En el último artículo explicábamos que la Comisión Europea había propuesto (en parte por convicción, en parte por necesidad) aliarse con Estados Unidos a la hora de controlar las exportaciones e inversiones tecnológicas que supongan un riesgo para la seguridad nacional, en un claro mensaje hacia China. El Consejo Europeo del 30 de junio debatió la denominada Estrategia de Seguridad Económica de la UE, pero no llegó a un acuerdo. Aunque los jefes de Estado y de gobierno de los 27 reconocieron las tensiones y la necesidad de reducir la dependencia de China en materiales críticos, varios países advirtieron del peligro de una estrategia de desconexión total.
Mientras tanto, los eventos se han precipitado. El pasado 3 de julio, China anunció el control de exportaciones de algunas materias primas críticas que afectarán no sólo a Estados Unidos, sino a todo Occidente. Bienvenidos a la guerra tecnológica global.
Llevamos tiempo ya hablando del enfrentamiento tecnológico entre Estados Unidos y China, que dio un salto cualitativo en septiembre de 2022 cuando el asesor de seguridad nacional estadounidense, Jake Sullivan, anunció la modificación de los objetivos de seguridad nacional, pasando de conformarse con mantener una “ventaja relativa” sobre los competidores en ciertas tecnologías clave (lo que se denomina “escala móvil”, es decir, estar un par de generaciones por delante de los competidores) a lograr una ventaja tecnológica “lo más grande posible”.
Semanas después, el gobierno estadounidense anunció la limitación del uso de tecnología estadounidense para la producción en China de semiconductores de nodo avanzado, equipos de fabricación de semiconductores, capacidades informáticas avanzadas y supercomputadoras, con el objetivo de que las empresas e individuos estadounidenses no puedan contribuir a que las instalaciones en China desarrollen esos productos. Desde ese momento, las fábricas chinas sólo pueden usar tecnología estadounidense para producir semiconductores de nodo maduro (más de 14-16 nanómetros). Detrás del bloqueo a las capacidades informáticas avanzadas y a las supercomputadoras está el desarrollo de la inteligencia artificial que, además de datos, algoritmos y memoria, requiere personas (lo que explica que las sanciones prohíban también la colaboración de ciudadanos estadounidenses).
Las sanciones, pese a su extraterritorialidad, no dejaban de ser unilaterales (y por tanto fáciles de sortear), de modo que la Administración Biden comenzó a presionar a otros gobiernos para que se sumasen a este bloqueo, en particular a aquellos cuyas empresas podrían proporcionar alternativas tecnológicas a la estadounidense. Entre estos destacan Japón y Países Bajos, únicos productores de las sofisticadas máquinas de litografía para semiconductores (la litografía o fotolitografía es un paso crítico en la fabricación de chips).
Pues bien, el 30 de junio el gobierno de Países Bajos (sin coordinarse, por cierto, con la Comisión ni con los Estados miembros) anunció que restringiría las ventas de kits de fabricación de chips a China. En términos prácticos, estamos hablando de que el fabricante holandés de las máquinas de litografía más avanzadas del mundo, AMSL, no venderá a partir ahora a sus clientes chinos más que dispositivos tecnológicamente anticuados.
La reacción de las autoridades chinas ha sido muy llamativa. Hasta el momento se habían limitado a responder a las sanciones estadounidenses con represalias menores, como la prohibición a algunas compañías chinas del uso de chips de memoria fabricados por la estadounidense Micron. Pero el 3 de julio China anunció, por primera vez, limitaciones a la exportación de materiales estratégicos: el galio y el germanio, metales utilizados en la fabricación de semiconductores de alta gama alta.
Estos controles, que entrarán en vigor el 1 de agosto, ya no afectan solamente a Estados Unidos, sino que van a repercutir en toda la industria mundial. Hay que recordar que China proporciona cerca del 80% del galio y el germanio del mundo y que la mitad del germanio usado en Estados Unidos proviene de China.
Por lo que respecta a Europa, tanto el galio como el germanio se incluyen entre los 30 materiales considerados por la Comisión como “estratégicos” y en los que existe una fuerte dependencia. La UE obtiene galio para “semiconductores y células fotovoltaicas” de Alemania (35%), Reino Unido (28 %), China (27%) y Hungría (2%), y el germanio para “fibras ópticas y óptica infrarroja, células solares para satélites y catalizadores de polimerización” de Finlandia (51%), China (17%) y Reino Unido (11%). La dependencia europea de importaciones de ambos materiales es del 31%, y por tanto no tan grave como la de otros (como tierras raras), pero ya podemos prepararnos para una buena subida de precios de chips, pantallas, equipos de fibra óptica, paneles solares, radares, vehículos eléctricos, energía nuclear y algunas armas. E incluso para un retraso de los chips más avanzados, ya que los fabricantes están intentando reemplazar gradualmente el silicio utilizado en la mayoría de los procesadores con nitruro de galio, que permite manejar voltajes más altos.
Así pues, la UE va a empezar a sufrir los efectos de esta guerra, y en ámbitos que afectan, entre otras cosas, a nuestra transición energética.
Lo malo es que esto no se acaba aquí. El 4 de julio se supo que el gobierno estadounidense tiene planeado bloquear el acceso de China a servicios de computación en la nube, que permiten a las empresas chinas de inteligencia artificial eludir las prohibiciones estadounidenses aprovechando los procesadores de alta gama disponibles en la nube. De concretarse esa prohibición, seguramente provocará nuevas represalias.
En conclusión, mientras la Unión Europea debate tranquilamente su Estrategia de Seguridad Económica, acaba de recibir un golpe a su disponibilidad de materiales críticos por parte de una China que parece dispuesta a doblar su apuesta. En un mundo interdependiente como el actual, la UE va a comprobar que a veces no hace falta siquiera posicionarse para salir perjudicado, y que la acción de uno afecta a todos: la decisión de Países Bajos tendrá efectos sobre toda Europa. Pero mucho cuidado: esta guerra ya no es solo una batalla arancelaria, sino algo mucho más peligroso.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)