El flamante nuevo primer ministro se sentó en su mesa, ordenó mecánicamente los bolígrafos y varios papeles y se quedó un momento pensativo. Luego hizo venir al asesor para asuntos europeos.
–Buenos días, señor Primer Ministro. ¡Enhorabuena! Para mí es un honor…
–Gracias, gracias –le interrumpió, displicente–. Vamos directamente al grano. Siéntate aquí y cuéntame, ¿cómo va eso del brexit?
El asesor, un joven de piel muy blanca y pelo negro y lacio que parecía salido de la serie “Retorno a Brideshead”, se quedó sorprendido:
–Disculpe, señor Primer Ministro… No entiendo muy bien su pregunta…
–Pues que qué hacemos hora, chaval –gritó el primer ministro, alzando los brazos–. Imagino que nos iremos a Bruselas a renegociar, ¿no?
–Bueno, no sé –balbuceó el asesor, mientras se sentaba–. No es tan sencillo. Por un lado, la Comisión está de salida, aunque Barnier sigue al frente del equipo negociador. Sabine Weyand ya no está…
–¡Cuánto me alegro! ¡Era un hueso duro de roer!
–No sabría qué decirle, señor –replicó el asesor–. La han nombrado directora general de Comercio. Si hay brexit, será ella quien negocie el acuerdo definitivo con nosotros.
–Ah… –musitó el líder conservador, contrariado–. Pero bueno, ¿qué es eso de que “si hay brexit”? ¿Es que acaso tienes dudas? Iremos a Bruselas, renegociaremos el Acuerdo y nos iremos el 31 de octubre. ¡A muerte!
–Eso es lo otro que quería comentarle, señor. La Unión Europea no va a reabrir el Acuerdo de Salida. Lo han dejado bien claro. Eso, seguro. Y, si me lo permite, tiene su lógica…
–¿Cómo que tiene su lógica? ¿Te has vuelto loco? ¡Nos han impuesto una unión aduanera! ¿Cómo vamos a negociar aranceles bajo una unión aduanera?
–Bueno –respondió el asesor, sin alterarse–, con una unión aduanera al menos se pueden negociar acuerdos de servicios… Además, no nos han impuesto una unión aduanera, nos la impusimos nosotros mismos. Quien debe tener una unión aduanera es solo Irlanda del Norte, porque es uno de los requisitos para que no haya frontera física en Irlanda. En cumplimiento de los Acuerdos de Viernes Santo, por supuesto. Aunque no es el único requisito…
–¡Qué ridículo! ¿Y a quién se le ocurrió aceptar una unión aduanera para todo el Reino Unido?
–A su predecesora, la Primera Ministra May, señor. Barnier ofreció inicialmente un régimen especial solo para Irlanda del Norte. Fue May la que pidió extenderlo también a Gran Bretaña. Aunque no lo hizo por gusto, fue una exigencia del DUP. Que tuvo que aceptar, claro, porque dependía de sus votos para gobernar.
–¿Y por qué entonces el DUP votó en contra del Acuerdo de Salida? –protestó el primer ministro– ¿No era lo que ellos querían?
–Bueno, no exactamente –intentó explicar el asesor, azorado–. Ellos lo que no querían era tener un régimen distinto del resto del Reino Unido. Porque, como le dije antes, evitar una frontera no solo exige una unión aduanera, sino adoptar la legislación europea en materia aduanera, técnica y sanitaria, y un régimen especial para productos agrícolas e impuestos… Vamos, una especie de mercado único, pero solo para bienes. Y es que los aranceles no son más que uno de los muchos motivos para controlar un bien en la aduana. May impuso a todo el Reino Unido solo la unión aduanera para evitar los aranceles, pero nada más, lo cual obligaba todavía a hacer algunos ajustes en el mar de Irlanda, entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
–¿Ajustes? ¿Qué ajustes?
–No demasiados, solo algunas inspecciones sanitarias y ajustes de IVA e impuestos especiales. Porque otras cosas, como los controles técnicos, se pueden hacer en origen, en fábrica, antes de llegar a la frontera. Pero los del DUP no querían ajustes de ningún tipo.
–¡Absurdo! –exclamó el premier– ¿Tanto lío por unos pequeños controles en el mar de Irlanda?
–Tiene usted razón, señor. De hecho, los ajustes cuando hay una frontera natural como el mar no se notan mucho. En Canarias, por ejemplo…
–¡Ah, Canarias, ¡qué bonitas islas! Estuve allí hace unos años…
–…como le decía –prosiguió el asesor, impacientándose–, Canarias hace ajustes de impuestos en su puerto, porque no es zona IVA, y a nadie le parece tan raro.
–¿Bueno, y por qué entonces no les decimos a los del DUP que se fastidien y volvemos a la idea original de una salvaguarda solo para Irlanda del Norte? Aunque entonces habría que cambiar el Acuerdo de Salida, ¿no?
–Quizás no, señor. Esa solución podría formar parte de la relación definitiva. Pero claro, para negociar una relación definitiva habría que aprobar antes el Acuerdo de Salida actual. El de May.
–¡Imposible! Pero no te preocupes, que yo me encargo de convencer a los europeos de que reabran el Acuerdo de Salida para volver a la propuesta inicial de Barnier. Les diré que fue una metedura de pata de mi predecesora.
–Y lo fue, señor. De hecho, fue una estupidez, si me permite la expresión. Pero no es tan fácil. No digo que sea imposible, pero lo que en ningún caso van a hacer es aceptar cambios si no tienen antes garantías de que el Parlamento va a votar a favor de esa solución.
