El crecimiento del comercio mundial –que tiende a moverse acompasado con la inversión– se está reduciendo a medida que avanza el año. Hasta cierto punto, es comprensible: ni el comercio ni la inversión son amigos de la incertidumbre, y precisamente de incertidumbre viene este otoño bastante cargado. Aunque hay algunos factores puramente económicos, como la ralentización del sector del automóvil en Alemania, o los aún inciertos efectos de la enorme masa de bonos con tipos negativos, gran parte de las incógnitas tienen que ver con la política, y tienen nombre y apellidos: la guerra comercial y tecnológica de Donald Trump (y la reacción de Xi Jingpin), la posible caída de Mauricio Macri, o el brexit de Boris Johnson. En el fondo, decisiones políticas transformadas en riesgo económico.
En este contexto, las exportaciones españolas –que por el momento resisten, sobre todo gracias a la pujanza de los servicios comerciales distintos del turismo– pronto acusarán la ralentización del crecimiento mundial. Entonces se comenzará a hablar de nuevo, como siempre, de la competitividad de las exportaciones españolas, y creo que es un buen momento para recordar algunas evidencias que no siempre se reflejan adecuadamente en los análisis.
En primer lugar, que, desde hace ya bastante tiempo, la competitividad de las exportaciones españolas está relativamente poco relacionada con la competitividad-precio y mucho más con otros factores. Aparte del proceso de transformación estructural de las exportaciones españolas que se viene produciendo desde comienzos de este siglo –con una importante diversificación buscada de mercados de destino–, numerosos estudios muestran que factores como la demanda externa, el ajuste fiscal o los precios del petróleo desempeñan un papel mucho mayor a la hora de explicar la evolución de nuestro comercio (y su reciente recuperación tras la crisis) que los costes laborales unitarios. Esto no quiere decir que los costes laborales unitarios no sean importantes, o que subidas salariales por encima de la productividad no terminen deteriorando la competitividad internacional, pero sí que es muy peligroso explicar las caídas de las exportaciones achacándolas exclusivamente a este motivo. Dicho de otra forma: cuando las exportaciones caigan, la probabilidad de que este hecho se deba a la caída de la demanda internacional es mucho mayor que la explicación de que se ha reducido la demanda porque los costes salariales han subido.
En segundo lugar, se suele decir que uno de los problemas de la competitividad de las empresas españolas es su reducido tamaño medio y su escasa productividad, y eso es cierto. Ahora bien, el tamaño es importante a efectos de productividad, pero la causalidad no está clara. Como se observa que las empresas grandes españolas no son menos productivas que las empresas alemanas del mismo tamaño, existe la tentación de sacar la consecuencia lógica de que hay que favorecer la concentración empresarial para impulsar el tamaño empresarial y ganar productividad. Sí y no. Por un lado, desde el punto de vista económico, es evidente que las empresas grandes tienen mayor capacidad para aprovechar economías de escala, un mejor acceso a la financiación y una capacidad de acometer inversiones productivas y en intangibles impensables para una PYME. Adicionalmente, es cierto que la existencia de niveles de facturación o empleados concretos a partir de los cuales las empresas asumen una serie de requisitos laborales y fiscales favorecen un efecto umbral que desincentiva a crecer (quizás estos requisitos tendrían que ser más proporcionales que marginales). Ahora bien, ¿es el tamaño la clave de la productividad? No necesariamente: cada vez más estudios demuestran que es la productividad la que determina el tamaño, y no el tamaño el que determina la productividad. Dicho de otra forma: las empresas no se hacen eficientes porque crezcan, sino que son las empresas eficientes las que tienden a crecer. La explicación también es lógica: solo en la medida en que las empresas generen valor añadido, es decir, puedan vender su producto a un precio sustancialmente mayor que el coste de sus inputs, habrá margen para remunerar a trabajadores, empresario y financiar el crecimiento sin recurrir a un excesivo endeudamiento (o para endeudarse con garantías de devolución del préstamo). Así pues, es importante facilitar el crecimiento de las empresas, pero mucho más su productividad, ya que podríamos encontrarnos con la absurda situación de favorecer la creación de mastodontes improductivos. A fin de cuentas, los dinosaurios eran más grandes que los pájaros, pero fueron estos últimos los que pudieron adaptarse mejor a los cambios y sobrevivir a la extinción.
