Ahora que los mercados están dando un respiro y alejan por el momento el riesgo de una crisis de deuda en Europa (un oscuro nubarrón que aún no se ha disipado del todo) es el momento de hablar de reglas fiscales, y también de cómo predicar con el ejemplo.
El martillo monetario está funcionando. Las subidas de tipos de interés de los principales bancos centrales han contribuido a asentar las expectativas, y los mercados consideran que la desaceleración económica hará innecesaria subidas adicionales. Insistamos una vez más: el papel de una política de demanda como la política monetaria en un contexto de inflación de oferta no es tanto atacar la raíz del problema (es imposible) como evitar que se consoliden las expectativas inflacionistas y se traduzcan en peligrosos efectos de segunda ronda. Es duro que para ello haya que deprimir la demanda, pero la alternativa es aún peor.
Por supuesto, nada está garantizado, y menos en el contexto de la guerra de Ucrania, que hace imposible cualquier predicción medianamente sensata. Pero la reducción de la inflación en Estados Unidos de octubre (cinco décimas menos en la general y tres en la subyacente) supone un alivio para todo el mundo, desde los países emergentes endeudados en dólares hasta los europeos que compramos el petróleo y el gas en esa moneda. La eurozona aún no puede decir que haya terminado de controlar los precios (la inflación general alcanzó el 10,6 en octubre y la subyacente el 6,4, cinco y cuatro décimas más que en septiembre), pero una parte de las subidas recientes se derivaban de la apreciación del dólar, y por eso el relajamiento de la Fed nos beneficia. Por otra parte, y como ya hemos señalado a menudo, la demanda en Europa (a diferencia de la estadounidense) distaba mucho de estar recalentada, de modo que la desaceleración hará el resto.
La moderación de las expectativas de inflación ha terminado por traducirse en una mayor tranquilidad de los mercados de deuda, algo que resultaba muy necesario. El diferencial del bono español respecto al alemán, que en octubre alcanzo los 121 puntos básicos, ha vuelto a los 100. La cotización del bono español a 10 años, que llegó a superar ese mismo mes el 3,56% (por encima del 3,5% previsto para 2023 en el cuadro macro de los Presupuestos Generales del Estado para 2023), ha bajado ya del 3%.
En este contexto, la Comisión ha sacado su propuesta de reforma de reglas fiscales, para aplicarlas a partir de 2024 una vez se desactive la cláusula de escape del Plan de Estabilidad y Crecimiento y conseguir que los gobiernos europeos vuelvan a la senda de disciplina presupuestaria. La propuesta, bastante sensata en lo que a establecimiento de sendas de ajuste se refiere (permite negociar con la Comisión trayectorias individualizadas hacia el equilibrio, prescinde de la absurda regla de reducción de 1/20 anual y considera el 3% de déficit y el 60% de deuda como objetivos a largo plazo), peca sin embargo de falta de ambición en cuanto a las necesidades de inversión de la eurozona. Resulta extraño seguir proclamando la transición verde y digital, o hablando de defensa europea o de autonomía estratégica cuando, antes siquiera de definir la cantidad que Europa necesita invertir, ya estamos dando por hecho que la UE gastará no de forma conjunta, sino en función de lo que le permitan los niveles de deuda de cada Estado miembros: es decir, muy poco. En la comunicación de la Comisión ha primado el pragmatismo y la presión de los “frugales”, que no están dispuestos a plantear ningún gasto conjunto hasta que los Estados miembros con niveles de deuda más insostenibles demuestren que saben disciplinarse.
Aun entendiendo este planteamiento (porque la cláusula de escape ha dado pie a algunos gastos estructurales difícilmente comprensibles), esta rigidez puede terminar por ser contraproducente: mientras Estados Unidos se dedica a producir chips y a subvencionar de forma masiva a sus industrias verdes (algo seguramente ilegal en términos de la legislación OMC), la Unión Europea sigue discutiendo si son galgos o podencos, si calcular el déficit estructural con el método A o el método B… Cuestiones que estarían muy bien si no estuviéramos en medio de una guerra, con amenazas por todas partes, con una China dispuesta a cualquier cosa y un cambio climático que terminará dándonos algún susto en el momento menos oportuno.
Dicho esto, y mientras la situación no se deteriore aún más, España no puede desaprovechar la oportunidad de tranquilizar a los mercados sobre la sostenibilidad de sus finanzas públicas. Por el momento España presenta tasas de crecimiento razonables, una dependencia del gas ruso inferior a la de otros Estados miembros, una dependencia de China también menor, un mercado de trabajo que aún no ha recibido todo el impacto de la desaceleración y una deuda que podría ir moderándose con un poco de inteligencia y con un tratamiento del gasto alejado del modo electoral.
Cuando en la novela “Fiesta” de Ernest Hemingway el personaje de Bill le pregunta a Mike: “¿Cómo te arruinaste?”, este responde: “De dos formas: primero poco a poco y luego de golpe”. En los países la secuencia es la misma, y convendría que España se centrase y comenzase a proyectar hacia el exterior una imagen de país disciplinado presupuestariamente. El Fondo Monetario acaba de sugerir la necesidad para España de un “plan fiscal creíble a medio plazo” para garantizar “la confianza de los inversores”. No nos queda mucho tiempo. El Reino Unido ya se ha dado cuenta de los peligros del exceso de confianza en materia presupuestaria y de cómo los bancos centrales pueden cooperar, pero no incumplir su mandato.
Europa necesita una unión fiscal operativa porque, sin ella, una unión monetaria incompleta jamás podrá funcionar bien. Y los países más endeudados como España la necesitan más que nadie, porque, al igual que el dólar es hoy moneda de refugio, cuando las cosas pinten mal en los mercados de deuda nadie se refugiará en la deuda española. El Banco Central Europeo quizás pueda salvarnos, pero no nos saldrá gratis.
Para avanzar en la unión fiscal resulta imprescindible convencer a los Estados miembros más reacios, y ello solo se conseguirá si les demostramos que no solo creemos en las reglas fiscales, sino que las cumplimos sin necesidad de amenazas ni trucos; que analizamos tanto la composición como la eficiencia del gasto; que nos tomamos muy en serio a la autoridad fiscal independiente; que no aumentamos los gastos estructurales sin aumentar en paralelo los ingresos estructurales; que concentramos el gasto en función de los grupos más vulnerables, no de los grupos de votantes; que no bajamos los tipos de IVA en función de lobbies ni improvisamos impuestos. En suma, que somos un país fiable en materia presupuestaria. Asumamos nuestra parte de responsabilidad antes (o, al tiempo) de exigir a Europa la suya. Hay que predicar la unión fiscal con el ejemplo de la disciplina fiscal.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)