–¿Y por qué no iba a aprobarse, si consigo quitar la unión aduanera? Aunque la dejemos solo para Irlanda del Norte. ¿Quién se va a oponer? Solo el DUP, ¿no?
–No solo, señor. También muchos conservadores, para quienes no es admisible que Irlanda del Norte tenga un régimen comercial distinto del de Gran Bretaña. Temen que conduzca, con el tiempo, a la reunificación de la isla. Por otro lado, los escoceses no van a aceptar nunca que Irlanda del Norte tenga un régimen muy alineado con la UE y ellos no. Exigirían la independencia al día siguiente. De hecho, Sturgeon ya lo ha advertido.
–¡Qué desastre, qué desastre! –se lamentó el primer ministro, mientras agachaba su cabeza y se mesaba sus cabellos, desesperado–. ¿Y si, en vez de solo los aranceles, aplicamos el régimen completo “europeo” –dijo, marcando las comillas en el aire– de Irlanda del Norte a todo el Reino Unido?
–Bueno, en la práctica eso supondría prácticamente asumir el modelo Noruega Plus. Es el acuerdo que la UE mantiene actualmente con Noruega, con las cuatro libertades, y además con una unión aduanera. Permite acceder al mercado único europeo.
–¡Ah, eso es fantástico para las empresas! –interrumpió el primer ministro–. Conozco ese modelo, el bueno de Nick Boles me habló de él.
–Sí, pero implica otras cosas. Por lo pronto, asumir toda la legislación europea en materia de bienes y servicios, así como la jurisdicción del Tribunal de Justicia de la UE. Y renunciar a cualquier autonomía de política comercial.
–¿Y libre circulación de personas? ¿Los obreros polacos?
–También, va en el paquete. Y aportaciones económicas periódicas.
–¡Ah, eso sí que no! ¡Jamás! Pero bueno, en todo caso, me pierdo. No entiendo por qué siempre tiene que haber una unión aduanera. Yo creía que la unión aduanera solo era para el caso de que no hubiera acuerdo definitivo, ¿no? Era parte de la salvaguarda. Pero solo de la salvaguarda.
–Vamos a ver –aclaró el asesor, didáctico–. La idea es evitar la frontera en Irlanda, y eso requiere una unión aduanera y más cosas, en principio solo en Irlanda del Norte. Eso, en cualquier caso, incluso aunque no haya acuerdo definitivo, y por eso se llama salvaguarda. Por si acaso. Pero desde el momento en que nos imponemos la exigencia de que el régimen comercial en Irlanda del Norte sea el mismo que el de Gran Bretaña, la unión aduanera deja de ser un requisito solo para Irlanda del Norte y pasa a serlo para todo el Reino Unido, cualquiera que sea el modelo definitivo.
–O sea –resumió el primer ministro, muy serio–, que, si no queremos frontera en Irlanda, solo hay dos opciones: o nos metemos de lleno en el mercado común, como Noruega, y no tenemos ningún margen de negociación comercial, o aislamos a Irlanda del Norte en un régimen prácticamente europeo y Gran Bretaña va por su cuenta, aceptando la ruptura de la unidad comercial del Reino Unido y una posible independencia de Escocia, ¿es así?
–Exactamente así.
–¡Pues al infierno con todo! Siempre podemos salirnos sin acuerdo, ¿no?
–Más allá de las consecuencias económicas, señor, que serían muy graves, un no-deal implicaría necesariamente que habría que crear una frontera física en Irlanda.
–¿Y una solución tecnológica? Qué sé yo, usando blockchain, o algo…
–Si existiera, ya funcionaría en algún sitio y el inventor sería millonario. O podríamos ponerla nosotros en el mar de Irlanda, y se acabaría el problema. Pero falta mucho para que exista.
–¡Pues no ponemos frontera y ya está!
–Pero Irlanda tiene que hacerlo, señor, no le queda más remedio. Los europeos no pueden dejar que, a través de Irlanda del Norte, entre cualquier mercancía en Europa, aprovechando que no hay fronteras para bienes dentro de la Unión. Aparte de que, en ese caso, no solo Escocia pediría la independencia, sino que igual hasta Irlanda del Norte se plantea si le merece la pena la reunificación para quedarse en Europa.
–¡Qué espanto! ¿Y qué voy a hacer yo ahora? ¡Me veo pidiendo una nueva prórroga el 31 de octubre! ¡Me van a crucificar!
–Una prórroga va a hacer falta en todo caso, señor –puntualizó el asesor–. Ya no hay tiempo siquiera para una salida sin acuerdo. Necesitaríamos meses para aprobar nueva legislación nacional. Y nos faltan funcionarios que entiendan del no-deal. May los echó a todos en abril, después de que le concediesen la prórroga.
–Bueno, mira, ya está bien por hoy, me duele la cabeza. Muchas gracias por todas estas valiosas aclaraciones. Puedes irte, ya te llamaré.
–Gracias, señor –dijo el asesor, satisfecho–. Encantado de serle útil.
Cuando se quedó solo, el primer ministro resopló y, momentos después, tomó el teléfono.
–¿Hola? Sí, soy yo. Oye, a ver si me cambiáis a este asesor europeo que ha entrado hace un momento… Sí, el jovencito… Ya, ya lo sé, pero es que creo que no nos vamos a llevar bien.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)
Magnifico me recuerda eso de Lampedusa: “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”