En 1959 Ed Wood dirigió “Plan 9 del espacio exterior”, una de las peores películas de ciencia ficción de todos los tiempos –aunque un clásico de la serie B, es decir, un modelo dentro de las malas películas–. Theresa May, que últimamente parece que vive en otro mundo, ha presentado al Parlamento británico un plan alternativo de Acuerdo de Salida que es también ciencia-ficción y digno de la mejor serie B.
Porque este Plan B, que se votará el día 29, no es que sea muy distinto del A: es que no es tal, sino una ristra de generalidades. En su discurso, May negó haber planteado una revisión de los Acuerdos de Viernes Santo –como anticipó la prensa–, aunque todo indica que pretendía tantear con Irlanda la posibilidad de que la salvaguarda (backstop) dejase de estar cubierta por el paraguas del Acuerdo de Salida (un requisito comunitario para que la frontera no se utilizase como elemento de presión en las negociaciones del Acuerdo Definitivo). La frontal oposición anunciada por Irlanda abortó cualquier posible intento. May se ha limitado a decir que “mantendrá conversaciones” sobre la salvaguarda y trasladará sus resultados a la UE. Ha añadido detalles retóricos, como el compromiso de potenciar el diálogo y la protección laboral y medioambiental, y algún anuncio amable como el de gratuidad de los permisos de residencia para ciudadanos europeos. Y ha rechazado tanto un referéndum –por ser “un mal precedente”– como solicitar la extensión del artículo 50.
Pero no ha querido entrar en el motivo de fondo del bloqueo del Brexit, que gira en torno a Irlanda y descansa en un trilema de imposible solución. Porque evitar una frontera física en Irlanda, evitar una unión aduanera permanente en el Reino Unido (en caso de falta de acuerdo) y garantizar la unidad de mercado entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña son tres opciones simultáneamente incompatibles: hay que renunciar a una para poder garantizar las otras dos. No es una cuestión tanto política como técnica: evitar una frontera en Irlanda exige una unión aduanera; esta no puede ser temporal o cancelable si no hay Acuerdo Definitivo, porque entonces no sería una verdadera salvaguarda (al desaparecer se crearía la frontera que se debía evitar); y deberá extenderse a todo el Reino Unido (como recoge el acuerdo de salida, a propuesta de May) si se quiere impedir que Irlanda del Norte tenga un régimen distinto que Gran Bretaña.
La UE no va a abandonar a Irlanda ni permitir allí una frontera física, por lo que, si hay Acuerdo de Salida, habrá necesariamente una unión aduanera (mejorada) permanente entre las dos Irlandas. Solo a partir de ahí se entra en el margen de lo negociable. Si se quiere contentar a los conservadores y prescindir de unión aduanera en Gran Bretaña, habrá que volver a la propuesta inicial de la Comisión de un régimen para Irlanda del Norte no extensible al resto del Reino Unido, con controles en el Mar de Irlanda y oposición unionista. Si se quiere apaciguar a los unionistas, se deberá aceptar una unión aduanera para todo el Reino Unido, o incluso –para evitar algunos controles menores–, un acceso al mercado único con unión aduanera adicional (modelo Noruega+), pero renunciando a la autonomía comercial y a otras líneas rojas y con el rechazo de muchos conservadores.
Ningún plan alternativo puede satisfacer a todo el mundo. Reconocer el trilema será la prueba del 9 de cualquier Plan para garantizar un final, si no feliz, por lo menos sin dolorosas rupturas para esta mala película del Brexit.
Este artículo fue publicado originalmente en Agenda Pública-El País (ver artículo original)