El pasado 4 de mayo murió William Baumol (1922-2017). Forma parte del grupo de economistas que han estado en la lista corta de los premios nobel sin llegar a conseguirlo (como Tony Atkinson). Baumol fue un autor especialmente prolífico, escribió más de 40 libros y 500 artículos, además de ser un dotado artista, llegando a dar clases de talla de madera en la Universidad de Princeton, donde desarrolló su carrera como economista. Conviene recordar dos de sus principales contribuciones, porque se olvidan con frecuencia: (i) la enfermedad de los costes, que permite explicar por qué el crecimiento de los costes de servicios como la educación o la sanidad no es más que una consecuencia natural del desarrollo tecnológico y el crecimiento a largo plazo, y (ii) el papel central del emprendimiento y la innovación para el crecimiento económico.
La teoría de la enfermedad de los costes es su aportación más conocida. Tiene su origen en los años 60 con los estudios de Baumol y William Bowen sobre las artes escénicas y sus crecientes costes. El ejemplo clásico es el de un cuarteto de cuerda, que no mejora su productividad con el tiempo (la interpretación exige hoy el mismo tiempo de cuatro músicos que hace 100 años), pero sí su remuneración.
Siguiendo al propio Baumol en su artículo de 1993 (magnífico ejemplo de economía con mayúsculas sin una sola ecuación), supongamos una economía en la que la productividad crece al 2% anual, de forma que la producción se duplicaría en 35 años. Supongamos que tiene dos sectores, el sector A, en el que la productividad del trabajo crece muy rápidamente como consecuencia del progreso tecnológico ‒sea A la industria y la agricultura, donde la tecnología permitirá producir mucho más con menos horas de trabajo‒, y el sector B, en el que la productividad crece a un ritmo más lento (por ejemplo crece al 0.5% anual) porque es intensivo en mano de obra no sustituible por tecnología ‒sea B la educación y la salud, un doctor solo tendrá 24 horas al día para atender pacientes hoy y dentro de 35 años‒. Supongamos también que la población y por tanto el número de horas de trabajo se mantiene constante en 100 horas, que en la economía se produce hoy 75 de A (con 75 horas de trabajo, o generalizando, el 75% de las horas de trabajo) y 25 de B (con 25 horas), y que dentro de 35 años queremos seguir manteniendo esta misma proporción de producto (ver gráfico). Suponiendo que el precio es igual al número de horas trabajadas, los precios relativos hoy pB/pA serán igual a 0,33 (=25/75).
Gracias al crecimiento de la productividad, en 35 años podré producir el doble de A y de B para la misma población (gráfico de la izquierda, de nuevo, bajo el supuesto de que quiero mantener la proporción de producto A/B constante), pero el coste laboral de la producción habrá variado. Como consecuencia del menor crecimiento relativo de la productividad de B, el coste de producir la misma cantidad relativa de B (50 de B, es decir el 25% del producto), es ahora mayor, absorbe 42 horas de trabajo (gráfico de la derecha). Es importante señalar que los dos sectores son más productivos, se produce más con las mismas horas de trabajo. Así, en el sector B, tras 35 años la productividad acumulada ha aumentado un 19%; si en 2017 con 25 de horas obtenía 25 de producto, en 2052, obtendré 29,75 (para obtener 50, necesitaré 42 horas). Por tanto, el precio relativo de B se habrá encarecido en 2052, pB/pA = 0,72 (42/58).
En otras palabras, la economía es más abundante, hay más bienes (incluidos bienes de lujo) y más educación y salud para la misma población (y más cultura y servicios sociales), a pesar de que el coste de los servicios menos productivos sea cada vez mayor y crezca persistentemente por encima de la inflación. En B, los costes laborales crecen por encima del aumento de su productividad alineándose con los salarios medios de la economía, de otra manera, no habría trabajadores y no se produciría tanto B o sería de inferior calidad (aumenta el salario de médicos/profesores, aunque mantengan el mismo número de pacientes/alumnos).
De hecho, ésta es la realidad de las economías avanzadas. El crecimiento conlleva una terciarización de la economía y un mayor crecimiento de los precios de los servicios intensivos en mano de obra y con menor crecimiento de la productividad ‒es el caso de servicios públicos como la salud, la educación o la seguridad, pero también de servicios privados como la reparación de coches, la limpieza, las peluquerías o los restaurantes de lujo‒. También explica como en las economías avanzadas la tercerización lleva a un menor crecimiento de la productividad del conjunto de la economía alimentando el problema del estancamiento secular (al ser el crecimiento de la productividad menor en los servicios), o por qué los precios y los salarios de la más productiva Alemania, son mayores que en España.
La enfermedad de los costes plantea un reto de política económica muy difícil. Si se quiere mantener el nivel y la calidad de servicios como la educación y la sanidad hay que admitir que a largo plazo su coste será creciente y hay que explicarlo así a la opinión pública. Desafortunadamente, la tentación es la contraria, cuestionar el aumento del coste de la educación y la sanidad públicas y recortarlo. El que sean servicios públicos planea además la dificultad de medir su productividad porque se valoran al coste de su producción o provisión (en ausencia de precios de mercado), aumentando la tentación de los recortes. Sin perjuicio de argumentos válidos ligados a la eficiencia o posibles problemas de corrupción que justifican la continua revisión de estos costes, si no queremos reducir su calidad, lo natural es que crezcan a largo plazo como consecuencia del propio progreso tecnológico, y ello exigirá más ingresos públicos para financiarlos, no menos.
