En el libro quinto de La Riqueza de las Naciones Adam Smith reconocía que la “mano invisible” del mercado no siempre maximiza el bienestar social, porque hay situaciones en las que los precios del mercado no incorporan los beneficios y costes sociales. Es el caso de los bienes públicos, cuya oferta sería insuficiente si sólo dependiera de su provisión privada. Smith incluía en esta lista la defensa, la administración de justicia, las carreteras y comunicaciones y las instituciones educativas. Si viviera hoy seguramente incluiría, además del dinero fiduciario y la estabilidad financiera, la seguridad sanitaria. Un bien público global imprescindible para este complicado siglo XXI.
Ha bastado un pequeño coronavirus para demostrarnos que nuestra interdependencia en esta economía globalizada llega al extremo de que ningún país podrá sentirse seguro desde el punto de vista sanitario hasta que todos lo estén. Las vacunas, por tanto, se han convertido en el instrumento imprescindible para garantizar la recuperación. Y, de paso, nos han proporcionado seis lecciones muy interesantes sobre cómo funciona la economía mundial.
La primera es que nos han permitido reordenar las prioridades económicas. La salud es lo más importante, y cuando está en juego –al igual que en una guerra– otros factores pasan a un segundo plano. Por eso la Unión Europea se ha podido dotar de mecanismos de gasto y deuda conjuntos impensables hasta hace sólo unos meses. Aunque el mundo no es sólo Europa, y debemos tener en cuenta que hay muchos países en África y Latinoamérica que tienen dificultades para acceder no sólo a las vacunas, sino también a los recursos financieros para mantener las rentas de su población mientras dure la pandemia. Muchos países emergentes están al borde de la quiebra, y más vale que el G20 no se olvide de que la estabilidad financiera, como la salud, es un problema de todos.
Las vacunas, en segundo lugar, nos han recordado la importancia de la investigación como base de la prosperidad humana, así como el elevado componente tecnológico del comercio internacional y la importancia de su fluidez. En las últimas semanas dos amenazas han ensombrecido la estabilidad comercial: la de restringir las exportaciones de vacunas y la de expropiar patentes. Ambas son un grave error.
Por lo que respecta al libre comercio –y esta es la tercera lección–, porque la producción mundial de vacunas es un buen reflejo de cómo operan las cadenas globales de valor. Las vacunas no se fabrican en un país, sino que muchos países participan en distintas fases de una cadena de producción mundial optimizada. Incluida España. Así, por ejemplo, Biofabri –una empresa del grupo biofarmacéutico Zendal asentada en Galicia– está a cargo de la producción industrial del antígeno de la vacuna de Novavax. Los laboratorios farmacéuticos Rovi, con sede en Madrid, se encargan del llenado aséptico y acabado de la vacuna de Moderna en lotes destinados para la UE, Canadá y otros países. El ingrediente activo que usan en Rovi procede a su vez de la empresa Lonza, en Suiza. Por tanto, no cabe hablar de vacunas europeas o de países concretos, sino de cadenas internacionales de fabricación de vacunas.
Esta complejidad del proceso productivo, por otra parte, es el motivo por el que no tiene sentido hablar de liberación forzosa de patentes. La cuarta lección de las vacunas es que, a diferencia de lo que ocurre con los medicamentos básicos –cuya base es puramente química y basta un conocimiento adecuado de los principios activos para iniciar su producción–, la base de las vacunas es biotecnológica. Y lo biotecnológico no es tan fácilmente escalable como lo químico. Para producir una vacuna a base de RNA mensajero no basta con “saber cómo se hace” sino que se requieren además unas capacidades técnicas y productivas que no se adquieren de la noche a la mañana. Más allá de los lógicos enfados por los retrasos en la producción –o por la posibilidad de algún incumplimiento contractual–, la realidad es que no estamos en una situación en la que unas avariciosas farmacéuticas estén produciendo un ingrediente secreto que no quieran revelar para controlar su oferta y aumentar su precio.
La realidad es justo la contraria: la demanda de vacunas es tan elevada que las farmacéuticas están celebrando acuerdos de licencia de producción con todos los laboratorios posibles del mundo capaces de fabricarlas. En India, por ejemplo, el Serum Institute of India (SII, un gigante mundial de vacunas) produce entre 60 y 70 millones de dosis al mes de la vacuna de Oxford-Astrazeneca, muchas de las cuales se exportan. Que India sea uno de los principales países que reclama la liberación de las patentes farmacéuticas mundiales mientras una de sus principales multinacionales exporta la vacuna con licencia británica no deja de ser una ironía política más. Así pues, el sector farmacéutico es el primer interesado en ampliar su capacidad productiva, y no le va a faltar ni dinero, ni demanda ni ganas. Probablemente, al igual que nos costó entender el crecimiento exponencial del COVID, a los lineales humanos nos cuesta entender que, en algún momento en los próximos meses, la disponibilidad de vacunas también crecerá de forma exponencial.
La quinta lección de las vacunas es que la protección de los ciudadanos es una poderosa herramienta política global. Y al igual que una mala gestión de la vacunación puede tener un elevado coste político (la Comisión Europea es muy consciente de esto), la oferta de vacunas por gobiernos como los de China o Rusia a determinados países en desarrollo (publicidad incluida) forman parte de toda una estrategia geopolítica. Razón de más, por tanto, para ocuparnos del resto del mundo y no caer en el fácil nacionalismo europeo, que podría ser muy peligroso.
La sexta y última lección de las vacunas es que, en un mundo complejo, conviene siempre matizar los mensajes absolutos sobre los errores o aciertos de las estrategias de vacunación. En el caso de la UE, porque, más allá de que la gestión del caso de Astrazeneca haya sido torpe, la realidad es que la solución cooperativa sigue siendo la mejor forma de aprovisionarse de vacunas a nivel europeo. Como ocurre con el comercio internacional, cooperar y solucionar errores siempre será mejor que no cooperar e ir cada uno por su lado. Y, al mismo tiempo, a la hora de valorar el éxito (indudable) de países como Israel, recordemos que apostó muy pronto por una vacuna, sólo necesitaba 10 millones de dosis (para una población de 9 millones) y ofreció los datos clínicos de todos los pacientes. ¿Podía la UE comprar 500 millones de dosis y vender los datos de sus ciudadanos? No es tan evidente. Dicho esto, y al margen de los errores, la realidad es que la UE ha sido mucho más flexible y generosa a la hora de exportar vacunas COVID a países como Israel o a Canadá que tradicionales aliados de éstos como Estados Unidos. Y eso es un motivo de orgullo, más de que de vergüenza.
Seis lecciones, por tanto, que deberían convencernos de la necesidad de reforzar el marco de reglas del comercio internacional, la importancia de potenciar la investigación y su aprovechamiento industrial (ojalá los fondos europeos sirvan también para eso) y mejorar la cooperación económica, financiera y sanitaria internacional. Porque, aparte de contra el COVID, es estos días turbulentos nos conviene estar vacunados contra el populismo, el nacionalismo y el proteccionismo fácil.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)
muy buen articulo, enhorabuena
Gran articulo y celebro que hayas mencionado lo que decia Smith sobre bienen publicos. Hay muchos niños hoy en dia que piensan que la economia funcionaria sin estado.
Gustavo Woltmann