10 Downing Street, finales de julio (2ª parte)

–¡Ah, ya estás aquí, Dominic! Pasa, pasa, te estaba esperando.

Dominic Cummings entró en el despacho del primer ministro arrastrando los pies. Su aspecto no podría ser más informal: una barba de varios días, encanecida, que contrastaba con el negro de su ya escasísimo pelo, pero a juego con su blanca camisa arrugada, algo desabrochada y arremangada por los codos. Llevaba en bandolera una bolsa de cuero que se quitó y dejó en el suelo para, ya sentado, extraer de ella unos papeles que colocó encima de la mesa de su anfitrión.

Boris Johnson, sentado por segundo día en su silla de primer ministro, intentó parecer cariñoso, algo que no le salía demasiado bien:

–Hacía tiempo que no nos veíamos. Desde la campaña del Leave, creo. Estuviste brillante, sí. Brillante. Me alegra que podamos volver a trabajar juntos.

–A mí no –replicó Cummings, antipático–. Yo pensé que mi trabajo había concluido para siempre hace tres años. Si he venido es solo para ayudaros a terminarlo de una vez.

–Excelente, excelente. Bueno, entonces, ¿qué hacemos para forzar una salida sin acuerdo?

Cummings entornó los ojos y retrasó su respuesta:

–Nada.

–¿Cómo que nada? –exclamó Johnson, sorprendido.

–¿Estás loco? La gente no quiere un brexit sin acuerdo. Solo unos pocos majaderos. Siete de cada diez lo rechazan o no están seguros de que sea buena idea. Tienen miedo a las consecuencias, sobre todo a la escasez de alimentos y medicamentos.

–Pero eso es un poco exagerado, ¿no?

–Lo que cuenta es el miedo, y ese es real: la gente se ha gastado ya 4.000 millones de libras en acumular medicinas. Si hay no-deal, el puerto de Dover estará colapsado varios meses. La cadena de distribución se irá al infierno, y con ella, muchas empresas.

–Pero bueno, me recuerdas al cenizo de mi antiguo asesor, no entiendo nada… Entonces, ¿qué hacemos? No puedo pedir una prórroga, me matarían.

–También te matarían los ciudadanos al tercer día de caos. O tus compañeros, sobre todo teniendo en cuenta que ya solo nos queda un diputado para perder la mayoría en el Parlamento. Cuando los bienes escaseen en muchas tiendas, y muchas empresas cierren, todos mirarán hacia ti. No es lo que les habías prometido. No es el paraíso soñado ni el imperio recuperado. Ni de lejos. Trump no se dará prisa en hacer un acuerdo comercial, te dejará colgado. Él solo sabe mirar por sus intereses. Nicola convocará un referéndum de independencia de Escocia al día siguiente. Quizá hasta haya disturbios en Irlanda. No durarías ni una semana, y saldrías del gobierno con el rabo entre las piernas, como el tonto de Cameron. Para no volver. No, no podemos salirnos sin acuerdo. Al menos, no ahora.

–¿Entonces? –preguntó Johnson, ya totalmente despistado.

–Lo primero es acabar con el circo de Farage. La división nos perjudica, no podemos avanzar con un partido debilitado. Eso te obliga a convertirte en el mayor defensor del no-deal, al menos públicamente.

–¿Pero entonces cómo evitaremos una salida sin acuerdo?

–Eso es un trabajo sucio, y por eso hay que dejárselo a Bercow. Le encanta hacerse el héroe, sobre todo ahora que ya sabe que nunca le dejaremos sentarse con los Lores. Bueno, y a la oposición, claro.

–¿Qué quieres decir? –preguntó el primer ministro.

–El Parlamento no quiere una salida sin acuerdo. En la última votación esa opción se rechazó por 400 frente a 160. No dejarán que ocurra, aunque no sepan qué alternativa quieren. Ni siquiera Corbyn, que se muere por salir de la UE, quiere un no-deal. Y hay demasiados entre los nuestros que nos traicionarán: los que lo hacen por convicción, como Hammond, y los que quieren hundirte, como Grieve. Aun así, no me fío, son demasiado incompetentes. Para evitar un no-deal necesitan aprobar una ley, que será difícil de acordar, o nombrar un gobierno alternativo, algo que Corbyn solo aceptará por encima de su cadáver. Bueno, salvo si lo nombran a él, porque nunca se verá más cerca de ser primer ministro.

–¿Y cómo conseguiremos que el Parlamento evite el no-deal, entonces?

–Llevándolos al límite. Poniéndoselo difícil, provocándoles. Insultándoles. Dejándoles poco tiempo, solo el necesario.

–¿Y cómo hacemos eso?