La clave para que todo este proceso sea sostenible es el crecimiento de la productividad del conjunto de la economía. Aquí, Baumol destaca por poner el acento en la importancia del emprendimiento. Plantea un esquema en el que la innovación de producto, más que la competencia en precios, es la que mantiene la competitividad y el crecimiento de la productividad. Para la innovación no basta con acumular factores de producción (trabajo y capital), hace falta emprendimiento, y el reto para la política económica es crear los incentivos y el marco institucional que lo favorezcan, incluyendo las normas de competencia ‒Baumol pone el acento en las barreras de entrada y salida a través de su teoría de los mercados contestables (disputables), pero también la existencia de grandes empresas, cuya propia supervivencia depende de la innovación–.
El círculo entre estas dos aportaciones puede cerrarse si se tiene en cuenta el papel instrumental de sectores con baja productividad como la educación (y la salud) para favorecer la innovación, el progreso tecnológico y el emprendimiento que permiten avanzar a los sectores más productivos.
Gracias por la entrada, Andrea
No tengo yo tan claro que las nuevas tecnologías y la globalización no vayan a tener en el futuro un impacto sobre la productividad de los servicios sanitarios y educativos equiparable al que han tenido y siguen teniendo sobre la productividad de los sectores de bienes industriales y de consumo. Espero que así sea, al menos eso parecía hace unos años, pero no es ese el motivo de mi comentario.
Estoy de acuerdo en que este tipo de servicios, sean de provisión pública o privada, presentan una elevada elasticidad demanda-renta, pero no comparto el que se restrinja el análisis de los costes al ámbito de los CLU y que se asuma una necesaria equiparación salarial entre los distintos sectores.
El factor trabajo y su coste cada vez tienen menos peso en las dinámicas de formación de precios, la remuneración de los asalariados representa un porcentaje menguante del producto y los niveles de desempleo estructural y subempleo son tan elevados en muchas economías desarrolladas que el poder de negociación sindical se ha reducido sustancialmente. Difícilmente podía anticipar todo eso Baumol cuando definió la enfermedad de los costes a principios de los 90.
Lamentablemente son rentas derivadas del poder de mercado las que están ocupando en gran parte el espacio liberado por el trabajo en el reparto del PIB. ¿Cuanto representa para el propietario de una peluquería el pago del alquiler de su local en relación a las nóminas que afronta? ¿Qué porcentaje de los honorarios de algunos especialistas médicos supone en determinados países el seguro de responsabilidad civil profesional? ¿En cuanto se ha incrementado la factura de muchos hospitales por la adquisición de equipos y medicamentos cuya propiedad intelectual está protegida?
Es por todo lo anterior que me parece totalmente contraproducente trasladar a la opinión pública el mensaje de que es inevitable que, con independencia de los factores demográficos, el coste de la sanidad y la educación siga creciendo si queremos mantener su calidad (aunque no niego que haya una tendencia). Lo último que necesitan los gestores públicos es la complacencia de saberse disculpados por un desarrollo teórico que predice ese resultado y que hará necesario, antes o después, incrementar los ingresos públicos para financiar el mayor gasto. Y ninguna noticia sería más del agrado de los proveedores del sistema (muchos de ellos auténticos lobbies) que inducen en gran parte la demanda explotanto las asimetrías informativas existentes, siendo estas especialmente relevantes en los servicios sanitarios, allí donde somos más vulnerables.
Reivindico, por el contrario, la figura del gestor público que pelea cada factura, que está atento a cualquier innovación de producto y de proceso que mejore la calidad o abarate el precio del servicio, que monitorea continuamente la eficacia de los contenidos educativos/tratamientos médicos, que evalúa el desempeño de sus profesionales y la calidad de sus servicios. Confiemos en los gestores públicos, démosles los medios adecuados e incentivémosles.
Gracias José Antonio. Nada que objetar a las líneas generales de tu argumentación. Es necesaria una vigilancia de la eficiencia en la provisión de servicios públicos, porque siempre se producirán mejoras en su productividad. Ni que decir tiene la importancia de una acción decidida contra posibles prácticas de corrupción. Es probable que las rentas derivadas del poder de mercado hayan capturado porcentajes crecientes del PIB. Parte del problema es una falta de competencia efectiva que debería resolverse reforzando la defensa de la competencia.
Con independencia de estos factores, la enfermedad de los costes surge como consecuencia de la diferencia en el crecimiento de la productividad entre los sectores de servicios como educación, sanidad y los sectores más productivos. A pesar de tener un crecimiento inferior de productividad, los salarios en los servicios deben estar alineados con el resto de la economía de forma que mantener el nivel relativo (y la calidad) en la provisión de servicios supondrá mayores costes.