En tercer lugar, que, aunque en gran medida la baja productividad de las empresas españolas pueda explicarse por la inadecuación del capital humano (más apropiado sería decir la divergencia entre habilidades y necesidades), este problema no afecta solo a los trabajadores, sino también a las habilidades gestoras de los empresarios. Las encuestas que analizan las habilidades gestoras de las empresas, como la World Management Survey, puntúan bastante bajo a España, en especial entre las empresas pequeñas. Así, por ejemplo, rara vez se preocupan de formar a sus trabajadores: la OCDE destaca que en 2016 menos del 30% de las empresas españolas con entre 5 y 9 trabajadores formaban a sus empleados, frente a un 88% de las empresas de más de 500 trabajadores.
En cuarto lugar, conviene no dejarse llevar por los prejuicios: al analizar la creación de empresas en España se verifica que el coste económico de empezar un negocio o el coste de gestionar la insolvencia es relativamente alto en comparación con la media de los países desarrollados, pero también que las cargas burocráticas y administrativas para empezar un negocio son de las más ligeras de toda la OCDE.
Por último, se suele mencionar, y también es cierto, la reducida intensidad tecnológica de las exportaciones españolas (apenas un 7% de las exportaciones de productos manufacturados son de alta tecnología, la mitad que la media de la UE). Ahora bien, en un mundo de cadenas de valor globales, lo importante no es tanto el valor bruto de lo exportado, sino el valor añadido doméstico incorporado en las exportaciones y la relación con los inputs extranjeros (no es lo mismo exportar un bien tecnológico producido íntegramente en España que importar componentes tecnológicos, ensamblarlos y exportar el producto final, aunque el valor total de la exportación sea el mismo en ambos casos). Y es que, como ya hemos explicado en algún otro artículo, desde los años 90 del siglo XX la producción mundial no se realiza de forma agregada, con productos fabricados íntegramente en los países, sino a través de cadenas de valor globales donde cada fase de la producción se realiza allí donde es más eficiente hacerlo. Esto cambia la concepción del comercio: por un lado, los saldos comerciales bilaterales pueden ser bastante distintos cuando se analizan en términos de exportaciones e importaciones brutas que cuando se analizan en términos de valor añadido exportado e importado; por otro, es importante analizar en qué medida la exportación se integra con otras cadenas de valor. En el caso de las exportaciones españolas, la escasa intensidad tecnológica se agrava por el hecho de que se observa una creciente dependencia de inputs importados necesarios para producir los bienes exportados (inputs que, en el fondo, son valor añadido extranjero). No consuela, tampoco, el hecho de, comparado con nuestros socios comerciales, exportamos pocos bienes intermedios que se utilicen en procesos productivos de otros países.
En resumen, a la hora de analizar los problemas de competitividad de las empresas españolas es importante acertar en el diagnóstico y en las soluciones para el futuro. España no ganará cuota de mercado centrándose en los costes laborales, sino sobre todo asumiendo como objetivos aumentar la productividad (y con ella el tamaño de las empresas), potenciar una mejor integración en las cadenas de valor mundiales; y como instrumentos la capacitación de trabajadores y empresarios, la tecnificación de las empresas pequeñas y la promoción de la innovación.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)
Muy interesante, pero yo añadiría algo,la productividad a nivel agregado es en la práctica imposible de medir, por algo la llaman productividad aparente. Cuando se calcula se crea un sesgo hacia la mayor acumulacion de capital, pero eso no tiene necesariamente que ser real.