La última vez que escribí sobre la sequía empezó a llover. La estación seca esta vez ha sido el invierno, con la temperatura máxima media más alta desde que se dispone de registros. La situación hídrica de cara a la primavera es menos alarmante que a finales de 2017, porque gracias a las lluvias de la primera mitad de 2018, las reservas en los pantanos están al 58%, solo ligeramente por debajo de sus niveles medios históricos. Mi preocupación en esta ocasión estaba por encima de la lluvia. La monotonía del cielo de Madrid durante estos meses me estaba haciendo añorar las nubes, cuando leí sobre un artículo de la revista Nature Geoscience que alertaba de que no serían inmunes al cambio climático.
La simulación que realizan los autores, Schneider, Kaul y Pressel, apunta a que los gases de efecto invernadero pueden afectar a las nubes y desencadenar así un nuevo mecanismo de aceleración del calentamiento global.La motivación de la investigación era tratar de representar la dinámica entre las nubes, la temperatura de los océanos y los gases de efecto invernadero a una escala suficientemente pequeña. Los modelos climáticos actuales no detallan suficientemente estos efectos, pues su perspectiva es de mayor escala.
El análisis se centra en los estratocúmulos presentes en amplias zonas oceánicas subtropicales, por ejemplo, las que se sitúan a la altura de las costas de Perú/Chile, California y Namibia/Angola.
Según la Guía del observador de nubes, de Pretor-Pinney, el estratocúmulo es una capa baja de nubes que suele formarse entre los 600 y los 2000 metros de altura en las zonas templadas y que consiste en grupos amontonados. En los océanos de latitudes sub-tropicales es habitual que estos grupos ocupen miles de kilómetros cuadrados, llegando a cubrir un 20% de la superficie total. Su función climática deriva de que devuelven la radiación del sol y evitan que caliente la superficie. Su formación y evolución tiene que ver con la captación y emisión de radiación infrarroja: la parte alta de las nubes se enfría captando radiación procedente de capas más altas y la lleva hacia abajo, recogiendo después la humedad de la superficie del mar.
La simulación indica que un aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en las capas altas de la atmósfera rompería el equilibrio que sostiene a los estratocúmulos. El enfriamiento en las capas altas sería demasiado débil para que el aire frío bajara y se activara la corriente de aire húmedo hacia arriba. La capa de estratocúmulos se fragmentaría (ver gráfico de abajo), la temperatura del océano aumentaría y la mayor evaporación acabaría acelerando el proceso de disipación de las nubes y de calentamiento de la superficie. Las consecuencias serían desastrosas: la temperatura global subiría en 8 grados centígrados.
El nivel a partir del cual se activaría este proceso corresponde a 1.200 partículas por millón de CO2 equivalente, que es una concentración de gases de efecto invernadero tres veces superior a la actual. Los autores señalan incluso que es difícil que se alcancen esos umbrales sin que antes se produzcan perturbaciones graves en el equilibrio climático. Aun así, la investigación tiene implicaciones muy interesantes.
La principal es la caracterización de un mecanismo no lineal de realimentación del cambio climático a través de las nubes. Los científicos llevan tiempo advirtiendo de que, en un sistema adaptativo complejo como es el clima, los cambios graduales que venimos observando pueden acelerarse si se alcanza un punto crítico. Es como el juego de los palillos: pueden ir sacándose varios y apenas pasa nada y después se mueve uno que hace tambalearse toda la estructura.
¿Les recuerda a algo, no? La economía mundial a finales de 2008 alcanzó ese punto de bifurcación y discontinuidad en el que la inestabilidad se desencadena con realimentación positiva. El sistema financiero es hoy mucho más seguro y a pesar de las turbulencias periódicas, quizá no sea el origen de la próxima perturbación grave para la estabilidad macroeconómica. ¿Y si la siguiente amenaza para la economía mundial fuera una aceleración inestable del cambio climático?
Y es que, al igual que ocurre con el envejecimiento de la población, el cambio climático es una amenaza que está dejando de ser lejana. Coincidiendo con la celebración del Día Meteorológico Mundial, la Agencia Estatal de Meteorología ha ofrecido un avance del Open Data Climático, con la evidencia de los efectos del cambio climático en España desde 1971. Los resultados son inequívocos: aumento de anomalías cálidas concentradas en la última década, 30.000 km2 de nueva superficie con clima semiárido, veranos casi cinco semanas más largos que a principios de los ochenta, subidas del nivel y de la temperatura del Mediterráneo.
Después de un invierno sin nubes, parece que la primavera se estrena con lluvias. Sean bienvenidas, pero que no nos hagan olvidar que tenemos que ir cambiando el foco de lo financiero a lo climático.