–En septiembre toca suspensión del Parlamento, antes del discurso de la Reina. O no, pero da igual. Vamos a aprovechar la circunstancia para mandar a los parlamentarios a casa. Pero no un par de semanas, como siempre, mientras se preparan las convenciones: cinco semanas, para que sea legal, pero dejándoles solo unos pocos días antes del 31 de octubre.

–¡Qué fuerte! ¿Y si se enteran de lo que estamos tramando?

–La mejor forma de que no sospechen es decírselo directamente. Anunciarlo. Mañana dirás a la prensa que “no descartas” –dijo, marcando las comillas en el aire con los dedos– suspender el Parlamento. Se indignarán, dirán que vas de farol, que no te atreverás. Que estás loco, como Trump. Pero a finales de agosto, lo harás. Se armará una buena, pero llevarás tú la iniciativa. Y, sobre todo, les demostrarás que eres capaz de cualquier cosa. Eso es imprescindible.

–¿Y la Reina?

–La Reina, como en el ajedrez, se mueve en cualquier dirección, si previamente dispones bien las piezas. No se atreverá a bloquear una propuesta del Gobierno, la acusarían de partidista. Eso sí, para que no se escude detrás del Consejo Privado, tenemos que controlarlo. Necesitamos que lo presida un fanático del no-deal.

–Rees-Mogg?

–Exacto. Aparte de líder de los Comunes, desígnale mañana también como Lord Presidente del Consejo. Es el puesto perfecto para él: cerca de ti, para poder vigilarlo, pero lejos del poder del Consejo de Ministros. Y al frente del Consejo Privado, que necesitamos para evitar sorpresas.

–Y una vez suspendamos el Parlamento, ¿qué haremos?

–Esperar acontecimientos. Mostrarnos listos para el no-deal. Mucha parafernalia: anuncios en la tele, declaraciones, camisetas con el eslogan de “Prepárate”… Los primeros días de septiembre los parlamentarios anunciarán una ley para forzar una prórroga, o una moción de censura. Una ley no nos conviene: si la obedecemos pareceremos débiles, y si no la obedecemos nos enfrentaremos a problemas legales y entrarás como primer ministro en el caos del no-deal. Hay que anunciar que, si se aprueba una ley para evitar el no-deal, la desobedeceremos, castigaremos a los que la voten o amenazaremos con elecciones inmediatas.

–Pero no tenemos mayoría para convocarlas, necesitamos dos tercios –protestó Johnson.

–Me da igual, no pensamos convocarlas.  Lo que nosotros queremos es que el Parlamento se vea obligado a presentar una moción de censura, que perderemos.

–Y entonces convocamos elecciones, ¿no?

–¡No! –interrumpió Cummings, con tono impaciente–. Tendríamos que ser nosotros lo que pidiésemos prórroga a la UE, y eso no nos conviene. Las elecciones tienen que ser después de pedir la prórroga, y necesitamos que de eso se encargue otro primer ministro. Si hace falta, di que, si aprueban una moción de censura, sin más, tú no dimitirás hasta el 2 de noviembre. Es imprescindible que te destituyan.

–¿Cómo? –exclamó Johnson, saltando de la silla.

–Pues claro. Si lo hacen, el nuevo primer ministro convocará elecciones inmediatamente y antes pedirá prórroga a la UE para celebrarlas. La prórroga se decidirá en el Consejo Europeo del 18 de octubre, o después. Si Macron, que está deseando librarse de nosotros, se planta y no la concede, la culpa del no-deal y de la frontera en Irlanda será de la UE y el caos se lo comerá el gobierno de transición, no tú. Y si Merkel –o Úrsula, que para el caso es lo mismo– consigue que nos concedan la prórroga, la responsabilidad de pedirla habrá sido del gobierno de transición, no tuya. La traición al brexit tampoco será tuya ni del de partido, sino de unos pocos Judas tories. Luego, en las elecciones generales, llegará nuestro momento: el partido te presentará de nuevo como candidato, y arrasaremos. Farage y el Brexit Party se hundirán en el abismo, fin de la aventura. En campaña nos encargaremos de recordar que el Parlamento ha traicionado al pueblo, y que tú has hecho todo lo posible por evitarlo. Diremos que las élites de Eton, ensimismadas, alejadas de los ciudadanos, no han sabido responder al anhelo de la gente de “recuperar el control”.

–¡Pero si yo estudié en Eton!

–Bueno, era una forma de hablar. También Trump era hijo de un millonario y hablaba de las élites estadounidenses en tercera persona. Lo importante es cómo lo presentes.

–Eres un genio. Pero, y si después de la prórroga ganamos las elecciones, como dices, ¿qué pasará con el brexit?

Cummings sonrió y dijo:

–Entonces, ya veremos.

 


Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)