracias
Muchas gracias
Enhorabuena por esta entrada tan apetitosa y tan argumentada. Es siempre interesante observar como desde el mundo de la política económica se puede llamar a las cosas por su nombre, utilizando bases racionales sin recurrir a las trampas en el solitario a la hora de extraer correlaciones inexistentes.
Una de las ventajas de practicar este ejercicio de base racional sería deslegitimar, los argumentos “buenistas “que aun pueblan el sector de la cooperación al desarrollo, basados en la legitimad moral apriorística sobre la reducción de la pobreza absoluta, que tratan de restar legitimidad a los enfoques realizados mediante el método científico en las ciencias sociales, y que impiden, a mi entender, una lucha eficaz contra las políticas neoliberales ejecutadas desde los 80, causantes en buena medida del retroceso en igualdad entre 1980 y 2000 (Atkinson, Piketty, Saez, 2011)
Aunque hay algún ejemplo que puede hacer pensar que la desigualdad no afecta negativamente al crecimiento (Guinea Ecuatorial), e incluso en términos de dinámicas intranacionales más potentes, los ejemplos ya citados de China e India, donde la desigualdad ha aumentado en los últimos 20 años según se puede observar fácilmente en el gapminder, es importante que los tres argumentos que se citan en el texto sigan siendo falsados con argumentos racionales y la mayor base científica posible. Tan importante como buscar ejemplos que puedan poner en duda las hipótesis de correlación entre desigualdad y pobreza relativa (la absoluta me parece menos evidente si no se echa mano del mazo moral) es el conocimiento más amplio posible sobre los innumerables factores que ayudan a entender las relaciones entre crecimiento económico y la reducción de la pobreza.
Un único apunte en relación al coeficiente de Gini, y exclusivamente para las mediciones entre países, (tanto en coeficiente de Gini de renta como de riqueza) y no intranacionales, me parece más certero la medición con la llamada ratio de Palma, defendida por autores como Ha-Joon Chan o Joseph Stitglitz, y ya adoptado por el Banco Mundial en su Poverty and Shared Prosperity Report de 2016.
Entiendo que en la línea 11 hay una errata y se quiere hablar de la sobreestimacion de la relación inversa o negativa entre redistribución y crecimiento. Gracias por el caramelo
Muchas gracias, Carlos. Siempre habrá estudios que modulen o maticen los resultados (por ejemplo, no afecta igual al crecimiento la desigualdad en un país con una renta mediana elevada que en uno con renta baja), pero por lo menos hay consenso -al menos entre los principales organismos, que no es poco- en que una desigualdad excesiva tiene efectos negativos. Con independencia de los indicadores utilizados (el Indice de Gini no es perfecto, y hay alternativas como el que mencionas de Palma, o el 20/20), y más allá de cuantificaciones precisas de coeficientes de correlación, lo importante es discutir siempre con datos, no con prejuicios morales. En cualquier caso, es lógico pensar que sin una clase media pujante es difícil crecer a medio plazo de forma sostenida y equilibrada. En los países en desarrollo la desigualdad dificulta el surgimiento de dicha clase, y en los países desarrollados la deteriora e incentiva su sobreendeudamiento.
Gracias por tu respuesta.
Coincido totalmente en la necesidad de la primacía de los datos sobre los apriorismos morales.
Me pregunto si existen estudios que muestren que en paises con «demasiada» igualdad, el crecimiento econonómico es menor, o en todo caso, de «peor calidad» que en paises con mas desigualdad. Significaria entonces que podria existir una desigualdad optima, aunque variara por pais, periodo y otros factores relevantes de la estructura economica del pais?
Finalmente, asumiendo que las clases medias en los paises desarrollados fueran capaces de ejercer el papel de equilibrador del consumo y la produccion que han ejercido en los paises ODCE en los ultimos 70 años, tal y como dices, y la relacion intrinseca que parece existir entre el surgimiento de estas clases medias y la existencia de democracias liberales de corte social / democracias sociales de corte liberal, estariamos asumiendo de facto una correlaccion (por demostrar) entre una desigualdad deseable u optima y un determinado modelo social, que lamentablemente parece que puede ser cosa del pasado.
Gracias, Carlos. Creo que un exceso de desigualdad forzada puede efectivamente ser desincentivador. No creo tanto que exista una desigualdad óptima (que de haberla, sería distinta por países; he visto límites en renta per cápita en algún estudio empírico, a partir del cual aumentar la igualdad puede ser costoso) como de instrumentos de redistribución mejores y peores, más o menos desincentivadores del crecimiento. Yo creo que la idea es utilizar diversos instrumentos redistributivos intentando minimizar el coste sobre el crecimiento. Para mí las clases medias son clave en la determinación de la estabilidad política y económica de los países. Ya comienza a haber literatura empírica en la parte económica, pero no conozco la literatura en ciencia política, seguro que es interesante.
Este es un post de servicio público por lo bien escrito y documentado que está. Es de los que «crean afición».
No es lo primero que leo sobre el tema, pero muy pocos textos introductorios de los que he leído me parecen tan claros, completos y ponderados como éste.
Me gusta especialmente el comienzo, donde aclara perfectamente un asunto que me irrita mucho últimamente. Se diría que el tema de la distribución de renta ha sido, según algunos sostienen ahora, un tema central e importante dentro del programa de investigación de la teoría económica. Nada más lejos de la realidad. Por supuesto que existía gente en el tema, como el propio Atkinson QEPD & discípulos o algunas cosas del reciente Nobel Agnus Deaton. Pero ni de lejos eran considerados asuntos centrales o existía un debate sobre el tema. Simplemente, la desigualdad era la que tenía que ser, por los «hechos estilizados» del crecimiento y de la distribución del mercado a largo plazo. Hasta el propio Kuznets debió pensar, al final de su vida, que quizá se había llevado sus ideas de los 50 demasiado lejos (siendo que él mismo ya advirtió de tal cosa desde el mismo momento en que planteó su famosa curva de Kuznets). Bueno, perdonad por el desahogo. Gracias de verdad por la entrada: va directamente al «pocket».
Muchas gracias, Jorge. Efectivamente, la teoría de la distribución ha sido no sólo una rama descuidada, sino a veces explícitamente olvidada. Aparte de la forzada interpretación de la curva de Kuznets que mencionas, piensa también en el problema de la agregación del capital (y sus implicaciones redistributivas) de la controversia de Cambridge, nunca resuelto pero que sin embargo no ha impedido que se siga usando una función de producción agregada como si tal cosa.